El canciller
Un recorrido por la vida de un hombre inteligente, culto, instruido, eficiente, humano, activo, y caritativo, al que podemos considerar el primer europeísta y ecologista español.
Intentemos por un momento pensar, pero seriamente y con cifras, sobre las equivalencias de nuestras vidas, con las de los que nos han precedido en el tiempo.
Veamos, si ahora un viajero tarda dos horas en llegar de Madrid a París, y en el siglo XII invertía en ese mismo recorrido quince días, realicemos un pequeño cálculo…
Escalofriante, el resultado de multiplicar lo que en una vida media, de entre setenta/ochenta años de permanencia en este mundo, se hace ahora y lo que se podía realizar entonces.
Contando, naturalmente que no vivían tanto como nosotros
Cierto que si hemos hecho esta reflexión y nos fijamos bien en ella, lo primero que salta a la vista es preguntarse ¿Cómo es posible que a algunos de nuestros antepasados les diera tiempo a realizar tantas cosas? ¿Eran efectivamente superdotados?
Sí, tajantemente sí, algunos, lo eran y posiblemente, es por ello, por lo que han trascendido en el tiempo y merecen ahora, como mínimo, nuestro recuerdo, respeto, admiración y hasta apurando un poco, nuestro cariño.
El excepcional personaje que hoy nos ocupa, está a la misma distancia entre lo insólito, lo extraordinario y lo admirable, dentro como es natural siempre aquí, de lo desconocido.
Es difícil, lo entiendo, pero tratemos por un momento de colocar nuestra mente en aquella época: siglos trece al catorce. Edad Media, casi al final, pero Edad Media, al fin. Nuestro pensamiento, sin querer, rememora aquellos tiempos con sensaciones de calma, de quietud general, tiempos oscuros hasta un poco tenebrosos, pues efectivamente, lo serían en lo social, pero curiosamente no así en lo político, ya que los acontecimientos, comúnmente, eran bastante sangrientos y se sucedían con cierta rapidez.
Nace nuestro, – “gran home” escrito así parece que nos acercamos más a él,- en Quejana, actualmente pequeño municipio de las llamadas tierras de Ayala, Aiara en vascuence, región semimontañosa del Norte de España, entre Castilla, Álava y Vizcaya.
Administrativamente, hasta 1842 pertenecían a Castilla. Son tierras fronterizas castellano-vizcaínas, y lo han sido siempre, incluso en la lengua, lo ocurrido es que a partir de los siglos XVIII y XIX, deja de hablarse vascuence, no sé si por culpa de Franco, pero siguiendo la normativa política, que actualmente está de moda, ha de ser así.
Efectivamente, desde el siglo XIX no se usaba el vascuence y como es natural se empleaba más el término Ayala que Aiara, aunque ahora no, hoy en día, siendo de BiIdu el alcalde en buena lógica son, “vascos de toda la vida”.
Y, puede que sea cierto, ¿por qué no?
Eso sí, natural y afortunadamente, se sienten gentes ya sin represaliar por el horrible yugo español, que los ha mantenido esclavizados durante siglos. Desde luego, pobres gentes, que con sus escasos índices mentales, generados por la endogamia que provoca el aislamiento ancestral, han sido durante años, manipulados desde los púlpitos.
¡Qué pena!
Las tierras de Ayala/Aiara son de una encantadora belleza natural, amparadas de los vientos del Norte por el gran macizo montañoso de la Sierra de Salvada/Gorobel, que constituye la frontera sur con Burgos. Con grandes paredes escarpadas que progresivamente llevan, con un perfil de desniveles en los que se asientan frondosos bosques, sobre todo de hayas, a una planicie hermosísima.
Seguramente tenga razón Julio Caro Baroja sobre que el toponímico de estas tierras, venga de la palabra vasca -aiher- que significa pendiente, desnivel o cuesta.
El hecho es que desde los más altos picos: el Tologorri, el Unguino o el Belarbide, que son las cumbre más elevadas, o desde el monte Txarlazo, bastante más accesible, donde se encuentra el monumento que fue erigido en 1904, y representa el tronco de una morera, en cuyas ramas se encuentra la imagen de la Virgen de la Antigua, patrona de estos lugares, podemos contemplar una maravillosa panorámica de campos verdes y ondulados, que conforman el Valle o Las Tierras de Ayala.
