Juan Martín Diez

El Empecinado.

Si por algo se puede morir con verdadera cordura es exclusivamente por la libertad.

Reconozco que no suele ser habitual comenzar la biografía de alguien  con una recomendación. Cierto,  aunque amparado en la benevolencia de mis lectores, voy a permitírmelo.

Les aconsejo encarecidamente la lectura de una novela. Es de un autor muy en boga, y alcanzó un gran éxito en el momento de su publicación. Se llama – Hombres buenos – y el autor, Don Arturo Pérez Reverte.

¿La razón del consejo?…  Pues es doble, por un lado, estar seguro de que la disfrutarán, conociendo efectivamente, a dos hombres buenos en la España de Carlos III y sus peripecias y adversidades por conseguir una interesante obra en la Francia cercana a su Revolución.

Pero por otro, también conocerán a  otros dos, no ya malos… algo peor.

A estos otros dos, a  los “malvados”,  a los que en el transcurso de la narración al  lector le gustaría  echarles las manos al cuello, por ruines, egoístas y  execrables….  Aunque, naturalmente al terminar, queda pensativo, y dice  para sí mismo:

–  Bueno, claro, es que con estos dos, a Don Arturo se le ha ido  la mano. No, no es  posible que fueran tan malos como los pinta.   Pero en realidad, no importa,  son en definitiva  personajes de  ficción…

Pero esto que ahora comienzas, es decir la biografía de alguien, ya no es ficción, son personas, decisiones, sentimientos y hasta resultados,  con una diferencia, estas son verdaderas. Y eso, ya es otra cosa.  Aquí, no se te puede  “ir la mano”.

Sin embargo, has de  afrontar el hecho históricamente cierto, de que efectivamente, han existido a lo largo de todos los tiempos, “otros”, igual de  canallas  o incluso más, como los que de manera tan magistral pone en escena Pérez Reverte.

Reconocerlo, afrontarlo y por supuesto difundirlo es lo correcto. Juzgarlo, es ya otra cosa.

Lo cierto sin embargo es, que cuando en  alguna de las almas de ciertas personas en las que la maldad y hasta la crueldad han encontrado asiento,  y poseen además, por cualquier motivo, autoridad y con ella poder de decisión, pueden llegar a darse  las mayores iniquidades que en la realidad se pueden convertir en verdaderas injusticias.

Esto de hoy, puede ser eso,  una injusticia.

Cierto.

Ya que Juan Martín Diez siendo un personaje casi de leyenda. Sin duda es un mártir.

Estamos acostumbrados a considerar mártires a los que han entregado su vida voluntariamente por sus creencias, relacionadas con el fenómeno religioso. Aunque no hemos de olvidar que según la definición del Diccionario, igualmente  lo son los que mueren por cualquier otro motivo,  en este caso  sus convicciones.

Es así, y a lo que parece,  no muy a gusto, pero efectivamente murió por ellas, por sus ideas, y claro está, también con la decisiva intervención de algunos “otros”,  que en este caso lo consideraron un peligro para la causa que en ese momento  defendían.

Un verdadero delirio de insensatez.  Y lo que es peor, hasta posiblemente de maldad.

¿Serán estos los factores que se encuentran en el fondo de la condición humana?

Al no tratarse de ficción, como ahora, lo primero que se requiere, y resulta  verdaderamente difícil, es advertir cuáles eran las  circunstancias sociales y políticas de ese momento.  Las tendencias, los criterios generales,  y considerar que siempre, en todas las épocas y en cualquier circunstancia, pequeños  grupos de individuos han influido en otros conjuntos mayores  que hasta a veces pueden ser incluso muy numerosos, es decir masas.

Ocurre de siempre, tanto que no estoy seguro de que las actuales  no  lo sean en menor medida, aunque ahora la difusión, la transmisión y por tanto la divulgación,  sean mucho mayores.

Entonces, por aquellos finales del XVIII y comienzos del XIX, es verdad que  no había mucha información, ni la difusión  era tanta.  Pero… ¡Cuidado!   Había púlpitos, y de toda la vida en este País,  han obrado estos  los mismos milagros,  que lo hace ahora la Televisión.

