Infanta Isabel de Borbón

La Chata

Una gran señora, modelo, personificación, símbolo, espejo, y emblema de la Institución Monárquica.

Tal vez para iniciar la presentación de este personaje fuera interesante comenzar con unas preguntas…

¿Cual fue la persona que sin pertenecer a la familia real desempeñó la Regencia en dos ocasiones?

El Cardenal Cisneros.

Sí señor, muy bien, efectivamente, Gonzalo Jiménez de Cisneros.

Ahora, otra un poco más difícil.

¿Que, persona también en dos ocasiones, ha sido designada con el Principado de Asturias, es decir, con el título que ostenta el heredero de la Corona, según ordena la Constitución…?

Pues, el caso es que…

Voy a ofrecerle un poco de ayuda…  Es el mismo personaje histórico al que la Ciudad de Madrid le tiene dedicadas dos calles, y hasta un teatro, cosa  verdaderamente exclusiva.

Ah sí, claro… La infanta Isabel…

Muy bien, así es.  La calle o paseo con su nombre, cerca de Atocha por un lado, y la llamada calle de la Princesa, que también está dedicada a ella, así como el teatro de la calle Barquillo.

¡Muy bien! ¡Magnífico…!   Lo veo a usted muy versado en estos asuntos.

Ciertamente, es ella, la persona a que nos referimos ahora.

La Infanta Isabel.  Conocida por el cariñoso apodo de la  – Chata – con el que el pueblo la distinguía, además de con su afecto.

Oiga, y existía alguna razón para eso de “chata”  ¿parece un poco irrespetuoso…?

Pues no,  le aseguro que no, tal vez fuera por su nariz un poco respingona pero puedo asegurarle que siempre fue dicho con el respeto, y hasta con el cariño que la tuvo durante toda su vida el pueblo de Madrid.

Y es, por esta circunstancia por la que hoy, traigo su figura a esta tribuna de personajes.

Cariño, efectivamente, que supo ganarse en virtud de sus características personales: afectividad,  simpatía, generosidad,  moderación, compostura y honestidad… ¡Le parece poco!

La verdad es que lo que me parece es mucho…

Personaje, que  pudo ser en dos ocasiones y durante 12 años, Reina de España, y que extiende su vida pública por cauces de absoluta sencillez y ponderación, no exenta de rigurosidad; pero siempre con la complacencia necesaria, la dedicación suficiente en temas sociales y el agrado justo, para convertirla en un auténtico modelo, en ganarse el afecto del  público, y  llegando con esos atributos también, a  conseguir la estimación de todos sus cercanos.

A grandes rasgos, esta es la definición que merece esta  -“Gran Señora”-

Doña María Isabel Francisca de Asís Cristina Francisca de Paula Dominga de Borbón y Borbón, Infanta de España.

Sí, bueno pero en realidad…  ¿Cuál es el motivo por el que a los hijos de los Reyes en España, los llamemos Infantes, cuando en todas las monarquías europeas los llaman príncipes?

Pues  la verdad, es que no lo sé.  Pero en realidad es cierto. Aquí, efectivamente, solo reciben el Título de  – Príncipes – cuando  son nombrados: – de Asturias -.  Es decir herederos directos de la Corona. Mientras tanto, a todos los  demás los llamamos… Infantes…

Es muy larga historia la de este título de  – Príncipe de Asturias -, lo han ejercido durante muchos siglos, hasta cuarenta y tantas personas.  En este momento lo ostenta la infanta Leonor, hija mayor de Felipe VI.

¿Por qué la llama usted larga historia?

Vale el calificativo de “larga” ya que se remonta su institución al año de 1388 en la persona de Enrique, hijo de Juan I de Castilla. ¿Le parece poco?