Preciosos parajes en verdad, un capricho y a la vez, una delicia de la naturaleza.
Y en ellos, en estas maravillosas tierras, algo que les es muy propio: sus célebres Casas-Torre. Y si algo define perfectamente los linajes, es decir, las familias relevantes de la región, son ellas. Las de Murga, Varona, Mendoza etc. y por supuesto, la de Ayala en Quejana, donde llegó al mundo, en 1332 nuestro personaje de hoy.
Hemos de entender para comprender bien lo que significaba un linaje, que estas casas-torre fueron durante la Edad Media, el elemento angular de la estructura administrativa y social de estas zonas. Se trata de construcciones medio militares en lo defensivo, pero naturalmente habitables y adecuadas para sus moradores, que conformaban la alta sociedad de aquellos tiempos.
El Señor, hace construir su casa-torre, donde habita con su familia, y edifica en sus cercanías los elementos imprescindibles, que en aquellos tiempos necesitaba para disfrutar de cierta independencia social: molino, herrería, cuadras, y se rodea de sus familiares, a los que incluso ofrece “apellido”. También, naturalmente de sirvientes, artesanos y lógicamente, de los caballeros que formaban su mesnada y guardia personal, que así mismo le acompañan en las guerras.
Tengamos en cuenta que aún se vive en la época caballeresca, donde un caballero, que venía definido desde los tiempos del Imperio Carolingio, era aquel que servía al Rey, o a un señor feudal y tenía como contraprestación, la tenencia de un dominio territorial.
La divisa, es decir, el escudo de los Ayala era: en campo de plata dos lobos de sable, uno sobre otro con bordadura de gules y ocho aspas de oro…
En este lugar, en este tiempo, y en estas circunstancias viene al mundo una de las personalidades más importantes de la época y una de las figuras más relevantes de su tiempo.
Posiblemente, si en cualquier país europeo hubiera existido una figura tan relevante en política y, además, en literatura como él, lo conoceríamos mucho más que lo que se conoce a este, pero es que, desafortunadamente, aquí y ahora, el estudio de nuestra historia, – gracias sean dadas- a nuestros preeminentes políticos, la educación, es patrimonio de muy pocos.
Veamos como lo describe el sobrino de nuestro personaje: Fernán Pérez de Ayala, muchos años después de su muerte – extraído de un artículo publicado por el Profesor García Fernández, Catedrático de Historia Medieval de la UOV-EHU (que no sé lo que significa), en un artículo sobre este tema tomado de – Generaciones y Semblanzas –
“Fue este don Pero López de Ayala alto de cuerpo y delgado, e de buena persona, hombre de gran discreción e autoridad y de gran consejo así de paz como de guerra… Fue de muy dulce condición e de buena conversación, y de gran consciencia, que temía mucho a Dios. Amó mucho las ciencias, diose mucho a los libros e historias, tanto que como quiera que él fuese asaz caballero y de gran discreción en la práctica del mundo, pero, naturalmente, fue inclinado a las ciencias…”
Teniendo en cuenta que la mayoría de los mortales de aquel tiempo, generaciones y generaciones de ellos, lo natural era que nacieran, vivieran y murieran en el mismo lugar, y que la expectativa de vida no era superior a cincuenta o sesenta años, vamos a tratar de dar forma, sin olvidar estas premisas, a la impresionante biografía de nuestro personaje.
Antes de su nacimiento, su padre, que es el verdadero promotor del linaje y el legítimo señor feudal de la saga de los Ayala, ya habitaba la casa-torre en Quejana, y había fundado el convento de monjas dominicas, que todavía hoy en día sigue siendo el núcleo principal del complejo turístico que se mantiene en Quejana, con la Iglesia de San Juan, donde se venera la Virgen del Cabello.
Las monjas, ahora ya no están, se fueron en 2002, quedaban solo cinco, y muy mayores, y dejaron el Conjunto Monumental donde habían permanecido más de seiscientos años.
Y, ¿del padre qué conocemos? La verdad, es que es más conocido por ser efectivamente el padre del Canciller, que por sus propias circunstancias.
