La vida de un ser humano convertida en un auténtico calvario
La maldita enfermedad mental de una mujer, convertida en Reina, por la que no solo no pudo ejercer sus funciones de gobierno, sino que la impidió hasta vivir en paz. ¿Pudo ocurrir que con su palabra un venerable hombre, la ayudara a morir además de santamente, juiciosa, prudente y cabal?… Podría ser…
Es muy triste esta historia.
Relata los acontecimientos y circunstancias de una persona importante, pero muy desgraciada.
Sí, efectivamente. Juana “la loca” ahora bien, aquí para nosotros es otra cosa, se trata nada menos que de: – Juana – Reina de Castilla.
Una figura egregia de nuestra Historia, tanto que de sus seis hijos, cuatro, fueron Reinas y dos Emperadores. Se puede pedir más dignidad.
Pero ante todo, desafortunadamente, una enferma, afectada de una patología mental que hizo de su vida un auténtico calvario.
Pero, ¿Quién nos dice, que él final, no hubiera podido ocurrir de esta manera?… Que, en los postreros días de su existencia y ante el umbral de la muerte…
Tantos años en las tinieblas de la sinrazón, y al terminar…
¿Podría haber sucedido así?
Pensar que no, hasta podría significar… dudar de la Santidad de San Francisco de Borja.
………………..
Tordesillas, primeros días de Abril de 1522…
Hermosa y florida, está ya la primavera, pero todavía por las mañanas, hace frio en Castilla, los largos pasillos del convento…… ven pasar presurosas las sombras de las alteradas dueñas…
– Está muy mal… Se nos muere…Pobre mujer…
– Hay que llamar a Asunción, que venga pronto. – Casi no alienta…
– Los médicos, pronto, que vengan… El doctor Santa Cara… llamadle
– Que se muere…
– Ya estoy aquí, que ocurre
– Gracias a Dios que llegáis, Doña Asunción
– Está peor, muy mal, miradla, no respira…
– Que os ocurre Majestad, escuchadme… despertad. Me sentís mi señora, soy Asunción, Dios mío, tenéis las manos heladas. Agua caliente, al momento, ¿está avisado el médico?….decidle que venga presto.
– ¿Quién estuvo en la noche, aquí con ella?
– Aldonza, la de Zamora
-¿Dónde está? Llamadla
– Aquí, aquí estoy, Señora-
– ¿Qué ha pasado?
– Nada señora, la noche fue tranquila y sosegada. Escuche completas y dormía. Antes de maitines despertó agitada, calmó luego y cuando fueron laudes, seguía tranquila. Ha sido luego, que pasó la quietud y comenzó a rebullir y temblar sin estar despierta. Se agitaba y dormida le apareció, como espuma en la boca, jadeaba, como lo hace ahora, y asustada, corrí a llamar a la guardia.
– Dios nos asista…
– Ya llega el médico, Bendito sea Dios.
– ¿Qué ocurre? Tranquilas…, vamos a ver…
– Despertad, Majestad, ¿Que tenéis?…Miradme… soy…….
– Acercadme ese frasco que viene en mi bolsa…
– Bien, así, más tranquila ya, respirad profundo, muy bien, vamos así…
– Ya vuelve, parece que comienza a respirar
– Majestad, me oís,…
– Ya parece serenarse, vuelve en sí. Loado sea Dios
– ¿Qué pasa?, ¿Qué es, este revuelo?, ¿Qué hace tanta gente aquí?
– Nada Majestad, parecía estar mal su Majestad, nos habéis asustado…
– Dormida estaba, solo eso. Ya me encuentro bien, podéis retiraros…
– Tú Asunción, ¡Quédate! Necesito hablar contigo…Acércate…
– Me pasa algo raro, parece como si me asomara a otro mundo, es muy extraño. Me encuentro muy confundida…
– ¿Cuántos años llevas a mi servicio? ¿Lo recuerdas?
– Claro, mi señora, muchos, muchos son ya, Majestad.
– Descansad ahora y tratar de dormir algo más…
– No Asunción, es ahora cuando tenemos que hablar, es en este momento cuando es necesario. Ha sido una noche muy agitada, me atormentan las palabras que me ha referido ese Mosén Francisco, al que ayer recibí, ese, sí, el de Borja…
– Sí, Majestad, permaneció hablando con Vos, tan largo rato…
– Qué cumplido hombre. Y qué gran y fiel amigo de mi hijo el Rey, y con qué acertadas palabras se dirigió a mí, ayer… y Dios sabe, que fueron tan recias y rigurosas, que me han acongojado mucho, tanto, que parecen haber truncado mi serenidad.
