Primus princeps
Una larga historia de éxitos militares, y de gobierno que llevan a un hombre, en vida, a las máximas alturas políticas y, a su muerte, a ser considerado un dios.
¿Cómo nombraríamos al hombre que llevó al más poderoso imperio que han conocido los siglos, a su mayor momento de gloria?
Trajano.
Al hombre que en vida fue nombrado Primus Príncipe (el primer príncipe) y, que al morir lo elevaron a la categoría de dios.
Marco Ulpio Trajano.
Bueno, pues además de todo esto… era sevillano. Anda, ¡jódete!
Efectivamente, ya cuando llegó al mundo, en la ciudad que entonces se llamaba Itálica y, pasados los siglos, se llamaría Sevilla, el Imperio Romano era la potencia colonizadora más importante conocida en aquellos tiempos.
Suyas, porque las había conquistado, eran prácticamente todas las orillas del Mediterráneo, es decir, el mundo conocido.
En el Diccionario, la palabra conquistar, significa ganar un territorio por medio de las armas; en una palabra, dominarlo, para posteriormente aprovechar sus rendimientos.
Ahora bien, el ánimo del conquistador puede interpretarse, por los hechos posteriores a la conquista, de varias maneras.
En el caso del Imperio Romano, la interpretación no podía ser otra que la de permanecer con sus gentes, es decir, que sus propios soldados conquistadores, consiguieran enraizar en el territorio y crear, después de un tiempo de permanencia y, de haber realizado estructuras de servicios públicos, caminos, puentes, acueductos; estableciendo, además, su lengua y sus costumbres, conseguir que los conquistados aspiren a la idea de que pudieran, en algún momento, llegar a sentirse ciudadanos del Imperio.
Claro que, esto, dicho así de simple, parece hasta bonito, pero desde luego, no lo fue; podríamos hasta decir, que ni mucho menos.
Hubo, luchas, guerras, miles y miles de tragedias personales, dolor, heridas, odios; atrás quedaban ciudades enteras arrasadas, horrores, esclavitud, crueldades infinitas, como es lógico que ocurra en toda conquista realizada con la fuerza de las armas y, desde luego, ante gentes que tienen el pundonor de no querer dejarse dominar.
Bien es verdad, que otros pueblos, y tenemos ejemplos en épocas más recientes, parece ser que, o bien les importa menos, o tienen la entrepierna más liviana.
Me estoy refiriendo a esos orgullosos países europeos que habrían de tener establecido, por ley, para cada ciudadano, un Padrenuestro todas las noches, para agradecer a los E.E.U.U sus oportunas intervenciones en las guerras mundiales.
Verdaderamente, una cosa es conseguir un imperio, y otra, muy distinta, conservarlo.
Algunos, no muchos, han conseguido crear auténticos imperios en la historia de la humanidad, conquistando territorios por la fuerza, pero ¿Cuántos los han sabido conservar?
Roma supo hacer las dos cosas.
Durante casi mil años, fue la potencia hegemónica del mundo conocido, y ¿cuál era su secreto?
Posiblemente, que sus gobernantes se dieron cuenta de que ninguna conquista es muy perdurable exclusivamente por la fuerza; por el contrario, la conquista es mucho más duradera en el caso de que, al conquistado, se le demuestre, con hechos, que la potencia conquistadora posee los adelantos técnicos mayores del momento; y que está dispuesta, a cambio de la colonización, que por supuesto significa, en parte, el expolio, a compartir esas tecnologías.
Roma, se adueñó en gran parte, de los recursos de las tierras conquistadas, efectivamente, pero sin embargo, sus habitantes a los pocos años de permanencia, tenían como aspiración máxima, conseguir la ciudadanía romana y, pertenecer a Roma, en una palabra, ser romanos.
Es como si el ser humano, sin querer, admitiese la fascinación ante las modernas tecnologías y, al considerar que puede aspirar a ellas, olvidase los anteriores agravios.
Existe como un algo ancestral, por el cual, se llega a interpretar la conquista como un hecho acaecido a consecuencia del propio atraso sociológico, con respecto a la potencia colonizadora; es un sentimiento un tanto indefinible, que podríamos explicar como algo cercano a un agradecimiento o retribución, que se entrega al asaltante, pensando que puede conducirnos a la modernidad, exclusivamente, por el hecho de reconocer nuestro propio primitivismo.
