Perder, hasta la vida por una idea.
La narración de unos hechos que parecen inventados por ser tan atroces, pero acecídos realmente solo por la voluntad de unos pocos.
Puede que sea verdad.
Honradamente, no me considero preparado para juzgarlo, pero lo dicen así:
– Existen en este mundo tres clases de seres humanos:
– los vivos, los muertos y los navegantes –
El propósito de este “pespunte” histórico, no es tanto hacer pensar al lector sobre estos personajes de nuestra historia, sobre su entorno y circunstancias, sino también, en este caso, de manera más importante, resaltar y tratar de ponderar, creo que adecuadamente y con justicia, algo mucho más trascendente en ellos, como son sus características personales:
Valentía, puede ser. Atrevimiento, es posible. Arrojo, tal vez, pero sea cualquiera de ellas, qué más da, lo cierto es que, cuanto son de admirar, y que poco están destacadas por nadie, en el momento actual.
¿Qué eran, realmente Hernando o Fernando de Magallanes, y Juan Sebastián Elcano?
Fundamentalmente, marinos.
Hombres ligados al mar, alguien que lo lleva en su alma, que piensa, que entiende, que siente el mar y que, por supuesto, consigue comprenderlo y hasta amarlo, y por ello hasta llega a no preocuparle, incluso, morir en él.
¿Un aventurero? También, posiblemente, pero ello no mengua, creo yo, en absoluto, su determinación y su audacia.
¿Un codicioso? De aquellas inmensas riquezas que eran entonces las especias, y que ahora comprendemos tan mal. Pues sí, sin embargo, tampoco creo que esto pueda considerarse en detrimento de su intrepidez y su heroísmo.
¿Un perturbado? creo rotundamente que no, era un hombre dedicado al mar desde su niñez; en su juventud había hecho las grandes travesías de aquellos tiempos, llegando incluso a la India, navegó a Sumatra y otras islas; intervino en batallas navales, y conoció personajes que le hablaron detalladamente de las Molucas, las islas de las especies.
Y de vuelta a Portugal, conocía perfectamente aquellas rutas y mares, lo que fraguó en su mente la idea del viaje que lo hizo inmortal. De hecho, de ser un loco, bendita locura que crea la determinación, en alguien, de no abandonar una idea, por muchos que sean los impedimentos que para su realización se presenten.
Y, ¿cuál fue su hazaña?, nada menos que dar la primera vuelta al mundo navegando, en el año 1519, con una expedición de cinco naves y 250 hombres.
No, efectivamente, él no vio colmada la hazaña, murió en ella.
Pero la culminó su segundo, un vasco llamado Juan Sebastián Elcano, que regresó a Sanlúcar de Barrameda, de donde habían partido, casi tres años antes, en Septiembre de 1522, con una sola nave y 18 supervivientes.
Desde mi punto de vista no existe ninguna proeza semejante, no se ha dado en la historia de la navegación aventura igual, ni por su duración, ni por su trascendencia, ni por el derroche de coraje que supuso el conseguir aquello que nuestro emperador Carlos premió con el escudo de armas, en el que sobre un globo terráqueo está escrito:
Primun circundedisti me.
Habían triunfado Magallanes y su teoría de llegar a Oriente por Occidente.
Pero, naturalmente, esto tenía algunas explicaciones y vamos a tratar de exponerlas, para así poder entenderlas.
En primer lugar, estos “pespuntes” como yo los llamo, han estado dedicados, hasta ahora, a personajes españoles, pues este no, este era portugués, y la pregunta será, ¿y por qué lo incluyo aquí?
En realidad, se trata de que aun siendo, efectivamente, nuestro personaje, portugués de nacimiento, ya que había nacido en una – freguesía -, el equivalente a lo que nosotros denominamos parroquias, del norte de Portugal, llamada Sabrosa, creo que puedo incluirlo, ya que eran muchas sus vinculaciones con España:
Primero, que estaba casado con una española, Beatriz de Barbosa, con quien contrajo matrimonio, en 1517, en Sevilla; también, porque fue nombrado por nuestro emperador Carlos, como Adelantado Capitán de la Armada y Caballero de la Orden de Santiago, antes de su hazaña y, en definitiva y, posiblemente lo más importante, ya que la aventura que le ha dado renombre universal, y con él a la Monarquía Hispana, fue encargada por el propio Emperador y se realizó bajo sus auspicios.
Pero, en realidad, ¿Qué buscaban? Buscaban algo que nosotros actualmente casi no comprendemos: especias, y ¿Qué es eso?.
Saber, sí, sabemos lo que son, pimienta, nuez moscada, clavo aromático y algunas más, pero ahora no le damos la importancia que entonces tenían, eran tan demandadas y tan altos sus precios en el mercado que podían considerarse auténticos objetos de valor, al alcance exclusivamente de muy pocos.
Se conocían de antiguo y, presumiblemente, su costo era originado por la dificultad de su adquisición y transporte, ya que adquirirlas y comerciar con ellas significaba llegar a lugares tan lejanos y desconocidos como las denominadas entonces – islas de las especies – y que hoy en día conocemos como islas Molucas, en Indonesia; y por ello que fuera tan importante conseguir un camino más corto para adquirirlas, y no podía ser otro que, el mar.
No olvidemos que, en realidad, este fue también el argumento que ofreció Colón, ante nuestra Reina Católica, consiguiendo con él la posibilidad de su patronazgo, para el descubrimiento del Nuevo Continente, y aún más, ya que también era donde creía haber llegado el descubridor cuando desembarcó, por primera vez, en la isla de Guanahani, en lo que hoy son las Bahamas.