– Tranquilizaos, mi Señora, ha sido solo, un mal sueño.
– No, no ha de ser solo eso, en verdad es muy asombroso Asunción, paréceme como si todo fuera extraño; nada es igual hoy, es como si no fuera yo, me veo desconocida, no siento ser yo misma…¿Qué ha pasado, Asunción?. Háblame por favor, ¿Qué me pasa?…
– No lo sé, Majestad, no me aturdáis, serenaos por Dios.
– Hace tiempo ya, que fueron superados aquellos ataques de furia que le acontecían a vuestra Majestad, yo sufrí tantos de ellos, y no quiero recordarlos.
– Ahora, hace meses que su carácter mejoró, al Cielo sean dadas gracias. Solo quedan algunas desazones y asperezas con las criadas…
– No Asunción, no es eso, es que me siento anormal, no sé lo que me ocurre.
– Ese hombre, con sus palabras descompuso y alteró mis pensamientos, ha mudado mi sentir, me encuentro más despierta, como con más conocimiento.
– No ha de tener agravios, por ello, Majestad, pues es hombre de condición honesta, y hasta tiene fama de santo.
– Así ha de ser, supongo, pues me anunció, que antes de mi muerte, habría de llegar sobre mí, una gran consolación de espíritu y se limpiaría mi entendimiento de todas las ideas que durante años me han acompañado.
– No penséis en ello Majestad.
– No te das cuenta, Asunción, parecen buenas razones, ha de ser que está cercana mi muerte, tanto que me conoces, ¿no sientes mi variación?
– Antes te preguntaba, ¿recuerdas el tiempo que llevas conmigo?
– ¡Ay, Majestad tantos años ya! A vuestro servicio entré, con catorce cumplidos, era el año uno, de este siglo diez y seis. Vos teníais veintitrés.
– Llegabais a Castilla, a ser nombrada sucesora de los reinos, con vuestro marido.
– Veníais de Flandes, con una comitiva de muchos carros cargados y cientos de sirvientes. Me encontraba yo en aquellos momentos, en Burgos, con mi padre, mayordomo que fue toda la vida, de Don Francisco de Zúñiga conde de Miranda. Había fallecido mi madre meses antes y mi padre pidió favor a su Señor que intercediera, para que yo pudiera pasar a vuestro servicio.
-Recuerdo aquello, sí, yo os recibí, me disteis tan grata impresión.
– Desde entonces hasta ahora, Alteza, hemos permanecido juntas, solo dejé vuestro servicio durante tres años, cuando Diego de Sandoval, que en gloria se halle, me pidió en matrimonio.
– Muerto fue, ya de alférez, en la toma de Navarra, frente al segundo tercio, a las órdenes de Don Fadrique Álvarez de Toledo, segundo Duque de Alba.
– Mis desventuras fueron, aproximadas a las vuestras, perdí yo lo que más quería antes que vos, mi Señora, y ya os encontrabais aquí, en Tordesillas, cundo fui requerida por vuestro padre, para que de nuevo, entrara a vuestro servicio, eran tan malos tiempos, y Vuestra Majestad, como yo, pasábamos por tan malos momentos…
– Recordáis, Majestad
– Todo, todo lo recuerdo ahora, parece que mis pensamientos rememoran los hechos acontecidos, con otro brillo, cómo con auténtica y verdadera realidad.
– Recuerdo haber sufrido mucho. Fueron tantos mis desvelos por aquel hombre, al que ame tanto, y del que veo ahora claramente su ambición. Durante nuestra vida en común y tal vez también después, nunca fuí dueña de mi voluntad, era tal su dominio y tanta mi esclavitud que estaba hechizada por su persona. Tanto necesitaba de su aprecio y me parecía tenerlo tan escaso siempre…
– Sin embargo Majestad, fuiste jurada heredera, aportabais mucho más al matrimonio Vos, en ese momento, la potestad estaba en vuestra mano, ofrecíais a vuestro marido ser uno de los hombres más poderosos del momento.
– Y por realizarlo, solo en aquellos momentos y no en muchos más, cumplida fui, justo desde aquel domingo de mayo del el año de 1502, pasarían nueve meses, hasta el nacimiento de mi hijo Fernando en Alcalá de Henares. Y fueron tantos mis sufrimientos y tan grandes mis disgustos, cuando veía su indisposición contra mis padres, y como a mis espaldas intrigaba contra ellos, conjurándose con los elementos de la aristocracia…
– No penséis en esas cosas Majestad, tratad de descansar ahora.