Modernamente, ahora que parece que explicamos todo con más sencillez, lo denominamos como – identificación con el enemigo -.
De acuerdo, puede que sea así pero, por favor, señaladme alguna gran obra de mejora técnica, realizada, por ejemplo, en Bélgica o en Holanda, por el Tercer Reich.
Efectivamente, ninguna, porque lo primordial para permanecer es saber compartir con el oponente la grandeza que ofrece la fuerza.
La comunicación ha sido siempre, a través del tiempo, la más importante pretensión humana, y con razón, ya que toda actividad personal o colectiva, requiere, aumenta o mejora con una mejor comunicación; el comercio, la información, la cultura, incluso el amor, y hasta el robo.
Y a ello se debe, posiblemente, que el ejército romano, que no era solo beligerante, sino también constructor, realizara una de las más importantes obras que se conocen en todos los tiempos: las calzadas.
Ni que decir, que la primera función que tuvieron estos caminos, fue la organización estructural del propio Imperio, su cohesión y fácil comunicación para la propia conquista de los territorios, con la ventaja que proporcionaba el hecho, de hacer llegar contingentes de soldados combatientes en tiempo mucho menor.
Una vez concluida la conquista, por las armas, o de cualquier otra forma como podían ser: pactos de no agresión, rendiciones sin condiciones, o simples entregas sin lucha, la calzada pasaba a significar: comunicación, solo eso, comunicación, concepto que al hombre moderno, y al actual, sobre todo, es muy complicado explicarle.
Y más que nada, es muy difícil entender hoy, casi imposible, querer hacer llegar a la mente de cualquier persona, que viaja en el AVE, o maneja Internet en su vida diaria, lo que significaba en aquellos tiempos, un buen camino.
Era, clarísimamente, la tecnología más vanguardista del momento.
Roma, la dominaba y, además, la compartía.
Cierto que, por las calzadas, salían del territorio toda clase de mercancías, propias y expropiadas, pero también llegaban otras, y muy importantes, sobre todo cultura, organización, derecho, costumbres, es decir, lo que podríamos llamar “romanización”.
La más antigua conocida es la llamada Vía Apia que, partiendo de la misma Roma, llegaba a las ciudades del sur de Italia.
En territorio de Hispania romana, se identifican importante cantidad de estas calzadas.
Posiblemente, la más antigua y también más importante, fuera la Vía Augusta o Hercúlea, que era continuación, atravesando los Pirineos, de la que llegaba desde Roma, uniendo las Galias, es decir, el sur de la Francia actual.
Bordeaba toda la costa mediterránea, uniendo casi todas las ciudades costeras de entonces: Barcino (Barcelona), Tarraco (Tarragona), Dertosa (Tortosa), Saguntum (Sagunto), Valentia (Valencia), Dianium (Denia), Lucentum (Alicante), Cartago Nova (Cartagena), Ilici (Elche), Abdera (Adra), Malaca (Malaga), Carteia (San Roque), hasta llegar a Gades, (Cádiz), es decir casi la actual Autopista del Mediterráneo, con muy ligeras variantes, y con una longitud cercana a los 1300 Kilómetros.
Muchas otras calzadas surcaban en Hispania el territorio, y unían ciudades importantes: eran construidas por el ejército y, posteriormente, su mantenimiento pasaba a depender de los gobiernos de las distintas ciudades que unían.
Existían varias categorías, según lo populosas que fueran esas ciudades, las mayores, tenían un ancho de entre 8 y 10 m. Y las menores de 2,5 a 3 m.
La Vía de la Plata, que unía Emérita Augusta (Mérida) con Astúrica Augusta (Astorga), Tarraco (Tarragona) con Astorga, a través de Caesar Augusta (Zaragoza) y Palantia (Palencia) y otras muchas, hasta un total dentro de nuestro territorio peninsular de unos 10.000 a 12.000 Kilómetros.