La protagonista nuestra de hoy, la Infanta Isabel, fue designada con ese título  en dos ocasiones. Una a su nacimiento, como hija primogénita de Isabel II, su madre, manteniéndolo desde el año de su nacimiento en 1851 hasta la llegada al mundo de su hermano Alfonso, que pasaría a recibirlo. Y otra, a la llegada de este a España, con 17 años para ocupar el Trono, en 1874, hasta el nacimiento de la primera hija de su segundo matrimonio con María Cristina de Habsburgo en 1880, María de las Mercedes que pasaría  a recibirlo.

Posiblemente sea el personaje nuestro de hoy, la Infanta Isabel, una de las personas en las que podamos considerar, que mejor se marcan las diferencias entre las dos épocas en las que por aquellos tiempos vivía España.

Llegaba la modernidad, es decir el cambio de siglo. Su vida efectivamente, ocupa los dos, el XIX y el XX.

Ya anteriormente y de manera efectiva con su madre Isabel II, se manifiestan las características de un romanticismo que agonizaba, y sin embargo ella misma, en su vejez, puede observar y hasta sufrir, los profundos cambios que han ocurrido en la sociedad española, que se ha convertido en tan pocos años, en algo completamente distinto.

Y es muy de destacar este aspecto, ya que las ideas republicanas estaban tomando carta de naturaleza en aquella sociedad.  Precisamente en el momento de su declinar fisiológico, es decir, el final de su madurez y comienzo de la senectud, y  sin embargo, curiosamente ella  como representante genuina de una monarquía que languidece, seguía siendo respetada y hasta querida.

Tanto, que con la proclamación de la Segunda República fue precisamente  a ella, a la única persona de la realeza, que se permitió quedarse en España.

Aunque, prácticamente octogenaria, no quiso aprovechar ese privilegio y salió de España con sus familiares.

Al muy poco tiempo falleció en una Residencia-Convento cerca de Paris y fue enterrada allí.

La genética en su caprichosa realidad, la hace heredera de algunas de las peculiaridades más destacadas de su madre, sobre todo  la naturalidad, sencillez y afabilidad de carácter, aunque afortunadamente en otras, fuera muy distinta a ella.

Cierto, que al nombrar la figura de su madre la Reina Isabel II, asaltan sobre cualquier lector, sean cual sean sus conocimientos históricos, los más diferentes juicios, exculpatorios unos, posiblemente los menos, e incriminatorios otros, seguramente los más. Sin llegar, ni unos ni  otros a representar lo que en realidad fue su verdadera realidad personal.

¿Y cuál considera usted que fuera esa realidad?

A mi modo de ver no puede ser otra, que el auténtico, riguroso y extremado infortunio de aquella mujer.

Es verdad, que ya la historia la llama  -“la de los tristes destinos”- calificativo con que la define Don Benito Pérez Galdós, como queriendo presentárnosla en su verdadera autenticidad.  Fue, en verdad, una mujer profundamente desgraciada.

Todo lo que la acompañó en su existencia fue desventurado.

Desde luego la historia no es que la juzgue demasiado bien…

Naturalmente, los historiadores que son como corresponde, con el estudio detallado de los documentos, los encargados de trasmitir, con mayor o menor imparcialidad sus hechos para la posteridad, la  juzgan siempre como persona pública. Y desde esa óptica, el juicio puede estar distorsionado, al olvidar sin querer, que en cualquier personaje, existen dos circunstancias indisolublemente asociadas.  Una, su trasfondo humano, que por lógica siempre le acompaña, y otro las circunstancias en que se desenvuelve.

Recuerdo a este respecto, un magnífico programa de Televisión avalado por eminentes historiadores, en el que se pormenorizaban de manera detallada y puntual sus gobiernos,  sus decisiones y en general su política, sin embargo, aquel aquelarre de confusiones, con verdaderos escándalos, turbaciones y desconciertos familiares del personaje Real, lo saldaban para definir la realidad de aquella vida, con doce partos y numerosos abortos, y con la incapacidad manifiesta de su marido, que además era su primo hermano, y  declarado homosexual, con unas mínimas palabras, que simplemente decían de ella: – no fue feliz en su matrimonio. –

Lo que suele ocurrir, es que los que damos alguna, o incluso mucha, importancia a los valores, humanos y circunstanciales, parece que olvidamos los más profundamente institucionales, normativos, y reglamentarios.  Puede pensarse por este motivo que nos dedicamos a la novela, al romance o simplemente a la anécdota, y hasta puede recibir nuestro modesto quehacer, aunque este realizado con la mejor voluntad, el nombre un tanto despectivo, de…  historieta.