– No Asunción, no puedo, vienen ahora sin querer, a mi mente tantas imágenes, tantos recuerdos, y tan nítidamente los veo, que paréceme estarlos viviendo nuevamente, y me acongojan y afligen tanto.
– Majestad, pensad que es vano, que ahora sufráis por hechos pasados.
– Mis más antiguos recuerdos, son de la niñez; recuerdo a La Latina, Beatriz, mi maestra, y hasta rememoro algunas de sus enseñanzas, aquellos años en Toledo… me acuerdo y veo claramente ahora, la infinita y terrible envidia que tenía de mi hermana mayor Isabel. Tenía nueve años más que yo, pero para ella eran las atenciones de todos y también para mi hermano Juan, pero al fin, él era el heredero.
– ¿Por qué habría de ser así? Yo la quería mucho, tanto o más que a mis hermanas pequeñas a las que estaba más cercana por nuestras edades.
– Recuerdo claramente que yo entonces, me defendía, y lo manifestaba con lo único que pensaba podía disgustar más a mis padres, haciendo ostentación de mi alejamiento de los deberes religiosos
– No puedo olvidar tampoco, aquella ocasión, cuando acompañando a mi madre, fuimos a visitar a mi abuela, en Arévalo y como sobrecogió mi ánimo verla en aquellas tan tristes condiciones, con aquella mortal postración y la conciencia perdida.
– Cómo con todo aquello, y sobre todo con mis manías y obsesiones, mucho la hacía sufrir, a mi madre…
– No sigáis alteza, no os mortifiquéis.
– Es necesario, Asunción. No comprendes que es ahora, en estos momentos cuando estoy recordando con auténtica lucidez mi desafortunada vida, pero el caso es que me abandonan las fuerzas, casi no puedo seguir hablando. Hazlo tú, o ¿es que no percibes mi mudanza de ánimo?
– La veo Majestad, la veo, y estoy tan confusa que no atiendo a imaginar la causa, vuestra alteza me perdone, pero me ocurre como si no conociera a su Majestad, llevando tantos años a su lado; tan confundida me encuentro, que no soy capaz de expresarme.
– Háblame, Asunción, recuérdame ocasiones… En tantos años, has de conocer muchos acontecimientos, tantos, que hasta yo misma no recuerde.
– En verdad Majestad, no estoy segura, de si pueda ser beneficioso para vos, el rememorar hechos acontecidos en tiempos ya pasados, o por el contrario hasta pudiera, ser dañino y hasta incluso perjudicial…
– No Asunción, no, ahora veo todo de distinta manera, cálmate y habla…
– Conocí a vuestra Majestad en Burgos a su llegada a Castilla, todos decían de vuestra Majestad, en privado, que erais persona extraña y verdaderamente así lo manifestaban claramente vuestros comportamientos, siempre permanecíais triste y como atormentada. No parecíais de manera alguna, lo que en realidad erais, una joven de 23 años casada, al parecer felizmente, con dos hijos ya, y heredera de uno de los reinos más importantes del mundo.
– En gran aprecio, me tuvisteis desde el principio, recuerdo bien haber sido ya vuestra primera dama de compañía, a nuestra llegada a Toledo, para las grandes celebraciones que se hicieron con motivo de las Cortes, convocadas por vuestros padres, para presentaros como heredera de todos sus reinos.
– Creo que no volverá a darse nunca, mayor esplendor, que el de aquellos actos. Toda la grandeza del Reino estaba presente.
– Precisamente allí conocí, en el séquito del Duque de Alba, al que fue mi marido: Diego de Sandoval, con el que contraje matrimonio y esa fuera la causa de dejar vuestro servicio.
– ¿Dormís Majestad?…
– No, de ningún modo, solo entorno los ojos para rememorar…
– Recuerdo, efectivamente aquello. Abrumaba tanta solemnidad; Cisneros oficiaba asistido por seis obispos, estaba la más alta aristocracia de todo el Reino, Procuradores de todas las ciudades, Representantes de los reinos de Murcia, Vizcaya y hasta Granada, y los embajadores acreditados.
– Me acuerdo, sí, todos me juraban fidelidad como heredera. Lo recuerdo, era conmovedor, pero también recuerdo estar yo como indiferente, no me interesaba nada de todo aquello. En verdad, he sido siempre muy indolente en todo. No alcanzo a recordar más que aquella dependencia, casi esclavitud para con aquel hombre, lo recuerdo ahora como algo monstruoso…
– Fueron tiempos muy difíciles Majestad. Vivía yo en Burgos, de nuevo, llorando la pérdida de mi valiente, cuando fui llamada para entrar otra vez a vuestro servicio.