Sabemos que era castellano, de Toledo, y hombre muy influyente en la Corte. Posiblemente, esa fuera una buena razón para que su hijo, el protagonista de esta semblanza, tuviera desde muy pequeño la sagacidad necesaria para moverse en las altas esferas políticas de aquel momento.
Con muy pocos años, casi un niño, es su propio padre el que le traslada a Toledo para que reciba una sólida instrucción juvenil bajo la tutela de su tío-abuelo, el Cardenal Gómez Barroso, como la había recibido él mismo. Se le instruye en las materias de aquella época, conoce diversos idiomas, las obras de los clásicos: Tito Livio, San Agustín, San Isidoro y, sobre todo materias jurídicas.
Podría pensarse con cierta lógica, que gracias a esa esmerada y densa educación llegó a esas cotas tan altas en la sociedad de su tiempo, pero pensemos en aquel aforismo tan célebre, que dice: – Lo que natura non da Salmántica non presta.
Y desde aquí, finalizados sus estudios, son tantas las tareas a las que se dedica, tantas las actividades, empleos, y responsabilidades que contrae, que en lugar de enumerarlas cronológicamente, sea más prudente detallarlas atendiendo a los distintos campos en los que intervino.
Veamos el campo de la política, y lo atendemos primero, por ser uno en los que más destacó, aunque su notoriedad para los siglos posteriores, le sea dada probablemente más por la literatura.
Fue caballero y consejero de cuatro reyes: Pedro I, al que llamaban el Cruel, Enrique II, llamado El de las Mercedes, Juan I, y Enrique III.
Del primero, del Cruel, al que también llamaban el Justiciero, fue caballero y consejero junto con su padre, pero al parecer el sobrenombre del Rey tenía su justificación pues el tal justiciero o cruel, no hacía caso de nada, ni de nadie y así lo confirma en uno de sus escritos:
El rey don Pedro ouo esta carta e plogole con ella, empero no se allego a las cosas en ella contenidas, de lo cual le tovo grande daño.
Vamos, para entendernos, es algo así, como que no hacía caso a nadie.
A pesar de eso, padre e hijo permanecieron con él algún tiempo, incluso participaron en la batalla de Nájera, donde fueron hechos prisioneros.
Pero las relaciones no iban bien, y padre e hijo convinieron en abandonar al “cruel” y lo describe así:
Que los fechos de Don Pedro no iban de buena guisa y determinaron partirse de él, con acuerdo de no volver más.
Más tarde y ya sin su padre, pasa a formar parte de la Corte del aspirante al Trono, el hermanastro del Rey: Enrique, declarándose por esta rivalidad entre ellos, la primera guerra civil española de la historia, que terminó después de varios años, en la batalla de Montiel. Donde Enrique mata a Pedro, entronizándose como Rey, con el nombre de Enrique II, es el que inicia la dinastía Trastámara, sustituyendo así a la reinante, la de Borgoña.
Es en este período y en el siguiente, el de Juan I, cuando López de Ayala tiene su momento de más auge político y también literario. Permanece en la Corte siendo muy apreciado como consejero del Rey y es él, quien por primera vez, pone en marcha lo que se conoce, hasta nuestros días como Consejo Real, que viene a ser la reunión de todos los consejeros reales, pero algo más, ya que institucionalizó su forma de actuación.
Claramente no era sino poner en marcha los órganos controladores del poder real, el Consejo y las Cortes.
Y no es que con ello se liberara de las responsabilidades derivadas de las decisiones reales, puesto que claramente manifiesta y, pone ejemplo de ello, cuando el rey acepta la advertencia del consejo de entrar en batalla y sin embargo, ocurre el desastre y con ello la derrota y dice:
Pero algunos caballeros del Rey, que eran omnes mancebos y nunca se vieron en otra batalla, non se touvieron en aquel consejo, teniendo en poco los enemigos, acometieronlos e fue gran daño a todos.
Y con ello expresa muy claramente que el fracaso se debe a decisiones incorrectas en momentos precisos, pero no a defectos del órgano de gobierno, señalando la responsabilidad final del monarca.
Este engranaje entre monarca y consejo, así como sus derivaciones y mecanismos de funcionamiento aparece en muchas de sus obras, de las que más adelante nos ocuparemos.