Su construcción es interesante y, además, nos hace ver que no eran simples caminos, más o menos improvisados, ya que muchas de ellas, han pasado los siglos y se conservan, precisamente, porque su construcción no era provisional; llevaba, en una zanja alineada y de una profundidad de unos 0,90 a 1,20 m primero un fondo de arena
(pavimentum) sobre ella una capa de piedra gruesa, aglomerada con cal o arcilla, encima una capa de piedra más pequeña también aglomerada con grava que se llamaba (statumen), y cuando fraguaba, se colocaban arriba las piedra mayores, embutidas en mortero y dispuestas y alineadas convenientemente, que son las que, incluso ahora, en algunos sitios, pasados dos mil años, podemos ver.
Consideremos, por un momento, lo que significaba, en tiempos anteriores a Cristo, la existencia de unos 100.000 Kilómetros de estas calzadas en todo el Imperio, pavimentadas, señalizadas, con los servicios correspondientes para los viajeros, áreas de descanso, posadas, caballerizas, almacenes y hasta una realidad que me ha llevado al estupor al leerlo, sin luces de colores, naturalmente, pero existían “puticlubs”; es verdaderamente increíble.
Otra de los testimonios, y no menor, de esa “romanización” o efecto de modernidad socio-cultural, eran las conducciones de aguas, los acueductos, efectivamente.
Nosotros, en Hispania, guardamos ejemplos importantes y maravillosos de ello, por la verdaderamente milagrosa conservación de uno de estos (Segovia), con sus veinticuatro mil bloques de piedra, perfectamente colocados y conservados, desde hace nada menos, que unos casi dos mil años.
Se puede decir, que eso era construir.
Se trataba de que en los núcleos de población que Roma iniciaba, era característica general dotarlos de los mismos servicios que la propia metrópoli y, pensemos que ya en época anterior a Trajano, y que luego este mejoró, existían ocho acueductos que traían agua a Roma, lo que significaba que, prácticamente, en todas las viviendas de la capital, existía agua corriente y, en lógica, también un sistema de alcantarillado que vertía en el Tíber.
Podemos imaginar lo que significaba este “adelanto”, que no volvió a darse en ninguna civilización, incluida la nuestra, hasta bien entrados diez y siete siglos después.
Y ahora, es cuando se siente el sonoro grito de algunos de mis asiduos lectores diciendo:
¡Seis páginas ya, y todavía nada de Trajano¡ ¡Ya está Bien !
Razón que les sobra.
Intentaré remediarlo.
En aquel tiempo, existían (parece el comienzo de un Evangelio) cuatro productos importantes, aunque, naturalmente, muchos otros menores, con los que comerciaba la provincia romana de Hispania: el aceite, el trigo, la sal y el garum.
Llegaban, desde aquí a Roma, ingentes cantidades de estos productos.
Perdón por este último inciso, me atrevo a él, exclusivamente, para enmarcar ya, la figura de nuestro protagonista.
En efecto, la producción de aceite, por cierto, uno de los productos más cotizados y apetecidos de entonces, era ya muy importante en aquellos tiempos, sobre todo, igual que ahora, en lo que hoy denominamos Andalucía; y las grandes extensiones de olivar asentadas en aquella geografía estaban, como también en todos los tiempos ha ocurrido, en manos de unas cuantas familias, pocas; una de ellas era la familia “Traia”, que habían sido adoptados por la familia “Ulpis”, que residía en Itálica, la actual Santiponce, a escasos kilómetros de Híspalis, la actual Sevilla.
De hecho eran, tales las cantidades de aceite que se mandaban a Roma, que existe todavía un monte artificial allí: – Monte testaccio – con una altura de más de cincuenta metros y, una superficie de unos veinte mil metros cuadrados, formado exclusivamente, por restos de ánforas provenientes de la Bética hispana, que al no ser rentable devolverlas, se rompían y se depositaban en este organizado vertedero.
Y aquí, en Itálica, nace el 18 de Septiembre del año 53 de nuestra era, nuestro protagonista.
Su padre, un “patricio”, romanizado hacía ya tiempo, que ostentaba el cargo de gobernador en ese momento y, había sido senador en Roma. Al igual que algunos otros grandes terratenientes formaban un grupo, aunque todavía no importante, pero sí influente ya en el Senado romano.
Conocemos poco de su infancia y juventud, de lo primero que hay noticia histórica, es de que al padre lo destinan como Gobernador a Siria y él aparece ya en aquel territorio, acompañando a su padre y mandando, con solo 24 años, una legión.
