Fernando III

Un verdadero conquistador.

La historia de un Rey, que consiguió mucho en la guerra, bastante en la paz, en la política casi todo, en la cultura una enormidad,  y claro es natural, no sabían que hacerle, y lo hicieron: Santo

En realidad la Historia, así con mayúsculas, es patrimonio de los verdaderos  profesionales  que con auténtico rigor la analizan y detallan en todos sus aspectos, estudiando profundamente los documentos que, sin duda son, con sus certeros datos los que les ponen en disposición de descubrir la verdad de los pasados hechos.

Nosotros, simples aficionados carentes de esa solvencia que aporta el estudio profundo, y sin el crédito ni la solidez que proporciona la capacitación, hemos de conformarnos con realizar “divertimentos”, pero eso sí, que puedan divulgar y entretener  todo lo verazmente que esté a nuestro alcance, y así mismo también hacerlo de la manera más asimilable, y hasta si puede ser,  incluso atractiva.

Fernando III.  Así en principio, es un verdadero lio.

Decidme, como puede llevarse a nadie, naturalmente lego en la materia, al año 1200, y explicarle  a secas, un nombre. Nació en tal y era hijo de cual y conquistó aquello, pero perdió lo otro en la batalla de tal…

Y es, por lo que  expresaba antes: Los nombres en general se le olvidan a cualquiera, y es natural, veamos  esta simple reflexión para ello.

Al que más, y el que menos, sin ser docto en  materia histórica, desde los Reyes Católicos, hasta el momento actual,  pues cualquiera se defiende y haciendo abstracción de muchas cosas. Así, mal que bien, muy por encima, casi todo el mundo sabe que con Carlos, el Emperador, nieto de los Católicos y, con su hijo Felipe, el segundo, todo va viento en popa.

Luego vienen, efectivamente, los otros dos Felipes: el tercero y el cuarto, estos más bien cuesta abajo. Pero bueno.

Después el otro Carlos, el segundo un  pobre hombre  con el que terminan los Austrias, porque no pueden seguir, ya que se los come la endogamia.  Bien.

Los Borbones después, un poquito más complicado, pero tampoco demasiado.

El primero, Felipe V, que como tiene dos mujeres, primero van a reinar los dos hijos de la primera: Luis y Fernando, uno muy breve y luego el otro  que será el sexto Fernando.

Después, el primer hijo de la segunda mujer, la Farnesio, Carlos III, que ya estaba de Rey en Nápoles, y viene. Después  el bobalicón de Carlos IV y su puñetero hijo Fernando, el séptimo.

Luego su hija, una mujer, en tiempos ya casi modernos, que empezó muy bien y terminó a gorrazos.

En los descansos, dos individuos “puestos”. Uno por los franceses, José, y el otro, una verdadera estampa sacada de un álbum de fotos: Amadeo.

Vuelta a los Borbones, por segunda vez, con los dos Alfonsos: el doce y el trece.

Republica, guerra, Franco y vuelta a los Borbones por tercera vez. Con Juan Carlos, al que ahora, ya abdicado con 80 años, llaman Campechano I.

Y vete tú a saber cómo lo llamarán cuando se muera, – Dios quiera que tarde mucho,-  es decir, cuando salgan a la luz todos los tejemanejes en los que ha estado involucrado.

Un gran embajador, solo ha tenido suerte en una cosa: La Mujer.

Una auténtica señora.

Con los hijos…!válgame Dios!

Un histrión para una, un mangante para la distraída y al muchacho, lo peor.

Aunque dicen, que el “chico alto y preparado” escogió él mismo, contra la voluntad paterna, a una figura de cartón piedra, muy natural y desenvuelta en sus ademanes, para lo que lleva incorporados en la espalda unos cordones, que convenientemente manejados le dan soltura, gracia,  naturalidad,  elegancia y sobre todo, simpatía, raudales de simpatía.

Casi, sus mejores joyas para el adorno y lucimiento de la Institución Monárquica son: que es, divorciada y republicana.

Naturalmente, ni que decirlo, ante todo nuestro más profundo respeto  ya que son los vigentes.

Hasta aquí todo muy bien. Pero qué ocurre desde los católicos hacia atrás: pues una verdadera y auténtica confusión.