Lo cierto es que nuestro personaje de hoy es conocido por ser un guerrillero.  Juan Martín Diez, apodado “El empecinado”

Comencemos entonces por eso.

Sí, rotundamente. Un guerrillero. Un hombre de guerra, cierto que de un tipo especial de guerra, de acuerdo, pero guerra en definitiva,  con todas y cada una de las condiciones que caracterizan una contienda armada y que cualquier persona bien nacida conoce,  y que a grandes rasgos son: nobleza, lealtad, caballerosidad, proporcionalidad, y englobándolas a todas ellas, la más necesaria: honor.

Y con estas premisas, la definición de guerrillero queda clara.

Efectivamente no, no era un terrorista.  Ni por lo más remoto.

Esa es una de las grandes falsedades que han manejado, los políticos nacionalistas en sus manipulaciones, y con gran éxito por cierto, puesto que han querido con ella,  llevar a la opinión pública, llamando a su conflicto “lucha armada”,  dar a entender una  idea de justificación de sus crímenes.

Posiblemente, si preguntáramos a muchos de los utópicos soñadores, que fueron manipulados convenientemente para cometer aquellos execrables crímenes de entonces.  Contestarían ahora: – La próxima vez,  las patadas  al árbol, para que caigan las nueces, las va a dar,  tu puta madre.-

No. De ninguna manera, Juan, no era de esos.

Nunca hizo nada parecido a terrorismo y es por ello que hemos de considerarlo un verdadero hombre de honor. Un guerrillero sí, pero sin duda y por encima de todo un verdadero hombre sin manipular, que llega a la guerra, cuando la hay.  No  la inventan algunos miserables para él.

Ni tampoco un cobarde que pusiera bombas sin riesgo personal.  No, no de ninguna manera.

Ahora bien, que nadie piense, por otra parte,  que era un verdadero distinguido caballero, respetable y elegante.

Tampoco.

La pregunta sería entonces ¿Por qué es tan célebre “El Empecinado”?.

Y la respuesta, es evidente:

Es simplemente la reacción normal de un hombre de honor, sin manipulaciones políticas, al sentir que su Patria es invadida por el ejército de un País extranjero.  Es decir, es el justo rechazo a las acciones de los que podemos aquí, de verdad, considerar  “malos”.

Pero en este caso no de novela, aunque lo parezca.

Él, como otros muchos, reacciona contra esa aberración, y al hacerlo de manera sobresaliente, crea en su derredor una auténtica areola de dignidad.

Pasa  a ser, un auténtico héroe.

Después de leer muchas definiciones sobre este gran hombre, me quedo con la que hizo en la introducción de un espléndido programa de Televisión, hace ya mucho tiempo, nuestro magnífico Antonio Gala, que leía un acertado texto suyo, con su ampulosa pero  magnífica dicción, y que  a grandes rasgos decía:

  • Si hay algo que pueda ser llamado: – lo español, – y alguien que de verdad pueda representarlo, ese es: Juan Martín Díez, el Empecinado; español de los pies a la cabeza, inculto y prodigioso;  español desde su magnífica epopeya, – echándose al monte -, al  engrandecimiento oficial, llegando a General del Ejercito, y hasta su conclusión, en la que son los suyos los que le asestan un muerte española, terrible por tanto.

Qué gran verdad, y como está de bien definido. Es genial.

Además  de ser todo verdad, encima es bonito.

Efectivamente, es un pasaje que hace resaltar los cuatro elementos: Perfecto, hermoso, completo y verdadero.

Dan ganas con ello, de terminar el trabajo. Todo está dicho en él

Aunque, sigamos para conocer un poco más de cerca a nuestro hombre, sus circunstancias y sobre todo sus alrededores.

Cierto, que el tiempo, y sobre todo el “mucho tiempo”,  suaviza  las agudas aristas de los acontecimientos.  Es verdad, así como también lo es que con los años van perdiendo frescura y brillantez los personajes, por el hecho de que al opinar tantas gente de las más diversas condiciones  sobre ellos, hemos llegado posiblemente sin querer, a crear auténticos estereotipos de algunas de nuestras figuras históricas.