– Todos sabíamos en Castilla, cómo vuestro marido invocando obligaciones había marchado a Flandes y como vuestra alteza, alumbró al Príncipe Fernando en Alcalá de Henares. Supimos también las desavenencias con vuestra madre por vuestros deseos de marchar tras vuestro marido, y que con estos acontecimientos se había deteriorado grandemente la salud de vuestra Majestad.
– Habíamos vivido, así mismo todos, con verdadera angustia, la muerte en Medina del Campo de nuestra gran Reina que en Gloria esté, vuestra serenísima madre Isabel. Y todos conocimos que Vos, pasabais a ser, -Reina-.
– Recuerdo que llegasteis a Castilla al año siguiente, esta vez por mar, pues ya no eran tan buenas las relaciones de vuestro marido con Francia. Vuestro padre adelantándose a él, había esposado con Germana de Foix.
– Dices bien, ¿Por qué haría mi padre aquello?
– Cosas de política Majestad, nunca lo entenderemos…
– Gran parte de la aristocracia, tomo partido por vuestro marido en contra de vuestro padre y creo que fue en un pueblo de Zamora, donde consiguieron firmar su salida de Castilla. Marchó él hacia Aragón, ya que con la ayuda de los nobles de Castilla, que exclusivamente pensaban en las nuevas y generosas concesiones que les prometía vuestro marido, había vencido a vuestro padre.
– Conocía para entonces yo, Asunción las intenciones de mi marido. En este momento, lo siento como un mal sueño, lo recuerdo y no acierto a entenderlo. Mi razón me dice ahora, que no eran normales las formas, y de tan poco seso las hechuras de mis actos, que paréceme que de sobra han existido siempre razones para ser considerada por todos como una verdadera desequilibrada.
– Por Dios, Majestad, me asustáis.
– No tal, perded cuidado. Veo ahora, al recordarlo, que aquellas razones no eran más que consecuencias de mis desvaríos.
– Quedasteis viuda Majestad, tan solo con veintisiete años. ¿Tal vez esa pudiera ser la razón de vuestros desatinos, mi Señora?
– No tal Asunción, y tú lo sabes, mi vida entera ha sido un completo despropósito, ahora lo veo muy claro…
– Mucho he sufrido y ahora más, al darme cuenta de ello, al entender las conductas de los míos y cuanto penaron por ellas, solo por mi culpa.
– No os aflijáis ahora por ello, Majestad
– No lo recuerdo Asunción, ¿qué paso a la muerte de mi marido?
– Castilla era una confusión Alteza, por un lado, parte de la aristocracia aprovechando vuestra incapacidad, se revelaba abiertamente, trataron de apoderarse de vuestro hijo Fernando, que estaba en Simancas. El de Lemos, intento tomar la ciudad de Ponferrada, el de Medina-Sidonia lo hacía en Gibraltar, la de Moya, ocupó el Alcázar de Segovia y por otro lado, las cosechas eran malas y el hambre y la peste señoreaban nuestras tierras.
– Verdaderamente providencial fue la intervención de ese admirable hombre, Cisneros, al que nunca agradeceremos sus desvelos que ayudado por el de Nájera y el Condestable de Castilla, se hicieron cargo del gobierno. De no ser por ellos, el caos más absoluto hubiera asolado el Reino.
– Pronto volvió vuestro Padre, El Rey Fernando, que en gloria este.
– El, si era verdaderamente un gran gobernante, amante de su pueblo y puso orden, apaciguando situaciones, disponiendo haciendas y administrando las finanzas.
– Fue él a su vuelta, quien hizo llamarme a Burgos; me presenté, y por su boca supe de las terribles situaciones por las que vuestra alteza pasaba.
-Habían sido años terribles para vuestra Majestad.
– Las gentes sencillas, vieron con verdadera turbación aquellos acontecimientos, cuando desde Burgos, siempre de noche, seguíais la carroza negra de la que tiraban cuatro caballos que portaba el féretro con el cuerpo de vuestro marido.
– Así fue, lo rememoro como un sueño, había escuchado la posibilidad, de que lo llevaran a enterrar en Flandes, y yo deseaba llevarlo a Granada.
– No entiendo Majestad, que rememorar estos detalles puedan ser conveniente, o al menos eso creo…
– Te equivocas. Asunción. Son provechosos ahora, ya que traen a mi mente insólitas situaciones que permanecían como nebulosas, en lo que hace referencia a mis comportamientos, alguno de los cuales casi había olvidado.