Dejemos el principio, celtas e íberos. Luego Roma, la gran Roma, que es, efectivamente, un invasor y, como tal se la trata, sin embargo, un conquistador un tanto particular, con alma de repoblador, espíritu de protector y conciencia de preceptor. Y además, con una característica decisiva como es, que incorpora al acervo de nuestras gentes, dos patrimonios importantes, cultural uno y espiritual el otro, de la importancia de la lengua: el latín y el  Cristianismo.

Pasemos ahora, muy por encima, – tiempo habrá de dedicarle la atención que se merece, – sobre la España visigoda -. El importante tránsito para que pueblos bárbaros convivan y que, por primera vez, se sienta la posibilidad del nacimiento, sobre la península, de un gran pueblo: Hispania, España.

Sin olvidar que la verdadera vertebración se realiza en este tiempo; pero exclusivamente, gracias como hemos visto, a la lengua y a la cristianización que nos había aportado Roma. Sin ella sería impensable, ni política, ni cultural, ni organizativamente su consecución.

Y cuando en estas estamos, llegan los árabes a estropearlo todo.

Un mosaico de pueblos, tribus  y razas que, con un potencial humano y bélico imponente, en unos diez, quince años, no más, se asientan, sobre todo el territorio de la península ibérica.

Sin embargo, sí, efectivamente, ya existe un anhelo común, consecuencia de que también subyace una aspiración, un deseo y sobre todo una esperanza:  – expulsarlos -.

Porque efectivamente, lo que se dice existir, ya existía España.

Ha quedado, milagrosamente un fermento de Patria, en aquellas abruptas tierras del norte que va a realizar la maravillosa aventura de llegar a  formar un pueblo occidental.  Y comienza el largo camino histórico de nuestra Reconquista, que llevan a cabo, aquellos hombres a los que nunca agradeceremos bastante, ser lo que somos hoy en día: Europa, es decir  parte del mundo occidental.

Sin ellos no hubiera sido posible.

Pensémoslo y, aunque silenciosamente, con un simple recuerdo, agradezcámoselo.

Son los primeros esbozos de Reinos, que van surgiendo desde esa frase  tan cierta, que dicen los asturianos y, que parece una chulada, pero que es una verdad como una catedral:

 – Este territorio, Asturias, es España; todo lo demás, es terreno conquistado

Efectivamente fue allí, no podía ser en otro sitio, donde por primera vez se les pararon los pies a los musulmanes, cuando ya eran dueños de toda la península.

Y desde aquellos parajes, se crearon las primeras posibilidades de expulsarlos por supuesto a la fuerza. Esa era la única forma, no existía otra, y se tardaron, nada menos que casi ocho siglos en conseguirlo.

Generaciones y generaciones, muchas, contando con que puedan ser aproximadamente  quince años en general, la ocupación en el tiempo de cada una de ellas. Son casi sesenta, de padres, hijos, nietos, bisnietos… y así hasta 60.

Pensándolo bien, es algo tremendo, inimaginable en el día de hoy.

Gentes que nacen, viven y mueren en guerra; que no conocen otra cosa, que no viven más que para eso y además, por lo general poco, ya que las guerras de entonces eran lo que denominaríamos ahora “de verdad”.

¿Quiénes son los protagonistas? Pues vamos a llamarles primero jefes, conductores de anhelos, caudillos de ilusiones y esperanzas, líderes de unas creencias que han arraigado en el alma de un pueblo. Posiblemente, ya después, reyes que van surgiendo muy en consonancia con sus méritos militares.  Muchos y en diversos territorios, son los embriones de lo que siglos después serán las Españas.

Sí, efectivamente, es lo que saben, pero no reconocerán nunca los nacionalistas, ya que dejarían automáticamente de serlo.

Y hasta lo más importante, durante siglos y siglos, también ellos la defendieron.

Puesto que la verdad y hay que repetirla es  que: Ya existía España

Es difícil hablaros de todos aquellos reyes y no solo por sus  nombres: los Alfonsos, los Juanes, los Enriques; no solo eso, es que, además, y por si fuera poco, encima, son varios reinos: Asturias, León, Castilla, Aragón, Navarra… Y para más embrollo, naturalmente, se casan entre ellos.   De verdad, os aseguro que es una época, históricamente, difícil de contar por los aficionados y de entender por los no avezados.

Se trata además, nada menos que de un periodo de tiempo que no es ciertamente corto. Ocupa desde el año 711, en que llegan los árabes, hasta el 1400 y pico que se van…. bueno, que los echamos.