Y no, eso no es bueno.

El hecho es que he leído  tantos y tantos documentos, crónicas, biografías, testimonios, semblanzas del Empecinado en libros, y  en Internet, y si he de decir la verdad, en prácticamente en todos de distintas formas, pero se dice lo mismo.

Posiblemente habré de admitir que a grandes rasgos, esa será la verdad.

De acuerdo.  ¿Pero, no habremos, sin darnos cuenta, creado  un estereotipo?

Es posible…

Por ello, y ahora que gracias a la técnica informática y la digitalización, que nos ponen en condiciones de consultar textos antiguos, he considerado que posiblemente se pueda llegar con esa ayuda a realizar un trabajo de mayor objetividad sobre el personaje.

Para lo cual se me ha ocurrido consultar obras más cercanas a los hechos. Es decir, más – “de aquel momento” –  lo que posiblemente  nos pueda dar una mayor objetividad y tal vez más frescura al protagonista y por supuesto también a sus acompañantes.

Galdós, con sus Episodios Nacionales, Mesonero Romanos, y sobre todo Miguel Agustín Príncipe, con su inmensa obra que se titula: Guerra de la Independencia –Narración histórica de los acontecimientos ocurridos en aquella época -.

Y por último una obra muy curiosa: – “Apuntes de la vida y hechos militares del  Brigadier Juan Martín Diez, llamado – El Empecinado” –  escritos, y de ello  su singularidad,  por un admirador.  No, efectivamente  no figura autor alguno, aunque leyéndola se nota que es persona que  siente verdadera admiración por su persona.

La obra está realizada en la imprenta de Don Fermín Villalpando, de Madrid en 1814.  Verdadera actualidad, por tanto.

Todos tenemos, y naturalmente también yo, algunas confusas   ideas de aquellos desafortunados  acontecimientos, pero efectivamente la lectura de estas obras me las han  confirmado.

Aunque sin embargo, con su  ayuda, y con la sincera humildad de saberme lego en la materia,  es como me propongo ahora  orientar, este  difícil tema. Llegando a pensar pero sin ningún ánimo de certeza,  simplemente como  opinión, que este hombre, al que queremos aproximarnos hoy, Juan Martín Diez,  apodado  – El Empecinado – ha pasado a la Historia no tanto por sus hechos, que también por ser tan conocidos, como por  alguna de sus particulares y exclusivas  características personales.

No, efectivamente no era posible  valorarlo exclusivamente como  un guerrillero más, de los que tantos aparecieron en aquella época.

Y para afirmarlo me baso en que otros muchos, y cuando digo muchos, posiblemente me quede corto, también tuvieron por lógica, que intervenir, en aquellos hechos y por supuesto en toda España. También para enfrentarse como él,  al despreciable  y  vergonzoso “aquelarre” de sin razón, que había provocado la actuación de las infames e indignas autoridades del momento.

Y, entonces: ¿Cómo es posible que siendo cientos  y cientos los personajes que de una manera u otra se enfrentaron a las tropas invasoras, qué cuando se habla de un guerrillero contra los franceses, prácticamente, se nombre de manera destacada, solo al Empecinado?

¿Qué ha de ocurrir para  que llegue, un simple labrador, sin ningún conocimiento militar y que presumiblemente, no supiera leer ni escribir (no lo sabemos) a ser nombrado general del Ejército?

Y sobre todo, ¿Qué ha podido pasar para que a un destacado militar, un auténtico héroe nacional, un verdadero caudillo, y un combatiente contra los invasores, se le tenga y encerrado en una jaula de hierro durante meses, sacándolo de esta manera  los días de mercado, para deshonra, afrenta  y humillación pública?

Pero además, ¿Cuál ha podido ser la causa para que qué pasado un tiempo, se le juzgue y condene a morir en la horca?

Y por último, que condenándole a muerte se le cuelgue de una soga por el cuello, prácticamente muerto a bayonetazos, ya que  en su desesperación de última hora quiso desasirse de sus ataduras.

Son muchas preguntas. Demasiadas. Parece que en esta historia, algo no encaja.