– No te abrumes al recordarme aquellos hechos, aunque los consideres estremecedores, piensa que en este momento, te repito que los analizo, hasta diría que gracias a Dios, con cierta cordura… ¿Cómo es posible que esto pueda suceder?
– Considerar, majestad, que os encontrabais además, embarazada de vuestra hija Catalina.
– ¡Claro!, mi pequeño ángel, como me encolerizó entonces su partida, pero entiendo ahora, que era ley de vida, marchaba a Portugal para casarse. Dios mío, como era posible que no lo viera entonces…
– Ciertamente Majestad, que aquella niña nos procuraba tanta y tan grata compañía.
– También me refirió vuestro padre, y ¡válgame el Cielo! cómo lo sentía en aquel momento, que en el pueblo de Torquemada, disteis a luz en pleno Enero a vuestra hija. Lo menciono ahora, y aún al recordarlo me emociona, como veía entonces yo, caer copiosas lágrimas por el rostro de aquel hombre solemne, grave e imponente, cuando me hacía mención de vuestros desvaríos y me pedía que no os abandonara hasta la muerte.
– Nada en mi vida hice bien, Asunción, que triste es verlo hoy…
– No lo creáis, Majestad, algunas hizo su alteza, pero que muy razonables.
– ¿En verdad? lo creéis
– Puedo asegurarlo, Majestad.
– Y, ¿cuáles son? mi fiel amiga…
– Veréis Majestad, fue muy cuerda aquella decisión al negaros a aceptar lo que propusieron a vuestra alteza algunos nobles de Castilla, enemigos declarados de vuestro padre, que por apartarlo de la gobernabilidad, pensaron en que de tomar vuestra alteza por marido al sucesor del Rey de Inglaterra, serían potencias extranjeras las que tuvieran autoridad en estos Reinos.
– Muy vagamente, pero recuerdo la circunstancia. Tal vez no fuera merecimiento por mi parte, ya que mi ánimo nunca fue inclinado a contraer nuevas nupcias.
– Yo, Majestad, lo viví con vos ya de cerca y vuestros comentarios eran certeros, al daros cuenta de aquella bajeza.
– Tampoco fue mala vuestra conducta, al negaros a firmar la renuncia al Trono, a la que, casi os obligaba, aquel indigno acompañante de vuestro hijo Carlos cuando nos visitó. Supisteis negaros con contundencia. El ya venía proclamado Rey, pero necesitaba vuestra renuncia.
– Sin olvidar, cuando los comuneros de Castilla, enemigos en este caso, de vuestro hijo Carlos, tomaron por la fuerza de las armas este pueblo de Tordesillas y os invitaron a que reinarais en Castilla. Y obrasteis bien, ya que sin negaros, les fuisteis dando largas y tantas fueron, que resultaron suficientes para que antes se terminara aquella tan lamentable guerra.
– Por otra parte, Majestad, nadie pueda decir que obrarais mal, cuando anulasteis todas las cuantiosas rentas, beneficios y cargos que había repartido tan amplia y desahogadamente vuestro marido.
– Me admira Asunción tu memoria, recuerdas todo, yo en cambio no soy capaz de relacionar fechas y personas, he perdido la noción del tiempo.
– Dime, Asunción, no estoy en ello, veo mi vida como en un plano, ¿que edad tengo?…
– Majestad, hoy es jueves, y por cierto Santo, 11 de Abril de 1555, para el próximo Noviembre cumpliréis ochenta y seis.
– ! Dios me valga! ¡Qué horror! Ha de ser cierto lo que dices, mi cuerpo lo muestra, tu bien lo conoces Asunción, una verdadera llaga es todo él.
– Haz, cuanto puedas para que se llegue hasta mí de nuevo, Mosén Francisco, el buen jesuita que me atendió tan bien con sus consejos.
– Mirad Majestad que ha sido nombrado hace poco, General de su Orden y es hombre ilustre ahora, y lo ha sido también antes, cuando era Virrey de Cataluña. Y llegó hasta aquí, por encargo de vuestro nieto Felipe el que ha de ser, según rumores, pronto nuestro soberano; heredero de vuestro hijo Carlos, y que reinará con el nombre de Felipe II.
– Pues Dios quiera que sea así como lo dices, y con el mismo nombre en mi nieto, que el de mi difunto marido; aunque no estoy segura de que aquel, sea merecedor del honor de inaugurar una nueva dinastía, por el mal trato que de él recibí, y lo tanto que me hizo sufrir.