Nada menos que 700 años largos…

Pues he aquí, que existe en estos tiempos una figura que destaca entre todas las demás, y que conste que en tantos siglos son verdaderamente muchas.  Pues bien, una  sobresale entre todas ellas.

Es posible, que la frase que viene a continuación, para definir la figura de Fernando III, pueda parecer altisonante, grandilocuente y hasta exagerada:

“Desde Don Pelayo hasta Rajoy, no ha existido un mejor gobernante.”

Conste que para realizar esta rotunda afirmación, tengo en cuenta todas las características que han de adornar a un gobernante, que no son pocas:

Prudencia, ponderación, buen juicio, valor, entereza, honestidad, lealtad, honorabilidad, formación, delicadeza y hasta buena suerte.

Curiosamente, todas le adornaban, caso único.

Y tan único, ya que solo a  él, es al que podemos llamar, y con cierta  razón: –Santo-.

Sin duda, para que ocurra un hecho tan insólito como este, han de darse una serie de circunstancias, y todas felices.

A saber.  Un ambiente general idóneo, un entorno cercano adecuado y sobre todo, como más importante, la aparición de una personalidad con características extraordinarias que no suele repetirse en siglos.

El ambiente general, efectivamente era el idóneo. Se podía vislumbrar, por primera vez, la posibilidad de conseguir  – limpiar –  el solar patrio.

Podría metafóricamente hasta  explicarse así:

Imaginemos actualmente un aficionado, muy aficionado, lo que se dice un “forofo” partidario del Rayo.  Su equipo hoy juega contra el Barcelona que, además, está en un momento muy bueno de juego.  Va al campo. Veinte o treinta minutos transcurridos, el gigante del futbol sestea, el aficionado, tonto no es, pero tiene tantas esperanzas…

De pronto, un central de los suyos, le da por un hueco inesperado, un pase en profundidad a uno de sus delanteros que, sin saber cómo, se planta delante del portero del “barsa” y le bate con un tiro por bajo.

Mirad, mirad por favor, con atención la cara de nuestro aficionado, y lo veréis todo expresado en ella.  No se necesitan palabras.

Ahí, en ese semblante, está explicado todo.  Es,  la esperanza.

Lo demás, no importa.

Pues eso mismo fue lo que ocurrió con la victoria en la batalla de las Navas de Tolosa.

Por primera vez, se podía palpar el triunfo. Muy difícil… ¡claro! pero era posible el milagro.

Eso quiere decir, que el ambiente general era de euforia contenida, en todos los Reinos que componían las  Españas de entonces, es decir de la Cristiandad.

Se comenzaba, o mejor dicho se atisbaba la posibilidad de hacer Patria. Y es curioso, que conozcamos ahora, que quienes participaron tan importantemente en aquella memorable victoria fueran en gran medida, vascos, navarros de Castilla y catalanes del Reino de Aragón.

Dicen las crónicas, que se escuchaba casi más vascuence que castellano en la lucha, y encima, comandaba la primera línea en la batalla, Don Diego López de Haro, Señor de Vizcaya.

¡Claro!  Si lo venimos diciendo… Es que ya existía España.

Surge la pregunta sin querer. ¿Qué les ha podido ocurrir, a los que ahora se dicen nacionalistas? ¿Cómo les ha podido involucionar el cerebro a grados tan ínfimos?

Han tenido que ser la boina y la barretina. Sin duda.

Dejando a un lado, esos despreciables malnacidos, los promotores políticos pseudo-eclesiales, que esos ya se conoce que son otra cosa mucho peor, y que no merecen ni siquiera recibir cristiana sepultura en esta tierra, ni nombrarlos, por las tremendas tragedias humanas que han traído, su célebre  “recoger las nueces”.  A los otros, a los de a pie, a los del montón, a los vascos, navarros y catalanes  hijos y nietos de los que hicieron Patria, junto a castellanos y leoneses, cántabros y gallegos, ¿Qué les ha podido pasar?

Indudablemente, no ha podido ser, más que los sombreros tradicionales boinas y barretinas que les han aplanado la sesera, al estar confeccionados seguramente con un paño que absorbe dos elementos intelectuales importantes, eso sí  trascendentales  los dos, cultura e información.

Triste.