Sus dotes militares parece que eran excepcionales, así lo describen todos los historiadores de la época; conocía de memoria el nombre de gran parte de sus soldados, era el primero en el combate, sus dotes de mando eran singulares, y sabía ganarse la confianza de los que peleaban a su lado.
Puede, sin ninguna duda afirmarse, que militarmente, fue un auténtico fuera de serie.
¿Defectos? Claro, uno, importante.
Y hasta nos lo declara él mismo.
- Que nadie me obedezca, cuando estoy borracho –
Aún así, llegó a emperador, es imposible predecir a donde hubiera llegado sin ese defecto.
– Puede que a alguien que lea esto, le queden ganas de contestar, y para no dejarlo defraudado, lo expreso yo:
Pues posiblemente, sin suerte y, sin apoyos solo hubiera llegado a centurión.
No es, del todo mi opinión, pero, por si acaso es la de alguien, lo escribo. Y veréis porqué.
Era, absolutamente impensable, que alguien que no fuera romano llegara a emperador, y Marco Ulpio, era romano; sí, pero de una provincia, no se contemplaba ni remotamente que alguien pudiera llegar a tan alta magistratura en esas condiciones. Si bien es cierto, que su carrera y sus éxitos militares le daban derecho, puesto que en Roma, esos eran los avales más preciados, pero…
Pocos años antes, había “reinado” un tal Domiciano, el célebre, bueno, célebre no para los cristianos, que sufrieron con él las más despiadadas persecuciones, pero parece que, además, se dieron en esa época y, bajo su mandato, los mayores escándalos de corrupción y, mal gobierno.
Tras un golpe de estado, como por otra parte era el uso, asume el poder Nerva, hombre timorato, pusilánime, cobarde, sin ánimo ninguno para tomar decisiones, sin dotes de mando; de más de sesenta años, sin hijos, bueno, si tuviéramos que buscar un modelo para explicarlo, tomaríamos sin pensarlo, a Mariano Rajoy, era su calco político.
Naturalmente, todos robaban, la situación económica empezaba a ser preocupante, y la política iniciaba el desastre, de ahí lo del calco.
Y el pobre Nerva, que no puede, ni quiere, tomar decisiones incómodas, ya que en buena lógica, para gobernar es imprescindible mandar, lo que significa decir que no, a alguien, incluso a muchos, pero siente venir el desastre inminente y, nombra como su hijo adoptivo, a quien le dicen en el Senado, que parece ser en ese momento, el verdadero hombre fuerte del imperio: Trajano; pero claro, es que ya en el Senado, era auténticamente importante el grupo de presión que formaban los senadores hispanos.
Cosas del aceite y carambolas de la política, que siempre han debido existir.
Y, gobernó, y lo hizo tan maravillosamente, en todos los sentidos, que llevó a Roma, nuevamente al mayor esplendor, y con ello, posiblemente, a los mejores momentos de gloria conocidos por el Imperio.
Como contraprestación, nadie ha recibido tantos honores en vida y, después de muerto. Era natural.
¿El secreto? Pues solo eso, y así de simple, gobernar, pero bien, claro.
Lo primero, fue atajar seriamente la corrupción, no solamente haciendo devolver a los defraudadores y ladrones lo robado, no, eso es lo menos importante, simplemente los destituía de sus cargos y, les aceptaba la dimisión cuando entraban en la arena del Coliseo a que se defendieran, por sus medios, de unos cuantos leones hambrientos; redujo, drásticamente los impuestos, creó un embrión de seguridad social, que en aquellos tiempos se llamaba “alimentaria”; dio libertad absoluta de culto, es decir, no se volvió a perseguir a los cristianos, lo único que se les exigía era que no hicieran ostentación pública de sus ritos y con la inestimable ayuda de uno de sus mejores amigos, arquitecto, llamado Apolodoro, comenzó a realizar tantas y tan importantes obras en Roma.
Uno de los primeros destinos que tuvo en su carrera militar, fue el de Gobernador de la Alta Germanía y, en su capital de entonces, la actual Maguncia, vivió bastantes años, llegando a mandar hasta tres legiones, cosa insólita, en un territorio que abarcaba una ingente extensión, prácticamente, lo que corresponde en la actualidad a Francia Alemania, Suiza, Bélgica, Holanda, Austria, y parte de Inglaterra.