Pese a que pueda ser encuadrado así, no importa. ¡ Bendita historieta !

Ya que está concebida desde la objetividad de consultar muchos libros, pensada desde la tolerancia de no tener adscripción política alguna, y realizada desde el más profundo respeto hacia la Institución Monárquica.

Por esas tres razones, es por lo que  el nombre que reciba es lo menos importante.

Sea en función de ello, que el lector ahora pueda permitirme dar unas breves  pinceladas algo más minuciosas sobre la Real persona de esta simple mujer, más que sobre el propio personaje público de  Isabel II.

Al fin y al cabo no nos salimos del tema, ya que es la madre de nuestra protagonista.

Tiene usted razón. No, nos salimos

Y vamos a ver con ellas, cómo no es en absoluto exagerada esa anterior afirmación, de que todo su alrededor fue miserable:

Su madre, María Cristina de Borbón Dos Sicílias, un verdadero infortunio. Una vulgar mujer que desde su madurez avergüenza a todos  con sus comportamientos personales, haciéndose acreedora a la frase aquella tan conocida de:   “Esta señora, está casada en secreto y embarazada en público”  y que además  como sabemos, llegó en sus postreros años de vida a la inmoralidad, el escándalo y hasta la ruindad. Desterrada en dos ocasiones de España, nadie, nadie  podrá asegurar que fuera el modelo de madre que pueda apetecerse.

Esto, por si mismo, puede ser ya una muy importante rémora psicológica para cualquier persona, a la que  le va a faltar esa dedicación cálida y amorosa que siempre dispensa una madre; pero en el caso de una personalidad como la de Reina Isabel,  con una afectividad casi exagerada, no es una rémora, es prácticamente lo que decimos: una verdadera desgracia.

Si al leer esto, queda en vuestro ánimo algún resquicio de duda, podéis acercaros en esta misma tribuna, al contenido de la biografía de esta buena Señora,  en  María Cristina de Borbón Dos Sicilias.

Oiga pues hasta tiene un monumento muy bonito en Madrid…

Ya, ya, lo conozco, pero observe como el arquitecto, con un muy disimulado criterio, que pasa desapercibido, pone su figura “entre rejas” y con las llaves en el Ayuntamiento.

La verdad es que no había reparado, pero tiene usted razón.

Su padre, casi peor,  un despreciable individuo, traidor a todo, y a todos, incluso por muy poco, a ella misma.  Cierto, que la única ventaja pueda ser que  convivió muy poco con él, ya que el llamado “felón” murió pronto.

Pues es cierto…

El marido, tampoco ninguna maravilla.  Había tantos candidatos presentados por las más diversas instancias, nacionales y también internacionales, y la fueron a casar, para no perturbar tantos intereses, con un pobre hombre, que lo de menos, es que fuera afeminado, y de ello, aquella célebre exclamación de la pobre, cuando la anuncian que ha sido elegido para ser su marido,  y grita desesperada….

! No por Dios… con Paquita no, por favor…!

Es que además, era un verdadero minusválido, ya que padecía un hipospadias que lo inhabilitaba para la concepción.

– Expliqué ya detalladamente en otro de estos pespuntes históricos, en lo que consiste el hipospadias.  Si no lo recordáis, buscarlo en Google.

Y además, por si le faltaba algo… era  celoso, calculador, intrigante y ambicioso.  Vamos… una verdadera joya de hombre.  Cierto que con estas características, lo menos malo que le pudo pasar, es que toda su vida fuera un detestable cornudo.