También, incluso este ambiente de euforia y esperanza que existía en el momento, pudo efectivamente, influir en la personalidad, en el temperamento de nuestro Fernando III, el Rey que hoy es nuestro protagonista.  Es hasta muy posible.

En cuanto a su entorno cercano pues sí, parece que también era el adecuado, sobre todo en lo que concierne a su madre, Doña Berenguela de Castilla, hija primogénita, de Alfonso VIII. Efectivamente sí,  el de Las Navas de Tolosa, quiere decirse que el vencedor en aquella memorable gesta, era el abuelo de nuestro personaje.

Una extraordinaria mujer, esta Doña Berenguela. Segoviana, Reina de Castilla y Reina Consorte de León.

Por algo será,  que la historia la llame “la Grande” y la “Muy ilustre”.

Es cierto y muchas veces se dice,  que siempre, – al lado de un gran hombre hay una gran mujer-  este es, sin duda, el caso de Fernando III, con su madre, Doña Berenguela.

A la que debemos, agradecer tres cosas: una, la de haberlo parido naturalmente. La segunda, haberle ayudado siempre muy bien en las labores de gobierno, ya que él pasó gran parte de su existencia guerreando, para lo cual,  lo primero que se necesita es estar tranquilo, en cuanto a que en casa, los asuntos están en buenas manos.  La tercera y posiblemente la más importante, conseguir con intuición y habilidad política  que las dos coronas, Castellana y Leonesa pudieran establecerse nuevamente sobre la misma cabeza, la de Fernando, su hijo, llegando a un acuerdo conocido como la Concordia de Benavente para que las hijas del primer matrimonio de su  ex-marido renuncien a sus derechos dinásticos.

 ¿Qué, cómo?  Pues de la manera más natural. Con talento, habilidad… y dinero, no sabemos cuánto, pero bastante.

Cierto que,  Berenguela, bueno, Doña Berenguela, que parece como si ya, con la confianza, le faltáramos al respeto; no tuvo a lo largo de su vida las cosas demasiado fáciles.

Resulta que ella es heredera del Trono de Castilla y la casan, naturalmente por motivos políticos, y aquí viene lo auténticamente sorprendente, con un “casado”,

Un momento, por favor ¿como con un – casado -?

Pues sí, el Papa había anulado el matrimonio anterior del Rey de León Alfonso IX  con Teresa de Portugal, aunque ya existían hijas, y la casan con él.

Efectivamente, es el padre de nuestro protagonista. Un buen hombre, bruto como una mula, pero un buen hombre.

Su mayor defecto, bueno, tal vez no lo sea: que se puede afirmar, sin temor a error, que pasó prácticamente  toda su vida, encima de un caballo o de una señora.

Luego veréis porque.

Del matrimonio con nuestra Berenguela, ya con cierta confianza, que se celebró en Valladolid, autorizado por el Papa, nacieron cinco hijos; pero, he aquí, que el siguiente Papa dijo que no, y anuló también el enlace puesto que eran parientes.

Con lo que se demuestra que la planta de la estupidez, tiene múltiples floraciones, en todos los tiempos, latitudes y estamentos.

Resultando de ello que, nuestra buena Berenguela, tiene que coger a toda su prole, y volver a casa de sus padres, como si dijéramos: “solterita”.

Deja, eso sí, en León, con su -ex-, a uno de los hijos, a Fernando, que pasa su juventud al lado de su padre.

Parece que esto de la formalidad en los asuntos conyugales, va por épocas; volvemos actualmente, por lo visto, a lo del año 1200, ¿serán ciclos de unos ochocientos o mil años?

Este buen hombre, el padre, Alfonso IX, al que los Papas le han anulado nada menos, que dos matrimonios consumados,  no es que fuera mal gobernante, ni mucho menos, a él debemos y podemos presumir de ello en Europa, que fue el primero que convocó unas Cortes.  Bien es cierto que la convocatoria tenía más de intención recaudatoria, que democrática.

La corona estaba en la más absoluta ruina y el dinero lo tenían entre las Órdenes militares, los Obispos y las Ciudades. A todos ellos los emplazó, en una reunión, a la que llamaron – Cortes – para ver la forma más justa de un reparto equitativo,  efectivamente de todo, incluida la política y otras cosas pero ¡claro está!,  fundamentalmente, del dinero.

No obstante, ahí está, y hemos de sentirnos orgullosos y agradecidos, de que con ello podamos al menos, alardear ahora, de haber tenido un primer esbozo de democracia, casi al mismo tiempo que los ingleses, incluso un poco antes.