Otra capital alemana, bañada asímismo por el caudaloso Rhin, que vertebraba entonces, y lo sigue haciendo actualmente, la navegación fluvial de Europa, donde también vivió, y en la que hoy en día se conservan mejor las obras que realizó nuestro hombre en Germania, es Colonia, en la cual, se pueden visitar fortificaciones, suntuosos edificios civiles, termas, arcos triunfales y muchos más vestigios de su paso por aquella capital.
Que alguien me explique, cómo a un turista alemán, puede demostrarsele la ingente cantidad de obras públicas que realizó, tiempo atrás en su tierra, un sevillano.
Las vueltas que da la vida ¿Verdad?
Y como consecuencia, más o menos, sería algo así, la conversación entre el guía sevillano que le explica, a la voluminosa alemana, rubia, grande y colorada:
– ¿Ha ente dio, usrte fraulen, lo del Trahano, este?
- – Mi no entender nada del Triano, yo de Maguncia, Renania, pero mi yo, Gertrudis, mucho gustar otra gronda de mazarenilla, que pone bian al cuerpo mío, y que viva el cuerpo de la mutterlan que me trijió al mondo.
Pero si, efectivamente, las huellas de este emperador son importantes en lo que ahora es Alemania, lo son, mucho más, en otro territorio que hoy, es el que corresponde a Rumania.
Su propio nombre, ya es significativo y dice bastante, pero en realidad la huella romana, en lo que en aquel entonces se llamaba La Dacia, es mucho mayor, por su número y por su significación.
En el año 99, Roma se engalana, y recibe con fiestas de cien días, la llegada de su emperador, ya en aquel momento casi un dios, pues ha conseguido más triunfos militares que ningún otro, y ha ensanchado el imperio con sus victorias tanto, que el pueblo se lo agradece y se lo premia.
Y aún así, no tarda más de un año en declarar la guerra a la Dacia, una antigua aspiración de conquista, que ya habían intentado tiempo atrás otros emperadores, pero sin conseguirlo ninguno.
Fueron dos guerras, separadas por algunos años, y las dos, se contaron con dos victorias de Trajano, con lo que el territorio pasó a ser parte del imperio.
Es curioso que al día de hoy, la huella del imperio, en la actual Rumanía sea tan importante, y no solo por su lengua, como la nuestra, de raíz latina, sino también, porque en el sentimiento cultural de sus habitantes existe una mayor predisposición a sentir con más fuerza, sus raíces del antiguo imperio, al que consideran su auténtica seña de identidad y, su partida de nacimiento, como pueblo, tanto que Trajano es considerado, prácticamente, como el padre de la patria.
Para conmemorar la victoria de la primera guerra contra los dacios, Trajano mandó construir un monumento cercano a un pueblo llamado Tropaeium Traianai. 12 y 13
Un espectacular mausoleo, en forma redonda y de grandes dimensiones, todo alrededor de él con bajorelieves que mostraban distintos momentos de la guerra y ensalzaban el valor de todos los soldados que habían intervenido, tanto vencedores como vencidos.
El monumento se reconstruyó en 1977, y las piezas originales se conservan en un museo, realizado a este solo efecto.
Una obra, así mismo, monumental, se realizó en la ciudad de Drobeta, en la actual frontera con Serbia, un puente de los más largos entre los que se tiene noticia, medía más de un Kilómetro y cruzaba el Danubio, hoy se conservan exclusivamente las pilastras, puesto que el armazón estaba hecho de madera de roble.
Pero no hay duda, de que la obra más colosal realizada por Trajano en Dacia, era la ciudad de Sarmizegetusa, que fue su capital, al decir de los historiadores, la ciudad más monumental, grandiosa y exquisita del Imperio.
Terminada la campaña de Dacia, ya con los cincuenta cumplidos, vuelve a Roma, y comienza su gran obra, y curiosamente por la que es más conocido: las grandes construcciones.
Ni que decir, que el gran botín conseguido en las guerras sirvió para ello; acompañado siempre por su inseparable, amigo y arquitecto, Apolodoro de Damasco, comienza por realizar el más importante foro de los construidos en Roma, hasta el momento.