Así como lo describe usted, un triste personaje para olvidar, verdaderamente

El que parece ser, su primer amante, el General “bonito”, Serrano. Del que el pobre marido, aquel…  “Paco natillas”, que es como llamaba el pueblo a Don Francisco de Asís,  – ¡exige! –  ante el primer desacuerdo matrimonial, que salga de vivir en Palacio, para poder entrar él, que es el marido…  Pues este, que parece ser momentáneamente su ideal de compañía, también la traicionó, ya que  años más tarde promoverá  con el General Prim y el Almirante Topete la Revolución del 68 que la expulsaría de España.

Que ¡barbaridad!…

Don Antonio Cánovas del Castillo, posiblemente el más importante político de aquel momento, creador del bipartidismo parlamentario con Sagasta, basado en el modelo inglés, y  fundador del “canovismo” o también llamado posibilismo, y principal valedor de la Restauración monárquica en la persona del primer hijo varón de la propia Reina, Alfonso XII.   Que cuando ha logrado asentarlo en el Trono, digamos que…  la “desaconseja”, por no escribirlo en toda su frialdad y crudeza, la “prohíbe”,  volver a España desde París, donde vive desterrada.

¿También este, que restauró la Monarquía, se portó así con ella?

Su  hermana, Luisa Fernanda, a la que han casado en la misma fecha que a ella con el Duque de Montpensier, uno de los diez hijos del último rey francés, Luis Felipe I.  Posiblemente este, el personaje más indeseable, despreciable y nefasto de la época, ambicioso, intrigante, conspirador y enemigo irreconciliable de Isabel, pero al fin y al cabo…  su cuñado.

Su propio hijo Alfonso XII,  que cuando ella consigue después de años, y repetidas negociaciones regresar a España  y establecer su residencia en Sevilla, donde vive su hermana, puesto que en la Corte se lo prohíben; pues bien, aquí su propio         hijo desoyendo sus recomendaciones, se casa con su prima hermana, precisamente la hija de los Montpensier.

¿Quiere decirse que su  hijo se casa contra la voluntad, materna con la hija de su mayor enemigo? Es terrible… de verdad…

Para que referir además,  las docenas y docenas de personajes políticos, desaprensivos, egoístas y desleales, que  aprovecharon, primero su  simplicidad, luego su ingenuidad, y como consecuencia su incompetencia, para intentar manejarla a su antojo.

Sin contar también, la carga psicológica  que supone arrastrar durante toda su vida el auténtico “calvario” de saberse, aunque involuntariamente, la causante personal del desgarro sociológico que están provocando en la Nación española  las guerras que la conmocionan, por causa de los desacuerdos ocurridos en su familia, al considerarse  su tío, hermano de su padre Carlos María Isidro de Borbón con derechos al Trono de España, que a ella le correspondía de forma  constitucional.

Claro, es verdad …

¿Puede no entenderse que a cualquier ser humano falto de los estímulos positivos de una madre, un padre, un marido, un hijo, una hermana, de los propios cercanos y hasta de sus propios amantes, tenga unos comportamientos sociológicamente desatinados?

Se entiende, se entiende, perfectamente…

¿Sería lógico considerar estas afirmaciones, fieles reseñas de sus adversidades, no ser suficientes para que en una naturaleza sencilla, con un carácter ingenuo  y una voluntad educada sin ninguna firmeza, se den conductas consideradas por una sociedad puritana como la de entonces, como inmorales?

Tiene usted toda la razón, no, efectivamente no es justo…

Ante estos  hechos, puede alguien con un mínimo de buena voluntad, sereno juicio y mínima sensibilidad, no entender las turbulencias emocionales de esta  “pobre mujer”,  que intenta durante su amarga vida encontrar alguien que no la engañe, ni  que utilice  su acercamiento para vilipendiarla, o que busque su aprecio, incluso su amistad para aprovecharlos en beneficio propio.