Había nacido nuestro personaje en un pueblo de la provincia de Valladolid.  Castrillo de Duero, el 2 de Septiembre de 1775, en una familia de labradores.

Muy joven con 16 años, sienta plaza en el ejército, pero sus padres alegando, y con razón, su corta edad,  consiguen su vuelta al hogar familiar.

Fallece su padre muy poco después, y nuevamente marcha a la guerra llamada – Del Rosellón -, o de los Pirineos que enfrentaba a España contra la llamada Convención francesa. Consecuencia política posterior, de su famosa Revolución.

En aquellos  momentos los destinos de nuestro País estaban en manos de un podríamos decir, indigno pero relevante  personaje  un tal: Manuel Godoy.  Aunque naturalmente, el titular de la monarquía fuera nuestro Rey, Carlos IV.

Más que un Rey,  se trata de un “pobre hombre”, infeliz y  simple como una mata de habas.   Carpintero de vocación y cornudo de condición. Casado desde muy joven con una  arpía por naturaleza,  desagradable de aspecto y  despreciable por sus hechos. Más que nada, los obstétrico-ginecológicos, de los cuales no debemos opinar por respeto.  Aunque algo sí,  exclusivamente por su número: 24  embarazos, se trata de su prima hermana María Luisa de Borbón Parma.

Esta era la situación  verdaderamente real.

Real, de realidad y también de gobierno.

El único inteligente, el valido, en este caso mejor llamarlo por su otro nombre, “El favorito”.  Pero casi peor, puesto que la ambición era su más esencial defecto.  Aunque eso sí, lo suficientemente listo para apoderarse con plenitud de la voluntad del bobo y de la libidinosa, de los dos.

Habíamos declarado la guerra a Francia, y el Conde de Aranda se oponía con auténtica vehemencia a entrar en ella, con aquella célebre frase suya de:

– Seamos circunspectos con los acontecimientos de otros países por graves que nos parezcan –  – Respetemos la neutralidad que nos piden –  – Transijamos con la República que se han dado los franceses -.

Al final,  no tuvo más remedio que autorizar  en nombre del Consejo de Estado, las directrices de  Godoy, que ya  había firmado con los ingleses su adhesión contra Francia.

Se mandaron tres ejércitos a los Pirineos.

Precisamente en uno de ellos, en  el que mandaba el General Ricardos, sirvió con coraje y valentía en un regimiento de caballería  Juan. Nuestro todavía joven protagonista.

Parece que lo único positivo, de esa guerra, fue que a Godoy lo nombraron desde entonces – Príncipe de la Paz – .

Tuvimos algunas  victorias, pero el final, bien por qué el General Ricardos  murió de una  pulmonía,  o por el hecho de que a nuestro ejército le faltaron posibilidades, el hecho es que  los franceses, invadieron nuestro territorio, y llegaron hasta Miranda de Ebro.

Lo que obligó a Godoy a firmar la Paz de Basilea, más que nada  para que los franceses no siguieran avanzando.  Reconociéndoles  también, como reclamaban, su “estatus” de República Francesa.

¡Hay que fastidiarse!  Las maravillas que se pueden hacer con la política.

Pones en marcha una guerra, la pierdes y te ganas el honor de que te llamen Príncipe de la Paz.   Y no es esto lo peor, es que al Conde de Aranda, por oponerse a ella, lo destierran.

Se ha terminado la guerra…  Y, ¿Qué hace un hombre de bien cuando esto ocurre?

Pues lo normal, volverse a su pueblo a trabajar, y también si tiene edad, hasta casarse…

Catalina de la Fuente, se llamaba ella, vecina de un pueblo cercano, en Burgos: Fuentecén. Allí se asienta nuestro hombre, sin otras armas ya, que sus brazos para trabajar.

Ha cambiado efectivamente, su forma de vida, sus manos ahora ya no sostienen un fusil, ahora se agarran con fuerza a la mancera  de un arado.  Cuando no hay trabajo de sementera, recoge leña, y cuando no, poda las viñas.  Solo cosas así, son las que hace un hombre honrado cuando no hay guerra, para atender a su familia.

Lo que ocurre sin embargo es que están sucediendo hechos, no demasiado tranquilizadores.