– Me faltan fuerzas Asunción, no puedo más. Voy a descansar…
………..
Hermosa y florida, está ya la primavera, pero todavía por las mañanas, hace frio en Castilla, los largos pasillos del convento…… ven pasar, ahora, lentas y apesadumbradas las sombras de las sollozantes dueñas… para agruparse en solicitud de testimonios…
-¿Cómo ha ocurrido Doña Asunción?
– Ha sido amaneciendo, falleció, pidiendo perdón a todos, abrazada a un crucifijo, y sus últimas palabras fueron: ¡Jesucristo crucificado, ayúdame¡
Así, ha terminado hoy, 12 de Abril de 1555, Viernes Santo, la vida de nuestra Reina y Señora: Juana de Castilla, última representante de la Dinastía Trastamara.
………………
– Han pasado tantos años…
– Ahora contemplamos este sitio, Tordesillas, en el desabrido invierno, que sigue añorando, desde la dignidad y el respeto a su más honorable vecina
– No, ya no habita aquí, como lo hizo tantos años, Su Majestad: La Reina de Castilla.
– Doña Juana I
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Pues es, verdad, como adelantaba usted, al principio, se trata de una historia muy triste.
Bien, pues esta persona que tiene en nuestra historia el dudoso honor y hasta el cruel apelativo de ser conocida por la “loca”, era efectivamente una enferma.
Un personaje que ha dado motivo a multitud de comentarios, se ha aprovechado ampliamente su vida, para desde un punto de vista romántico, sensiblero y hasta fantástico, hacer de ella casi un personaje de ficción.
Con ella se han hecho, por supuesto, contando de manera imaginativa su vida: leyendas, novelas, películas, en fin, de todo; alegando hasta posibles conspiraciones de padre, marido, incluso de hijo, para mantenerla encerrada.
Posiblemente desde el punto de vista literario, esté bien, es hasta aceptable; la célebre “Locura de amor”, que se puede entender en un guión de película, pero nada más.
La triste realidad es otra, y muy distinta, se trataba, simplemente, de una grave enferma mental.
Entonces usted cree que, efectivamente, estaba mal de la cabeza.
Pues sí, en primer lugar, el factor genético era evidente y lo que suele ocurrir, es que a este tipo de enfermos no se les manifiestan los estados de comportamiento anormal, hasta que no influyen en ellos, primero, unos llamados “factores predisponentes”, que se manifiestan anticipadamente con aislamiento y conductas irregulares pero no llegan a situaciones auténticamente psicóticas, hasta que intervienen unos segundos factores llamados estos, “precipitantes” provocados por situaciones vitales, auténticamente estresantes.
Y cuando esto se produce, aparece un desequilibrio químico cerebral que conlleva una serie de cambios en neurotransmisores, como la serotonina y la dopamina.
Sabemos mucho de ella: había nacido en Toledo, y educada como todas las infantas de Castilla de entonces, por Beatriz Galindo, bajo la estricta vigilancia de una madre, modelo de virtudes. Desde el comienzo de su educación dio muestras de desinterés por todo, retraimiento y sobre todo, aparecieron verdaderos comportamientos anormales, como por ejemplo, alejamiento de sus deberes religiosos, que hoy en día podrían no ser considerados como sospechosos, pero que en aquellos momentos y en aquella sociedad, constituyeron desde un principio una auténtica y flagrante anormalidad de conducta.
Después, a lo largo de su vida, pasó por situaciones ciertamente estresantes, como por ejemplo, tener necesariamente que intervenir en política, incluso también enfrentarse a las deslealtades e infidelidades de su marido, y estos factores desencadenantes pusieron en marcha lo que los psiquiatras denominan “brote” de la enfermedad.
Que llevó a tremendas y lamentables situaciones que conocemos como sus celos incontrolados, llegando a utilizar la fuerza física contra las que consideraba rivales en el afecto de su esposo; emplear con anormalidad, incluso su propio cuerpo, sometiéndose voluntariamente a la intemperie en el Castillo de la Mota, tratando así de forzar la voluntad de su madre; o incluso a la muerte de su esposo negándose a su enterramiento y paseándolo en procesión por Castilla.
En los momentos actuales con esa situación, que me parece muy bien, de feminización generalizada, que avanza sin control en nuestras sociedades, a mi modo de ver motivada más, por el declive masculino que no por el progreso femenino; algunas, sobre todo escritoras, manifiestan como argumento que no estaba enferma, ya que no quiso firmar los alegatos que le presentaron los comuneros contra el Rey su hijo; parece que no conocen que en general, los locos, pueden estarlo, y hasta mucho en ocasiones, pero no suelen caracterizarse, por ser tontos.