Valgan estas simples pinceladas exclusivamente, para tratar de entender, por supuesto, sin ánimo ninguno de justificación, pero tampoco de juicio,  lo que fue la emocionalmente dislocada, atribulada y hasta convulsa vida en lo afectivo, de Isabel II, la madre de nuestra protagonista de hoy.

Aunque también puedan servir para arrojar algo de luz sobre aquel borroso, y hasta podríamos llamar indecoroso panorama que rodeaba a aquel  ser humano, que desde su inexperiencia, su ignorancia y también desde su candidez fue manejado por toda clase de turbulencias sociales y políticas, feroces críticas y despiadadas censuras.

Desde luego, así como lo plantea usted es cierto, parece no merecer tan despiadada crítica como con la que fue juzgada por aquella sociedad. ¿Pero oiga, una pregunta, y el pueblo como la juzgaba?

¿El pueblo llano…?

Nunca estará mejor empleado aquel proverbio latino: Vox populi.

Bueno… pues este, entre que lo observa pero quiere disimularlo, o que lo entiende, y trata de disculparlo. En realidad simplemente, lo justifica.  Ya que la despreciable figura del marido, que a nadie engaña, es considerada y con razón, que lo auténticamente justo es, que no merece a esa mujer.

Lo dejaba muy claro en aquella “coplilla”…:

“Isabelona”, tan frescachona…y “Don Paquita”… tan mariquita,

De ello, que en los cafés, en las tertulias y en la propia calle, el pueblo apartando los prudentes convencionalismos políticos, incluso los falsos artificios religiosos, y sin ninguna reserva, ante el anuncio de los partos de la Reina, se alegra y grita… Viva la Araneja, y unos años después… Viva el Puigmoltejo.

En una palabra, en su sencillez el pueblo llega a entender aquella frase que ante la perentoriedad matrimonial forzada, con aquel “hombre”, le dice a su madre:

– Cedo como Reina, pero no como mujer…

La verdad, es que ahora se ve todo más claro…

Efectivamente. Nuestra protagonista de hoy, la Infanta Isabel, su primera hija,  será el tercer embarazo, de aquella desventurada mujer, ya que los anteriores fueron dos varones que fallecieron de inmediato.

Resultaba, que por los tiempos de aquel tercer embarazo, la persona que frecuentaba asiduamente el palacio, era Don José María Ruiz de Arana.

Ese pueblo llano al que usted se refiere, hasta le tenía puesto nombre al acompañante de Isabel II,  aquella desventurada Soberana.

Lo llamaban, el “pollo Arana”.

¿ Y se piensa que este pudiera ser su padre biológico?

Naturalmente.

Un joven guapo, fogoso y atrevido, perteneciente a una familia de la alta nobleza, procedente de una localidad aragonesa llamada Aldehuela de Liestos, en la provincia de Zaragoza.   Él  mismo, tenía el título de Conde de Sevilla la Nueva,  y frecuentaba palacio en los que entonces se conocían como los “bailes pequeños”. Se había distinguido en la defensa de la Institución Monárquica en unas revueltas populares encabezadas y dirigidas por el General Serrano contra la Reina, y en las que incluso había sido herido.

Entonces… ¿casi más que sospechas?…

Desde luego, podemos prácticamente asegurarlo. Tan es así, que pasados muchos años, viviendo la Reina entonces ya anciana y desterrada en Paris, se sabe que José María Ruiz de Arana, que había ejercido los cargos de Senador y Embajador en la Santa Sede, y  formado para entonces una familia al contraer matrimonio con Rosalía Osorio de Moscoso, Duquesa de Baena, pidió permiso a la Reina para poder revelar a nuestra infanta Isabel la verdad sobre su paternidad.

Parece ser que se llevó a cabo esta íntima y reservada, llamémosle confidencia, en el Palacio de Castilla en París donde residía la Reina Isabel desde su exilio.

Claro, esa es entonces la auténtica realidad.