En lo militar, sin ser lo sobresaliente que sería después su hijo Fernando, tampoco desmereció.  No estuvo mal, les quitó a los almohades: Cáceres y Badajoz. En lo cultural, tampoco quedó deslucido, comenzó a pensar en lo que luego terminaría su hijo, fundar la Universidad de Salamanca, como estudio, al igual que otro que ya existía  en Palencia.

No se quedó atrás, en absoluto, en lo económico-social, repoblando gran parte de las ciudades de Galicia, y  fundando en 1208 una importante de ellas: La Coruña. Otorgándole fuero propio, a lo que hasta entonces había sido el Brigantium romano, o el  Portus Magnus Artabrorum, o puerto de los ártabros. Y además puso en marcha, con la promulgación de leyes al efecto, para contribuir a  orientar lo que entonces eran las auténticas bases económicas del Reino: la Ganadería y la Agricultura.

Apartando lo personal, – en lo que no debemos entrar -, son 19 hijos de 9 mujeres; sin contar los devaneos tontos y sin resultado, que no está nada mal.  Bueno, pues aún le dio tiempo, para peregrinar a Santiago y enfermar de gravedad en Sarria, donde murió.

Está enterrado en la Catedral de Santiago.

Habremos de reconocer que, dejando a un lado en el que no bebemos entrar,  en lo de las señoras, como padre, no está nada  mal.

 Ni por supuesto, como hemos visto, tampoco la madre.

Así que: ¿qué más queremos?  El hijo: un Santo.

Desde luego, muy pocas veces se dan, sobre todo en la Historia de España,  criterios tan coincidentes en los historiadores de todas las épocas y tendencias. Y todos tan laudatorios, y enaltecedores de las conductas de un Rey, como de este.

Y es verdaderamente raro aquí.  La unanimidad es vegetal que florece poco por estas nuestras  latitudes. No es por nada, simplemente que no está bien vista, nos la prohíben nuestras más ancestrales esencias, que son bien conocidas, la envidia y la soberbia; o lo que es lo mismo: el resentimiento y la presunción.

El estandarte más general e importante en España, y que lleva con verdadero orgullo cualquier español que se precie, es el unamuniano y tan conocido:

– De que se habla, que yo me opongo –

Pues en lo que respecta a este Rey, no. Todo son alabanzas, y  por algo será.

Existen cronistas, hasta parece que exagerados en sus juicios, pero otros mucho más mesurados, como Feijoo que  dicen de él, las mismas maravillas, pero en latín: -“non est inventus similis illi”- es decir, (no se ha encontrado ninguno semejante a él).

Desde luego, lo que podríamos llamar el “curriculum” no puede ser mejor.

Comencemos por definirlo: es el primer Rey de Castilla.

No, no es que no existieran anteriores a él Reyes de Castilla; es que, históricamente, se considera Castilla como tal, exclusivamente cuando se une – definitivamente – a León, y es ahora, con Fernando III, cuando se consuma esta unión de forma permanente, por ello, que se le pueda denominar con certeza, como primer Rey de Castilla-León.

Analicemos de nuestro protagonista para empezar, por ejemplo,  el aspecto militar:

En su juventud, cuando su madre le cede los derechos dinásticos que la corresponden, como Reina de Castilla y es proclamado Rey, en Valladolid,  en Julio de 1217, aunque ya en la localidad palentina de Autillo de Campos había tomado juramento, sus dominios suponían apenas unos cien mil kilómetros cuadrados. A su muerte, siendo entonces ya, Rey de Castilla-León, y con el terreno conquistado, sus reinos suponían, más de los quinientos mil.

En realidad, estamos hablando de un conquistador nato.

Aparte de otras muchas cosas, en las que también sobresalió, desde luego, la más llamativa es la conquista de gran parte de Andalucía, con sus más importantes capitales: Jaén, Córdoba y, sobre todo, Sevilla.

No hay duda de que es por la conquista de ésta última, por lo que es más conocido. Pero pensemos que existen docenas y docenas de ciudades, desde Sierra Morena hacia el Sur, que antes que ella,  fueron liberadas por él, del dominio musulmán.

Son muchas, prácticamente toda Andalucía, y  muchos también los  años de batallar, de sacrificios, de penalidades, con espíritu caballeresco, ímpetu de lucha contra el infiel, pero al mismo tiempo, con caballerosidad ante  el vencido.