¿Qué pena verdad?, pobre mujer…
Pues sí, una verdadera desgracia, aunque bien es cierto que ya había significado, un verdadero infortunio que la tocara, precisamente a ella, matrimoniar con el desaprensivo del belga aquel… en eso consistió, en principio, su verdadera desdicha.
Está de moda, actualmente, hacer: Historia-Apreciativa, y hasta incluso algo menos serio, como es: Historia-Ficción.
Y no es que me parezca mal, de esta manera, muchas personas han conocido quien era este personaje, que de no ser así, no sabrían de su existencia.
Y por supuesto, sin tener yo atributo ninguno para contradecir a quien lo cree, doy solo también mi consideración personal, dejando como corresponde a los eruditos en esta materia, el estudio profundo de los documentos que son, por supuesto siempre, los que de manera fehaciente acreditan los hechos.
En este caso, el posible rigor o no, que tengan mis apreciaciones viene dado exclusivamente, por haber leído en los más diversos textos las narraciones de historiadores profesionales, que evidentemente, las han de tener muy estudiadas y mejor contrastadas documentalmente.
Y, es por aquello de la Historia-ficción, por lo que nos ha contado usted, esa anterior historia ¿verdad?
Pues sí señor, que puede efectivamente, no ser auténtica, Pero…
Lo que sí es real y verdadero, es que los Reyes Católicos son claramente, el primer intento serio, posiblemente por influjo de las ideas que surgen del renacimiento, de tratar de oponerse al feudalismo.
Es el auténtico y efectivo principio de lo que conocemos como la verdadera transformación de la sociedad.
Aunque, aquella lacra social de los señores de “horca y cuchillo”, tenía todavía una fuerza inmensa, capaz de desestabilizar cualquier estructura de gobierno que se le opusiera, y que con ello les obligaba a perder autoridad sobre sus siervos. Requerían y peleaban por mantenerla aunque solamente fuera en parte, en los tres poderes, estaba claro, con la Justicia ejercida por ellos mismos, tenían bastante.
Había quedado esto, amplia y perfectamente demostrado en anteriores tiempos.
Isabel y Fernando, intentaron y hasta en algún momento consiguieron, revertir esta situación, con ayudas muy valiosas como la del Cardenal Cisneros, pero efectivamente, cualquier falta de energía, cualquier vacío de poder, era suficiente para que esa repugnante potestad adquirida ancestralmente de dominación del pueblo llano, volviera a manifestarse en contra del equilibrio que demandaba la Corona.
Y en estas condiciones y sabiendo por otra parte que su hija, a la que estaba obligada a nombrar sucesora del Reino, era una pobre inestable psíquica, rayana y hasta sumida en la demencia, puesto que ya entonces se conocía naturalmente, aunque no como ahora la influencia de la genética, y que su madre es decir la abuela de su hija, había padecido la misma inestabilidad de comportamiento, y que ella misma había asistido a brotes de auténticos delirios emocionales, y hasta incluso sabiendo que estaba casada con un indecente belga, que lo que pretendía era incapacitarla y hacerse con la Corona de Castilla, pues incluso así, en estas lamentables condiciones, siente que su vida termina y ella Isabel, la Reina de Catilla, ha de hacer testamento.
Detengámonos a pensar un poco.
En una situación personal en la que siente que las ulceraciones aumentan alarmantemente, en territorios de su cuerpo que nunca quiso poner al descubierto ante los médicos que la atendían, por un pudor que ahora podemos considerar exagerado, y por el que no sabremos nunca el diagnóstico de su terminal enfermedad, que imaginamos hubiera de ser un cáncer de útero o de colon; en estas condiciones, y aún con estas certezas, nombra a su hija Juana, heredera de Castilla.
Aunque, el testamento tiene un codicilo.
En el caso de que su hija no quiera, o no pueda gobernar, se hará cargo de la Regencia, Fernando, su marido.
Que por otra parte, digamos que tampoco es que fuera un auténtico modelo de castidad, pero habían realizado juntos una política encomiable y apartando los temas estrictamente personales, tenía en él y en su política plena y absoluta confianza.
Y la verdad, hay que reconocer que la merecía.