Alguna vez, me parece que lo he definido  en algún otro sitio, refiriéndome a los acontecimientos de entonces. Fue algo así como que: Dos listos, (Francia e Inglaterra) de los que uno, quiere conquistar a un débil (Portugal) riñen en casa de un tonto (España).

Resumen: la casa del tonto, queda hecha una pena.

Este fue a grandes rasgos el resultado, de la llamada guerra de la Independencia.

Bueno, tuvo otro más, y bastante curioso. A esta guerra que nosotros llamamos de la – Independencia – los ingleses la llaman guerra peninsular, y les dicen a sus niños en la escuela, que la ganaron ellos.  Y hasta es posible que de alguna forma puedan tener razón.

Lo verdaderamente aberrante es el hecho de que el ejército francés está ya acuartelado en algunas capitales del Norte de España…

Sí, sí, lo voy a explicar ya que efectivamente, parece una locura…

Resulta que el permiso,  quien lo había  ofrecido a Napoleón, es el que hemos visto  conduciendo los destinos de ese pobre pueblo, al que le van a dejar la casa hecha una lástima.

Y no solo eso, se trata de algo mucho peor, es que además de que los destrozos de la casa,  son muchos, muchísimos de los nuestros, los que van a morir por esa vergonzosa cesión.

¿Qué cuantos?  De cuatrocientos a quinientos mil, más o menos. Una verdadera locura, bueno mejor dicho, un auténtico horror.

Hasta me atrevería a decir algo más: es muy posible, que aquella calamidad nacional,  esa  inmensa desgracia  de todo un pueblo, sea seguramente la mayor que ha conocido nuestra historia. Nos  predispuso a todos los males, pérdidas, guerras, deterioros y hasta calamidades que ha venido desde entonces, arrastrando nuestra Nación.

El Rey, Carlos IV efectivamente, aparte de su mujer, a la que gustaba regalar los muebles de madera que con sus propias manos  terminaba,  tenía solo otras dos personas más, de las que en teoría podía confiar.

Su hijo y su valido.

Bueno, pues lo único verdaderamente real, era  que no se podía fiar de ninguno de los tres.

De  su mujer por engañosa. De su valido por insaciable, y lo que es peor, de su hijo por traidor.

Pero en fin, él  a lo suyo: muebles de pino para su mujer,  condecoraciones para el valido y lamentos por las traiciones de su hijo.

Había una cosa buena. La verdad es, que no sé como  de buena… El valido y el hijo se odiaban a muerte…

Uno, Príncipe, Caudillo, Almirante, Generalísimo, Ministro Universal, Duque de Alcudia y de Evoramonte, Señor del Soto de Roma y de la Albufera, Caballero del Toisón de Oro, todo eso tenía y, pretendía aún más cosas.

Quería ser también Rey, y regentar una parte de Portugal, en el Algarve, al sur.   Esa era la zona que según el reparto que había hecho  con Napoleón, se le cedía para gobernar en ella, a título de Rey, él y sus sucesores.

Sin embargo, he aquí que el otro, el  repugnante hijo, después de traicionar a su padre, a su madre, a sus seguidores y a quien  se le ponía por delante, logró montarle  un rifirrafe de tal calibre, al “protegido”, que ha pasado a las crónicas como el célebre “Motín” de Aranjuez.    Del que  lo sacaron medio a rastras, y con suerte, de que no le cortaran el cuello.

Lo que ocurría, sin embargo era, que el mal ya estaba hecho.

Había tropas francesas  acantonadas en prácticamente todas las ciudades españolas, en espera… ¡ese era el pacto!… De la invasión de Portugal.

Son los comienzos del año 1808.

Cualquier tropa, en campaña y sobre todo en un país extraño, pues ya se sabe… no hace falta ni contarlo, jaleos, riñas, enfrentamientos, y por lógica desmadre.

Siempre estas cosas, no sé por qué, comienzan por lo mismo:

¡Son ellos los que han violado a la muchacha! ¡Estos gabachos mal nacidos!  ! ¡Pobre mujer! ¡Qué horror! ¡La han ultrajado!…

Pues no queda otra… los matamos.  Y efectivamente, los matan

Bueno, puesto que ya estoy perseguido, pues…! Al monte!