Posiblemente, con algunos reyes más como él, la reconquista hubiera durado mucho menos.

Estoy seguro de que por ser un personaje español y ahora en estos tiempos de modernidad displicente, desabrida y a veces hasta desconsiderada para  con los hechos históricos que signifiquen enaltecimiento de valores patrióticos nacionales, no faltará algún “iluminado” que para hacerse el inteligente y tratar de sobresalir, sobre lo que ahora se denomina masa, y que está maravillosamente representada en las – redes sociales -, considere, que estos no son méritos suficientes.

Afortunadamente, son como el estafilococo, están en regresión, pero no hay más remedio, tienen que existir. Aunque es siempre bueno recordarles, que gracias a estos méritos que ensalzamos hoy en día, se puede llegar a Sevilla en AVE, se puede votar cualquier opción política, y no es necesario para rezar tirarse al suelo componiendo extrañas figuras. Aunque también es verdad, que como en algún tiempo pasado estas cosas históricas nos las explicaron con aquellas connotaciones del Imperio hacia Dios, y zarandajas similares, algunos se alergizaran a ellas.

Efectivamente, uno de los mayores logros de nuestro Fernando fue conquistar precisamente la ciudad de Sevilla y rescatarla del dominio musulmán. Fue el 23 de Noviembre de 1248, cuando el Emir Axataf se rinde ante él y le entrega las llaves de la ciudad.

Hay algunos hechos que merece la pena contar de esta conquista.

Al ser Sevilla una ciudad fluvial, con un caudaloso río, – el Guadalquivir,- que la cruza y, ya entonces una población de gran extensión, era muy difícil de sitiar puesto que recibía refuerzos y avituallamientos por el río. Se había construido un puente de barcazas, sujetas con grandes cadenas, que impedían el paso.

El rey Fernando encargó a Ramón de Bonifaz y Camargo, un marino procedente del Norte, que se hiciera cargo de la construcción, organización y mando de una flota. Que efectivamente se construyó en las conocidas entonces, como las “cuatro villas de la costa”: Laredo, Santander, Castro-Urdiales y San Vicente de la Barquera.

Fueron 15 naves a las que posteriormente se unieron 5 más, a su paso por Galicia.

Con ellas llegó a remontar el rio Guadalquivir y una vez en la ciudad, romper el puente de barcas y cadenas, construido entre Triana y Sevilla, lo que significaba la imposibilidad de los sitiados para recibir refuerzos del Norte de África.

A los pocos días se rendía la Ciudad.

En los escudos de la villa de Laredo, y alguna otra, figuran actualmente y, también incluso en el de Cantabria, la Torre del Oro y el río, como memoria de esta gesta.

Si pasamos revista a su faceta diplomática, vemos lo impecable de sus resultados, bien es verdad, que basándose siempre en dos aspectos: la responsabilidad y seriedad en los pactos y la misericordia para con el derrotado.

Desde entonces, hasta la actualidad, se celebra en Sevilla, el 23 de Noviembre, festividad de San Clemente, la llamada “Procesión de las Gradas”,  o también, de la Espada.  Es un acto religioso en el que participa el Cabildo de la Catedral, así como el Ayuntamiento de la ciudad, en el que  se exhiben “El Pendón de San Fernando”, y su espada – “Lobera” -, que se lleva suspendida verticalmente y sustentada por la hoja, no por el mango.

Cierto que Sevilla tiene la figura de este Rey en un altísimo predicamento y veneración.  Incluso en una de sus plazas tiene un magnífico monumento ecuestre en su memoria.

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Está enterrado allí, en su Catedral, junto a su primera esposa, Beatriz de Suavia, en una urna de plata a los pies del altar de la Virgen de los Reyes en cuyo basamento puede leerse en cuatro lenguas; castellano, latín, hebreo y árabe un epitafio compuesto por su hijo, nada menos que Alfonso X, el sabio.

Qué hasta en eso destacó, ¡En el hijo!

Ni que decir tiene, que en el aspecto cultural sus hechos y realizaciones rayaron en lo excepcional.