Como curiosidad, este edificio llamado Palacio de Castilla,  pasó a la muerte de la Reina a convertirse en el Hotel Majestic,   posteriormente ser  Sede de la Comandancia militar alemana durante la ocupación, también  sede de la Unesco años después, y hoy en día, adquirido por un grupo chino, vuele a ser importante hotel de lujo.

Había pasado poco más de un mes del  nacimiento de la Infanta y cuando la Reina se disponía a cumplir con la inveterada costumbre entonces en  la Corte, de  la presentación de los infantes recién nacidos a la Virgen de Atocha, y precisamente en el momento de su salida de palacio, cuando sufre un atentado perpetrado por  un llamado, “cura Merino”  que la agredió con un arma blanca.

¿Pero cómo, cura Merino? Si ese, creo que fue un guerrillero contra los franceses?

No, vamos a ver… Existen efectivamente, – dos curas Merino -.  Pero no tienen absolutamente nada que ver uno con el otro.

El guerrillero contra los franceses se llamaba Jerónimo Merino Cob y era natural del pueblo burgalés de Villoviado, hoy en día una pedanía de Lerma. Y el otro, al que nos estamos refiriendo ahora, el regicida, Martin Merino Gómez. Son iguales los primeros apellidos y hasta se da la misma condición de sacerdotes en ambos, aunque no  tienen nada  en común.

Pues como le decía, este sacerdote, que como diríamos ahora, con algún trastorno mental transitorio, incluso desencadenado por su liberalismo exagerado, agredió de manera alevosa a la Soberana con un estilete, causándole una herida punzante en el abdomen, que afortunadamente y gracias a la casualidad, de que al tropezar el arma contra el recio corsé de barbas de ballena que vestía la Reina, no produjo más que una herida leve, de la que en pocos días se recuperó.

Alguna ventaja habrían de tener aquellas, sin duda incómodas, vestimentas femeninas.

Efectivamente, tiene usted razón, serían engorrosas pero al menos en este caso sirvieron de coraza.

El “protector” corsé, como autentica pieza histórica, pasó a engrosar años después el fondo del Museo Arqueológico Nacional, pero incluso se ha podido contemplar,  no conozco si actualmente se puede, en el Museo del Romanticismo instalado en el palacete del Marqués de Matallana, en la calle de San Mateo de Madrid.

Ni que decir que Martin Merino fue sentenciado a muerte, secularizado y ejecutado días después, y en los interrogatorios confesó que había sido a la Reina a quien atacó, aunque no tenía nada personal contra ella y que su intención era matar a la Reina Madre María Cristina, al Jefe de Gobierno, en ese momento el General Narváez o la  pequeña infanta. Habiéndolo perpetrado en la persona de la Reina, solo por el hecho de que circunstancialmente le fue más fácil en ese momento burlar la vigilancia amparado en sus hábitos.

Los vestidos y las joyas de la Reina en el momento del atentado fueron regalados a la Virgen de Atocha como ofrenda, y en agradecimiento por aquel  auténtico “milagro”. Por ese  mismo motivo la Reina mandó poner en marcha un proyecto de instalación de un Hospital en la ciudad de Madrid, que contaba únicamente con el antiguo de San Carlos.

Hospital que se inauguró en su primigenia localización en lo que se llamaba entonces Paseo Areneros,  actualmente Alberto Aguilera, ocupando el solar entre esta calle, la de San Bernardo, Acuerdo y Santa Cruz de Marcenado, inaugurado en Abril de 1858.

En la guerra civil, como medida de seguridad, dada la proximidad del frente de guerra, se trasladó a lo que hoy existe como – Colegio del Pilar -, en la manzana de las calles Castelló, Ayala, Don Ramón de la Cruz y Príncipe de Vergara.  Aunque muy pronto, en 1955 se inauguró el actual edificio en la calle de Diego de León, esquina a Conde de Peñalver, que en el momento de su inauguración ostentaba el nombre de Gran Hospital de la Beneficencia General del Estado, y dependía del Ministerio de Gobernación.