Así lo cuentan, pero está claro, que cuando además, ves un ejército  extranjero que invade tu tierra, te imaginas lo peor.

Naturalmente les ocurría  a cientos, incluso a miles,  y por supuesto, en todas las regiones de  España.

Desde luego, una cosa era cierta. No hacía falta ser tan listo como Napoleón, para darse cuenta de que con aquella “tropa” a todas luces indigna y miserable dirigiendo los destinos de una nación, cualquiera puede pensar en hacerse fácilmente con ella.

Si además, eres como  Napoleón de listo,  por descontado.

El “trabajador” del mueble, ya no aguanta más y abdica. De mala gana pero abdica, por el chantaje al que le somete su hijo.

Ya es Rey de las Españas el personaje peor intencionado que han conocido los siglos.   Tiene hasta nombre propio, que no se lo pongo yo, lo ha hecho la Historia: – El felón –  Y lo recibe alborozado el pueblo de Madrid. Es lo que tenemos aquí.

Aunque pronto Napoleón lo va a llamar, para que se pase por Bayona.

Estamos en 1808 y la expectación armada es la norma durante los primeros meses del año, hasta Mayo en que se va a organizar el día dos, la gran bronca en Madrid.

Pero ya tenemos a Juan, haciendo “la guerra”.  Sin exagerar, la guerra en miniatura…la ”guerrilla”, la “petit guerre”, como la llamaban los franceses. Pero que nadie piense que por llamarla así, era menos peligrosa,  posiblemente, al contrario.

Está en manos del propio pueblo y supondrá la más verdadera, heroica  y eficaz defensa contra la invasión.

En un  tipo de confrontación regular, llamémosle territorial, la fuerza militar del ejército invasor no guarda proporción con la del invadido, no es mayor en número,  pero por supuesto si en eficacia.

La guerrilla, sin embrago, representa la intervención de todo el pueblo en el combate.  Es la idea general y única de los habitantes de la Nación, de luchar a muerte contra el invasor.

Si, es una guerra irregular. Pero tiene muy importantes ventajas: sorpresa, hostigamiento continuo, desmoralización del enemigo, necesidad de mantener tropas de vigilancia, protección de correos y aprovisionamientos,   goteo continuado de pérdidas de efectivos, información completa de los movimientos del ejército regular, espionaje, en fin casi todas.

Los enfrentamientos nunca son en campo abierto, son pequeñas escaramuzas con aprovechamiento del terreno y la sorpresa,  y  siempre, con la colaboración sin condiciones de la población civil.  Es el tiempo en el que ya vamos a ver a nuestro protagonista, como ha dejando el arado, el hacha y la podadera y ha tomado nuevamente el sable y las pistolas.

Ahora lo exige, su dignidad como español.

Son muy pocos, los que le siguen, apenas sus hermanos y unos pocos más, y comienzan las correrías contra el francés.  La primera acción, interceptando un correo en Honrubia de la Cuesta, cerca de Aranda de Duero.

Pronto, son varias docenas de hombres.  Saquean, roban, matan y mueren,  cualquier cosa es buena contra el invasor y pronto su fama se extiende y agiganta.

Se está haciendo famoso.

Lo reconocen así las autoridades civiles y hasta militares, tanto, que apenas transcurrido un año, le conceden el grado, y el sueldo de teniente.  Siguen siendo tantas y tan importantes sus heroicidades que llega hasta ser General, aunque por supuesto lo que nunca pudo ser, fue disciplinado.

Y eso en el Ejército, nunca puede ser  moneda de uso.

Aumenta significativamente su prestigio y a la vez también sus enemigos.

Pormenorizar aquí sus logros militares durante los años 11, 12, 13 y hasta el 14 del 1800, sería inútil. Muchos, muchísimos, tantos que asombraría enumerarlos. Guadalajara, Sigüenza,   Calatayud, Cuenca, La Almunia.

Llegan a tanto los éxitos,  que hasta son reconocidos por el enemigo. Incluso se ordena al General Hugo, exclusivamente de su captura. Sí, efectivamente, el padre del escritor, Víctor Hugo.