Todos, efectivamente reconocen que esa pobre inestable, a la que su madre nombra Reina, no puede hacerse cargo de esa responsabilidad; la primera la madre, que acaba de firmar a su favor la sucesión. El padre, que pretende continuar su labor comenzada con la fallecida, al intentar reducir la exorbitante fuerza que toma la aristocracia; pero también lo sabe el marido y sus intenciones están claras.
Aunque lo más importante, es que así mismo lo conocen, los de siempre, la alta nobleza, y ven claramente en ello cierto vacío de poder que quieren aprovechar en beneficio propio, tratando de hacer perder autoridad a la monarquía, puesto que es desde la Corte desde donde se les están mermando de manera importante sus atribuciones.
En las Cortes de Toro, en 1505, se ha llegado al acuerdo de que sea Fernando, el Gobernador de Castilla.
Y es cuando aparecen en escena los “grandes”, los verdaderos señores feudales.
Ahora, los citan poco los historiadores, posiblemente por no agraviar a sus descendientes, que actualmente siguen manteniendo sus títulos nobiliarios, sin darse cuenta de que las culpas que todos conocemos de aquellos, no pueden de manera alguna gravitar sobre estos; de la misma manera que ninguna de las excelencias de los de entonces, que también las tendrían, han de adjudicárseles a los actuales.
Son, nada menos, que los Duques de Bejar, de Medinasidonia, de Lemos, el Conde de Benavente, el Marques de Villena, y otros de menor linaje. Y sobre todos uno, este además de desleal, intrigante: Don Juan Manuel, llamado el Señor de Belmonte, oriundo no de Cuenca, sino de Palencia.
Existe un libro, que lo explica todo muy bien, su autor es muy conocido, se trata de: Andrés Bernáldez, al que se ha llamado siempre: – El Cura de los Palacios –. Un cronista de aquella época que ejercía el sacerdocio en aquel pueblo cercano a Sevilla, afamado por una frase suya, que hizo auténtica fortuna:
– Mudar costumbre es a par de muerte –
Es él, precisamente el que lo detalla todo de manera muy gráfica.
Puede ser que hasta lo entendáis mejor si transcribo lo que expresa:
«Gobernando el rey don Fernando a Castilla, por la reina doña Juana su fija, e por el rey don Felipe, hubo grande celo e envidia en algunos caballeros de Castilla e procuraron la venida del rey don Felipe».
Y no fue solo apoyaron a que viniera desde Bélgica, es que lo ayudaron también aquellos llamados “nobles” en todo lo que pudieron contra de Fernando.
Llegándose así primero, a la llamada Concordia de Salamanca.
Gobernarían los tres.
Pero el desaprensivo Felipe, marido de Doña Juana, el belga, para aclararnos, naturalmente quiere más autoridad, más poder y dada por otra parte su amistad con Francia, ya que de siempre estos belgas, han sido, y no sé si decir, que lo siguen siendo un auténtico protectorado francés y ayudado, asistido, y lo más importante, costeado por aquella repudiable “aristocracia” sigue manipulando.
Llegando políticamente, a lo que podríamos decir: – “quitarse al suegro de encima y quedarse solo “Pero eso sí, con la posibilidad de: – en cualquier momento, encerrar a la pobre loca.-
Lo consigue, y monta su Corte en Burgos en la llamada Casa del Cordón y aunque resulte de alguna manera sorprendente, y tratando de evitar una confrontación armada, Fernando de Aragón, el Rey Católico, abandona Castilla firmando en la localidad zamorana de Villafáfila un acuerdo por el que abandona el gobierno.
Posiblemente fuera este, el momento en el que pudieron quedar separadas ambas coronas, Castilla y Aragón.
Bien es cierto, que al vividor, desvergonzado y cínico belga, en política las cosas le salieron bien, pero no tanto en cuestión biológica, porque se murió rápidamente. Aquí, parece que sin duda, el Cielo, nos echó una mano.
Aquello del partido de pelota, y sudando tomar agua muy fría… en fin…
Ni contar como se pone con el fallecimiento del marido, la pobre Juana.
Cisneros, nuestro gran Cardenal, asume la Regencia y todos recordamos como hubo de seguir parándoles los pies, cuando le preguntaban los dichos “nobles” que, ¿Cuáles eran sus poderes?…
Enseñándoles desde un balcón la tropa y lo cañones, les dijo aquello de: ¡Estos son mis poderes!
Vamos, que ¿piensa usted, que la aristocracia, jugaría también, un papel importante en aquellos acontecimientos?
Pues sí de verdad, era política, y en ella, en aquellos tiempos, como en los acuales, han cabido siempre las mayores bajezas humanas.
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