Durante el año 1975 se firma un acuerdo entre los Ministerios de Gobernación y Trabajo, y el Hospital pasa a depender de la Seguridad Social, formando actualmente parte importante de la magnífica red de hospitales madrileños, Bueno, pues este, lo debemos aquel “milagro” que provocaron las ballenas del corsé, aunque por supuesto nadie lo recuerde.

Desde su nacimiento en el Palacio de Oriente de Madrid, el 20 de Diciembre del año 1851 la infanta Isabel fue estimada como Princesa de Asturias y vive una infancia despreocupada y feliz.

Después de tres partos de su madre, siguientes al suyo,  en el 54 la Infanta María Cristina, fallecida prematuramente, en el 55 la Infanta Margarita, también fallecida, y en el 56 otro infante nacido muerto; nace en el 57, el primer varón, Alfonso que habría de ser años después entronizado como Rey, perdiendo Isabel, la condición de Princesa de Asturias.

La diferencia de edad con su hermano Alfonso es de seis años, aunque por expreso deseo de la madre, Isabel no tiene su propio cuarto hasta cumplir los ocho años, en la que se le adjudican doce habitaciones independientes  en el ala noroeste del piso principal de Palacio de Oriente, exactamente encima de donde se encuentra actualmente la biblioteca, y con su propia servidumbre. El empleo de aya se le confiere a Doña María de la Encarnación Álvarez de Bohorquez y Chacón marquesa de Malpica, y teniente de aya a Doña Joaquina Miranda de Vallejo. También la atienden cuatro camaristas,  una de ellas Dolores Balanzat y Bretagne  siempre conocida por – Lola –  va a ser su  compañera de estudios e íntima amiga durante toda su vida.

Su juventud pasa entre una instrucción esmerada en las más diversas materias,  habilidades sociales, competencias protocolarias así como   prácticas deportivas de las que con más afición practicó siempre fue la equitación, que junto con la fotografía, que en aquellos momentos alcanzaba, podemos decir, su mayoría de edad, fueron sus dos aficiones preferidas, junto a la música.

Faltan siete meses para cumplir los 18 años, y contrae matrimonio.

Parece una constante pero el elegido, y no por ella, es un Príncipe de la Dinastía del Reino de las Dos Sicilias, territorio que era gobernado por una rama de la familia Borbón, descendientes de nuestro Carlos III, que al dejar desocupado el trono para hacerse cargo del de España, a la muerte de su hermano de padre, Fernando VI, hijos ambos de Felipe V, nuestro primer Borbón.

Buen es cierto que el tal Reino y por tanto la dinastía que ocupaba su Trono, había dejado de existir algunos años antes debido a los acontecimientos de la llamada Reunificación de Italia como nacionalidad única, y por tanto sus príncipes, uno de los cuales había sido elegido como cónyuge de nuestra protagonista, no es que poseyera demasiados bienes económicos.

Se trataba de Don Cayetano de Borbón Dos Sicilias, Conde de Girgenti.

El matrimonio se celebra en Mayo de 1868, y al que será esposo de su hija, la Reina le concede los honores y prerrogativas de ser Infante de España.  De ello que esté enterrado en El Escorial.

Cierto, que posiblemente por ser un matrimonio concertado por terceros, nunca los desposados gozaron de ese estado de felicidad compartida propio de las uniones más sentimentales. Él, un hombre de carácter taciturno, melancólico y depresivo, pero que puso como condición para su vida en común, que habría de ser sufragada con su propia hacienda, que sabemos era más bien escasa.  Con lo cual nuestra Infanta hubo de prescindir de lujos que le eran concedidos por su posición social, aunque aceptados por ella, incluso de buen grado.

Había algo que se ocultó, sin embargo. El hecho conocido y silenciado, del padecimiento por parte del contrayente, de enfermedad epiléptica.