Son tan comentadas sus hazañas, que hasta llegan a ser conocidos todos los guerrilleros con el sobrenombre de “empecinados”. Se ha convertido en un héroe nacional, que representa los más puros valores del patriotismo, y de la lucha contra el invasor.

Desde luego, todos nos estamos haciendo estas alturas del relato,  la misma pregunta.

¿Cómo puede entenderse esto, conociendo como conocemos todos, el final de esta historia?

Mire, no es de extrañar. Las cosas en España han sido siempre así. Por mucho que se empeñen los incorregibles, entrañables y queridos “bienintencionados” que han existido, y siguen existiendo.  No hay duda, que esto,  es  “diferente”.

Cuando llega nuevamente el malvado Fernando, España ya tiene  vigente una Constitución.  La célebre “Pepa” y él jura solemnemente acatarla, y naturalmente Juan Martín como otros muchos liberales es enaltecido y hasta  nombrado Gobernador.

Pero, quien puede creer que aquel indecente mandatario cumplirá sus juramentos… Nadie.

Ante su persecución, ya tenemos un exilado más. Juan  marcha desterrado a Portugal.    Pero llega la ignominia hasta  declarar una amnistía, y con ella vuelve a su tierra.  Y, lo están esperando los realistas para detenerlo.

Gregorio González Arranz, Alcalde de Roa fue, junto a Domingo Fuentenebro como Juez nombrado ex profeso, por mandato del Rey, los que cometieron la indignidad.

Es lo mismo, tienen ya  poca importancia los nombres…  Solo son dos peones hábilmente movidos. Siempre han existido desaprensivos asalariados al  servicio de los poderosos, y lo que es peor, siguen existiendo.

Hasta después de muerto tiene su leyenda romántica. En este caso, elaborada por un inglés Federico Hardam, un hispanista. Militar en las guerras carlistas, que escribió un libro, en el que cuenta con verdadero entusiasmo y hasta afecto, las muchas aventuras del Empecinado.  Traducido por nuestro genial Don Gregorio Marañón, al que acompaña, con un prólogo en una pieza de verdadera sensibilidad y altura literaria.

Entonces, las conclusiones  ¿Cuáles pueden ser?

La primera es que cuando lea usted, la novela de Pérez Reverte, los “malos”, le van a parecer a usted. San Claudio y San Efrén.

Pero otra, la más importante posiblemente sea, que es muy difícil hacer juicios, ya que dependerán  de apreciaciones, pero en términos generales, una:

Que aquí, la realidad supera a cualquier ficción.

Y también, que los pecados, tienen sus categorías, siendo más trascendentes unos que otros. De ello que analizando someramente, como dicen en geometría:   – A la simple inspección de la figura –.

A los personajes que aparecen de este triste relato, que podríamos llamarlos   “Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis”

Colegir de ellos las siguientes conclusiones.

Apartando, al “mueblista”, que posiblemente también tuviera sus culpas,  y a la aborrecible  lujuriosa. Ya que bien pensado, sus pecados  no parece que puedan influir en el futuro, y por ello podamos considerarlos de “poca monta”.  Y lo de “monta” está dicho sin ninguna intención.

Sin embargo, otra cosa distinta son los otros dos: el “valido” y el “hijo”.

Guerra, enfrentamientos, ruina de millones y millones de personas, sufrimientos si límite, miseria, atraso, incultura, las mayores desgracias, que pueden infringirse a todo un pueblo.

Aunque sobre todas ellas, la peor, es posible que haya sido el origen del nacimiento de algo, que seguimos padeciendo:

– Las dos Españas –

Hasta  el léxico,  cambió en la España desde entonces:

Obsérvese:

Barro.- Masa que resulta de mezclar tierra con agua. Embarrado.- El que está manchado de barro

Lodo.- Barrizal de cieno. Enlodado.– El que está  sucio de lodo.

Pecina.- Limo negruzco en aguas detenidas. Empecinado.- Guerrillero valiente y obstinado que luchó contra el invasor extranjero.  Bienaventuradamente  nacido en Castrillo de Duero.

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