Es un gigantesco espacio, en el que rodeada de edificios de gran belleza, existe una monumental plaza y en ella, una de las más originales obras de arquitectura, una columna de 38 metros de altura, donde en forma espiral, está contada, en imágenes, la vida y las batallas del emperador, es la celebérrima Columna de Trajano, que aún se conserva en la Roma actual.
Claro está, que ahora la columna es coronada por una estatua de San Pedro, pero lógicamente, en su momento, la estatua era de Trajano, y así mismo, fue en el pie de la columna, donde se depositaron sus cenizas.
Naturalmente, los bajorrelieves se encuentran perfectamente protegidos en museos.
Junto al foro, mandó construir otra imponente serie de edificaciones, los llamados, Mercados de Trajano, que si bien, efectivamente, tenían en parte, esa función comercial, realmente eran edificios administrativos.
El acua traiana, otra de sus grandes realizaciones, era un nuevo acueducto que, aunque en Roma ya existían nueve, parece ser que este, por su caudal, prácticamente solventó los problemas de abastecimiento de la ciudad, que no parecían estar resueltos, ya que contaba en aquel tiempo, con población cercana al millón de personas.
Citaremos también, otra de sus grandes realizaciones, las termas: es decir, baños públicos, una inmensa construcción para dar un servicio muy apreciado por los romanos, de una extraordinaria extensión y suntuosidad; baste para dar idea de ello, que existen sus ruinas ahora y la capacidad del depósito general, es de casi diez millones de litros de agua.
Y además, estaban construidas, para dar ejemplo y hacer política, exactamente, sobre el terreno que había ocupado la Domus aurea de Nerón, aquella mansión inmensa, que se mandó construir y, para lo necesitó quemar media Roma, aquel monstruo.
Gran parte de las mercancías que llegaban a Roma, lo hacían por barco, y el puerto cercano era Ostia, a unos treinta kilómetros. Allí se construyó por su mandato, una de las ciudades verdaderamente cosmopolitas, a resguardo de un enorme puerto, que existía previamente, al que se le añadió un gran hexágono, de unas treinta hectáreas, en el que se hallaban toda clase de servicios portuarios.
Al otro lado de la península, en la orilla del Adriático, construyó otro enorme puerto, en la ciudad de Ancona.
Por otra parte, siendo tan importantes las obras públicas portuarias y de edificaciones descritas, lo más destacado de la faceta constructiva de Trajano, se realizó en las comunicaciones.
Y fue precisamente en la vía Apia, donde se puso en marcha una de las mejoras más espectaculares, la antigua vía, que partiendo de Roma, llegaba hasta el puerto de Bríndisi, en la zona más al sur de la península; fue remodelada completamente, cambió su trazado para mejorarlo, y conseguir así un importante acercamiento y progreso.
Parece que esta enumeración tan prolija de obras realizadas por el emperador, terminará de alguna manera, como siempre aquí, en algo que nosotros ahora consideraríamos como normal: constructivismo, derroche, despilfarro…
¡Venga, ¿Por qué no?! Pues hacemos también, un aeropuerto en Ciudad Real.
Pero no, aquello era grandioso, monumental, pero honesto; no se habrían inventado las comisiones de obra, o por el contrario, si estaban inventadas, también lo estaban los leones, y siempre se ha dicho que:
-el miedo guarda la viña-.
De su vida personal, poco nos dicen los historiadores, eso sí, de sus triunfos, y honores recibidos por ellos, son prolijos.
A la vuelta de un viaje, para sofocar unas revueltas de los judíos, se siente enfermo, y muere, junto a su esposa Pompeya Plótina; en la hora de su muerte, nombra su heredero a Publius Hadrianus; Adriano, para los amigos, también de origen hispano, ya que él no tenía hijos, y parece ser que por indicación “muy directa” de la Plótina esta, es lo que algunos historiadores han llamado la “intriga de mujeres”.
Bien es verdad, que su tiempo de autoridad, es unánimemente admitido por la historia, como el más brillante, y mejor de los conocidos.
Un verdadero orgullo, para Sevilla, otro más… ¿Y cuántos van ya?
Efectivamente, falleció, el hombre pero nació para la posteridad, un Dios.
Al decir de sus biógrafos, el único ser humano, al que el propio Júpiter, entregó su rayo.
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