El hecho es que durante su viaje de novios por diversas capitales europeas donde fueron recibidos y agasajados en distintas Cortes. Se trasladaron después a Suiza, tal vez buscando alguna terapéutica nueva  para la enfermedad epiléptica, pero el hecho desafortunado es, que  estando en la ciudad de Lucerna, se suicidó con un disparo en la cabeza.

Tenemos ya a nuestra protagonista con 20  años, y viuda.

Pues no, aunque pueda parecer anormal no se volvió a casar, posiblemente por el hecho de que la situación política había cambiado de manera muy notable, ya que en ese momento su madre había tomado la decisión de salir de España, con lo cual ya nada la obligaba, y no encontraría nadie adecuado a su agrado personal.

Sea por lo que fuere, el hecho es que cuando los políticos del momento, Cánovas y Sagasta, como artífices de la Restauración borbónica en la persona de su hermano Alfonso, después del llamado Sexenio Democrático, al ponerla en marcha con sus cuatro elementos fundamentales, y definitorios para ello que son: Rey, Cortes, Constitución y Turno alternativo entre los partidos políticos, sube nuevamente al Trono de España Alfonso XII.

Es el año 1874, el Rey tiene 17 años y su hermana Isabel 23,  ya viuda, y llega con él,  presentada ante el pueblo como modelo de la regeneración moral del entorno Real.

Cierto que cumplió este, su “papel” no solo satisfactoriamente, si no de manera magistral, durante toda su vida.

Cuando el Rey contrae matrimonio con su prima hermana, María de las Mercedes, hija de los Duques de Montpansier, y al fallecimiento prematuro de esta, lo hace en segundas nupcias pocos meses después, con María Cristina de Habsburgo Lorena, entiende muy acertadamente que su sitio no está en Palacio, y adquiere como  su vivienda habitual un Palacio en el barrio de Arguelles de Madrid.

Conocido de siempre como el Palacio de la “Chata”, en el número 7 de la calle Quintana, fue desde el año 1902, hasta su salida de España, a la proclamación de la Segunda República su habitual vivienda.

Cierto que en este caso, lo ofrecido por los políticos con su figura, en el sentido de regeneración moral del ámbito Real jamás defraudó, puesto que supo ganarse con su impecable conducta y hasta con su carácter abierto, natural y espontaneo, el personal afecto del pueblo, tratando siempre de elevar la consideración popular hacia la Institución Monárquica.

Los tiempos cambiaban, comenzaban los verdaderos fenómenos  industriales, y con ellos llegaban aires republicanos cada vez más evidentes, sin embargo nuestra Infanta Isabel, durante toda su vida fue la fiel acompañante de su hermano Alfonso XII, y su fallecimiento a los 28 años, supuso uno de sus más terribles adversidades morales, la asistente de su cuñada al quedar viuda y embarazada del próximo heredero, y por supuesto, el apoyo moral, mentor y guía  de su sobrino Alfonso XIII.

Sigue estando en el recuerdo, sobre todo del pueblo de Madrid, que le tiene dedicado un bonito monumento en el Paseo de Rosales.

Por el hecho de que no haya sido verdaderamente paradigmática, la castidad,  una de las virtudes que pueda enorgullecer a la familia Borbón, durante años, tal vez sea mejor para ensalzar justamente su figura, más que el recuerdo de sus aficiones a los actos populares y costumbristas, a sus aficiones, música, teatro y toros, que han sido ya de manera amplia comentadas, conocidas y hasta reiteradamente mencionadas, sea desde nuestro puto de vista, recordar su memoria basándonos en dos de las facetas personales de su vida: la evocación de su integridad moral, con su recato y honestidad, por un lado y por otro, su consideración,  respeto, prestigio y buen sentido hacia la Institución Monárquica, con la que siempre se identificó.

Gracias. Excelentísima Señora.

Usted si merece y hasta cumplidamente el hermoso monumento que  dedica el pueblo de Madrid a su memoria.

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