Veamos, solo como ejemplo, una de las cosas que expresa en relación con los consejeros:
Los privados del Rey e los sus allegados
Asaz tienen de quexas e de grandes cuidados
Ca, ¡mal pecado!, muchos consejos son errados
Por querer tener ellos los reyes lisonjados.
Para entendernos, es algo así como: “no le des siempre la razón al jefe para tenerlo contento”
Sus cometidos como militar también son amplios y destacados.
Comienza muy joven al mando de una escuadra en el Mediterráneo, en la guerra que mantiene Castilla con el Rey de Aragón, Pedro el ceremonioso, atacando en 1366 el puerto de Barcelona y alcanzando con ello grandes honores por lo que se le premia nombrándole Alguacil Mayor de Toledo.
Participó en la Batalla de Nájera, en la guerra que mantenían Pedro y Enrique, siendo hecho prisionero.
También en la célebre batalla de Aljubarrota, en defensa de los derechos dinásticos de Juan I, su Rey, contra los portugueses, que además de triunfar sobre las tropas castellanas tomaron nuevamente prisionero a López de Ayala, recluyéndolo en una localidad portuguesa llamada Óbidos, donde pasó prisionero treinta meses.
Se paga su rescate, que ascendió a treinta mil doblas de oro, pero al decir de los estudiosos de su obra, y sobre todo uno muy destacado, nuestro Menéndez Pelayo, asegura que gracias a su aislamiento, en el que gozaba de cierta libertad, escribió gran parte de sus grandes obras: el Rimado de Palacio y el Libro de la Caza de las aves.
Su faceta diplomática es impresionante, viajó tanto y a tantos lugares desde tan pequeño, que viene a avalar lo que yo he pensado siempre sobre que los viajes aminoran muy importantemente cualquier sentimiento nacionalista, y sobre todo dan auténtica expresividad y contenido a la palabra “paleto”.
Efectivamente, si el techo mental de alguien llega solo al campanario de la Iglesia de su pueblo, y el coeficiente intelectual está entre discreto y muy discreto, a poco que se lo digan, y sin pensarlo, será a lo largo de su vida un perfecto nacionalista, da igual de donde sea, o donde viva, que para esto, es lo mismo, no importa que sea de Cartagena, (que por cierto ya se proclamó república independiente en 1873), de Guadalajara o de León.
Y claro, ya no te digo nada, si eres de San Feliú o de Elgoibar.
Pero siempre por lo mismo: los políticos con su ancestral razonamiento: para Madrid, se exige mucho, no llego. Me quedo aquí en mi tierra, pero claro, si a lo que voy a llegar es a concejal…. pues eso ¡de ninguna manera! Hay que pedir más, y a todos estos, bien conducidos y diciéndoles lo que quieren escuchar se les puede llevar por cualquier sitio…
Pensándolo bien, que pocos nacionalistas hay.
Pero he aquí, que a la figura de la que nos ocupamos le pasó, afortunadamente, todo lo contrario, podríamos decir que en el Siglo XIV, era ya un europeísta.
Lo vemos desde muy pronto, viajando a Aragón, a Portugal, a Italia, a Inglaterra y, sobre todo, a Francia, donde hasta en tres ocasiones fue embajador.
Participa activamente en las negociaciones para llegar a un acuerdo en el llamado Cisma de Occidente, que enfrentaba en aquel momento, a dos Papas: uno en Roma y otro en Aviñón.
En 1398, ya con más de sesenta años, es designado Canciller Mayor Del Reino. Supremo galardón que culmina toda una carrera política al servicio de cuatro reyes. Mientras que a sus dos hijos se les conceden los títulos de Merino Mayor de Guipúzcoa y, al otro Alcalde Mayor de Toledo.
¿Y qué podemos decir de su faceta de literato?
No, no existía el Nobel, ni se os ocurra preguntarlo, pero al decir de los estudiosos, sobrepasaba, con mucho toda la literatura de entonces.
¿Sus obras? Impresionante, solo enumerarlas.
Una de las más importantes sin duda, el Rimado de Palacio, que es el trabajo de lo que hoy llamaríamos, un buen reportero, pero en verso, ¡Toma ya!