La conclusión de las obras comenzadas por su padre: las grandes catedrales, la conversión de lo que ya era – estudio -, como el de Palencia, en Salamanca, en una de las primeras Universidades de Europa. Consolidar el nacimiento y desarrollo de las Órdenes mendicantes, Franciscanos y Dominicos. Mandar realizar la codificación de nuestro Derecho. Instaurar el castellano, en lugar del latín como  lengua oficial.  Poner en marcha -en su tiempo- uno de los gérmenes políticos más importantes, que con los años se convertirían en los actuales Consejos del Reino, con la creación del Colegio de varones doctos y prudentes que le asesoraran. Reducir al máximo las contribuciones económicas exigidas al pueblo.  Establecer lo que será desde entonces, nuestra Marina y, por último en una época de desafueros, desmanes y violencias, dar ejemplo de integridad moral y de  honestidad.

Hemos de convenir que son prendas suficientes para que merecidamente, se le tenga como Santo.  Y por supuesto que en su tiempo, parece colocado por la historia, para vigorizar la esencia de nuestros valores patrióticos.

Es absolutamente verdad todo, lo que ocurre es que de algún modo en momentos puntuales parece que nos hemos “pasado” un poquito.

Por ello, aunque para  algunos su canonización pueda resultar posiblemente, incluso exagerada, veamos que parece ser que no es así.

Méritos, los había suficientes y, hasta sobrados.

En su tiempo y antes de su canonización, ya se le tenía por santo y se le veneraba como tal desde su muerte en 1252.  Por otro lado, justo en el momento que se llevó a efecto su exaltación a la santidad, para el prestigio de la Institución Monárquica era absolutamente necesaria, casi acuciante. En otro orden de cosas y sin ánimo comparativo, ya Inglaterra con Ricardo; Francia, con San Luis; que por cierto era primo de nuestro Fernando, y hasta Portugal, con su Isabel que, aunque nacida en Zaragoza, era Reina de Portugal, tenían sus santos.

La ocasión era, efectivamente, muy apropiada, no se puede negar.

Corría el año 1671, es decir, eran casi quinientos años los que habían transcurrido desde la presencia en este mundo de una de las figuras más insignes de nuestra Historia: Fernando III;  y, efectivamente, ahora  la Monarquía no pasaba por su mejor momento.

Reinaba, bueno, digamos que era titular, Carlos II.

Pobrecito, una ruina física y psíquica: hoy sabemos que como motivo de la consanguinidad. Síndrome de Klinefelter, entonces lo achacaban a los hechizos, es lo mismo, el hecho es que se necesitaban urgentemente, dos cosas: un heredero para la corona y un encumbramiento, alabanza y glorificación de la Monarquía.

Lo primero, lo del heredero parecía casi imposible, y para ello se mantenían las más desmesuradas y excesivas actitudes; como por ejemplo, suprimirles a sus dos esposas, María Luisa y Mariana, con las que sucesivamente lo casaron, la posibilidad de usar ropa interior. Pensando en la remota probabilidad de alejar de cualquier inusitado “arranque” masculino, el más mínimo impedimento. Aunque ahora conozcamos la absoluta imposibilidad de ello debido al hipogonadismo  que produce el síndrome.

En cuanto a lo segundo, efectivamente no podían darse las circunstancias más apropiadas, y así se hizo, y muy bien por cierto.

Emilio Altieri, es decir Clemente X, canonizó a nuestra figura central de hoy, Fernando III.

No se puede negar que  gracias a él, pero bien es verdad que también a otros muchos, somos hoy lo que somos. España. Europa.

Ciertamente, no se pudo realizar más que solo con una cruz por delante, y aunque les moleste a los nacionalistas, con la idea de una Nación que ya entonces, se llamaba España.

Pero sin engaños, tan frecuentes ahora, exclusivamente por la actitud firme, decidida e inmutable para lograr expulsar de nuestra geografía a las mujeres con la cabeza escondida, la media luna y el turbante.

Consiguiendo así, poner una frontera, con mar por medio y delimitar el hecho de que, a este lado podamos seguir comiendo la mejor – caña de lomo ibérico de bellota – y bebiendo el mejor vino fino del mundo.

Con el mismo respeto hacia sus creencias, que debieran tener ellos para con las nuestras. ¡Claro! Pero…

Vosotros que viajáis más, decidme: ¿cuántas iglesias encontráis en cualquier ciudad de Marruecos?…

Vale, vale…

Muchas gracias por la información.

Y tened, por favor desde ahora en vuestro recuerdo, aquel gran hombre.

Fernando III.

 

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