Cuenta lo que ha ocurrido en las casas reinantes en las que ha vivido, con una óptica ejemplarizante y moralizadora, como hombre profundamente religioso que es.
La extensión de la obra es ingente, casi cuatro mil versos, en métrica de cuaderna vía, y en ellos toca todos los temas: el gobierno, la monarquía, el comercio, los arrendadores y arrendatarios, recaudadores, letrados, la autoridad del Rey, incluso, sobre el Cisma de la Iglesia, que le preocupa extraordinariamente.
Hay en él bellísimos poemas a la Virgen Blanca, y a la de Montserrat, y es por todo ello, que se trata de una imponente obra literaria, en la que no se sabe, si admirar más lo literario o lo histórico.
Un erudito francés, Michel García, de la Universidad de París, apunta juzgando la obra, que: aparte del inexplicable desconocimiento que existe de ella en España, es para él – la preocupación de separarse del mundo, la que inspira todo el texto y constituye, a la vez que una ofrenda a Dios en el umbral de la muerte, una lección para los contemporáneos –
Otra gran obra, Las Crónicas, sobre los reyes. La primera es sobre Pedro I, al que describe con auténtica crudeza, por contravenir las reglas de caballería dando muerte a prisioneros, e incluso, afeándole abiertamente su comportamiento violento y la muerte de su esposa y dice:
“Comportamiento que pesó mucho a algunos del regno”
La segunda, sobre Enrique II, donde describe la consolidación de la Dinastía Trastámara y el problema que acarrea la subida de impuestos, y en la que expresa ya en aquel tiempo, que cuanto más se suben, menos se recauda.
¿Qué os parece si hiciéramos llegar a manos de nuestros políticos esta Crónica?
¡Vamos qué!, sabiéndose esto, ya desde el Siglo XIV…..!
Hay otras crónicas sobre Juan II y Enrique III. En definitiva, sin cansaros, es la obra de un culto caballero, de buena voluntad, que ha presenciado y sufrido unos hechos y ahora los narra, haciéndolo, eso sí, maravillosamente.
Otra gran obra suya es el Libro de las Aves, que en buena ley habría de llamarse Libro de la Caza de las Aves, y en él hace un recorrido sobre las aves en general: su descripción, sus características, vuelo, migraciones, distribución geográfica, etc. que constituye un auténtico tratado de ciencia de la naturaleza. Inicia en el libro así mismo, la enseñanza de la cetrería, describiendo y analizando todos y cada uno de los utensilios necesarios para este tipo de caza: caperuzas, pihuelas, gañivetes etc.
Ya con avanzada edad, se retira de la Corte, dejando atrás todos los cargos y misiones, iniciando una vida casi de retiro monástico no sin antes haber dejado bien resueltos los asuntos familiares.
Decide crear dos mayorazgos. Uno el de su hijo mayor con todos los bienes que poseía en Álava y Vizcaya. Mientras que su segundo hijo, llamado como él, Pero López de Ayala, heredaba las rentas y bienes que dejaba en Toledo. De esta manera, surgen las dos vías en el linaje de Ayala, una en Vizcaya, y otra en Toledo.
Esta segunda pocos años después, dio origen a la creación del Condado de Fuensalida, cuyo primer titular fue el nieto mayor del Canciller.
En estos últimos años de su existencia, realiza su vida entre la añorada tierra alavesa, en Quejana y un monasterio en Castilla, el de San Miguel de la Morcuera, cerca de Miranda de Ebro, y en uno de estos viajes le sorprende la muerte en Calahorra, a los 75 años de edad, en 1407, junto a su esposa, Leonor de Guzmán, con la que está enterrado en Quejana, en un panteón familiar, precioso, por cierto, con esculturas de mármol, de él y de su esposa, en un entorno impresionante y solemne, pero…
Siempre hay en nuestras cosas algún pero, resulta que en el año 1913, las pinturas que componían la capilla funeraria del Canciller, pinturas góticas de un gran valor, fueron vendidas a la Galería Harris de Londres, compradas luego por un tal Charles Deering, quien las donó al Art Institute de Chicago. ¡Viva el salero!
Deberíamos, ¡qué menos! encontrar al golfo aquél que las vendió y pedirle explicaciones, digo yo… ¿verdad?
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