Por otra parte, los portugueses, que han sido siempre y en aquellos tiempos también, magníficos navegantes, que habían llegado en sus viajes bordeando por el sur el continente africano, a la India, habían conseguido, no se puede decir el monopolio, pero casi, de la adquisición y comercio de bastantes especias, y con ello el conflicto…
Fue Vasco de Gama, precisamente, el que realizó, lo que hasta entonces era el viaje marítimo más largo conocido y, curiosamente, al igual que los otros, tratando de explorar posibilidades para llegar a las célebres especias, habremos de admitir, repito, aunque no lo entendamos, que fueron las dichosas especias y su búsqueda, las que dieron origen a estos grandes descubrimientos que ahora comentamos.
Bien, pero como digo, ya tenemos el conflicto, puesto que por un lado estaban muy recientes las guerras que Castilla había mantenido con Portugal, por el asunto de la sucesión de su Corona, que hubo que dirimir, naturalmente, en guerras, como siempre, para conseguir la entronización en el Trono de Isabel y, por otro que, efectivamente, con los viajes portugueses por el cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur de África, que ya había descubierto Bartolomé Díaz, años antes y que propició los siguientes, de Vasco de Gama, llegando a la India, las célebres especias, eran más tangibles, al estar más cercanas.
Con todo ello, Lisboa se había convertido en la capital de las especias, que aunque, naturalmente, moderaron sus precios, daban a esta capital extraordinaria importancia comercial, de aquí, lo que adelantábamos, el conflicto de intereses entre los dos países líderes de entonces en navegación: Castilla y Portugal; es verdad que existía otro: Aragón, y que era precisamente en aquel tiempo cuando se estaba fraguando la unión de Castilla y Aragón con el matrimonio de sus Reyes, los Católicos, que al unirse creó el embrión de lo que sería años después el más importante imperio conocido de aquel tiempo; pero es que Aragón, aunque ancestralmente fue cuna de gentes navegantes, sus actuaciones fueron siempre más, en el Mediterráneo.
Y , ¿Cómo pensáis que se resolvió la pugna?
De la manera más simpática y jocosa, que podríamos pensar actualmente.
Haciendo abstracción del mundo entero y, como diríamos ahora, poniéndoselo por montera, sobre todo de las potencias importantes en navegación de aquellos tiempos, como Venecia, Inglaterra, Holanda y otras, lo que hicieron fue, simplemente:
Repartirse el mundo, mitad para cada uno. Así como suena.
Se materializó el reparto, en la Ciudad de Tordesillas, en Junio de 1494, allí se reunieron y firmaron un pacto, que se llamó el Tratado de Tordesillas, en el cual, los Reyes de Castilla y Aragón por un lado y el Rey de Portugal por otro, llevaron a cabo el reparto; y ¿cómo?:
Pues de la manera más sencilla, marcaron una línea teórica sobre el Gran Océano conocido entonces, el Atlántico, y acordaron, sin más, la derecha para ti, y la izquierda para mí.
Y eso fue todo.
Hala; pero claro, ¿y donde ponemos la teórica línea?, pues, desde los polos, y que pase por las Islas de Cabo Verde, que parecía la mitad, no, un poco más a oriente, bueno, pero no tanto, sí hombre un poco más, vale, pues por ahí.
Venga, y la trazaron.
Claro, naturalmente sobre el mapa.
Y dice así el Tratado:
– Que se haga y asigne por el dicho mar océano una raya o línea derecha de polo a polo, del polo Ártico al Antártico, que es de norte a sur, la cual raya línea o señal se haya de dar, e de derecha como dicho es, a trescientas setenta leguas de las islas de Cabo Verde…-
Curiosamente, como hoy se puede fácilmente comprender, la línea se estableció, pero de manera que, entendemos muy teórica, ya que sí, se conocía de hecho la esfericidad de la tierra, pero no su extensión, por tanto, los cálculos eran pura teoría.
Uno de los personajes que más estudió estas determinaciones, ya que era un cartógrafo muy eminente de aquella época, fue el catalán Jaume Ferrer de Blanes, que aunque trabajaba en temas propios de navegación y comercio del Reino de Aragón, intervino activa y decisivamente en este tema de la demarcación de la línea del Tratado de Tordesillas.
Ahora creo, que según esto, entenderemos claramente el porqué, por ejemplo, Sudamérica, prácticamente toda, tiene ascendencia española, menos su extremo oriental, es decir el actual Brasil, que la tiene portuguesa. Por qué las islas de Cabo Verde, Azores y Madeira tienen origen portugués, y también el porqué, de las influencias portuguesas en Asia.
Pero claro, seguro que alguno de vosotros, va a saltar sobre mí.
Oye, espera, hay algo que no entiendo.
¿Por qué las Canarias que están más al Este de esa teórica línea, son españolas y no portuguesas?
Bien pensado, pues te lo explico:
Resulta que para la entronización en el trono de Castilla de nuestra reina Isabel, había tenido que consumarse, como hemos dicho antes, una guerra con Portugal, esto no era nuevo en absoluto, ya que ha debido haber unas diez o doce en total; bien, pues esta terminó con un Tratado, llamado de Alcaxobas, en 1479, y en dicho acuerdo, y como consecuencia de que la guerra la había ganado ya España, (Tanto monta, monta tanto), Portugal nos cedía el dominio de las Islas Afortunadas.
Bueno, pues si ya son nuestras, hace ya casi veinte años, huelgan las discusiones, nos las quedamos y así no hay polémica.
Vale.
También es cierto que hubo trampas, claro, por ambos lados, era tan teórico aquello de la línea, que parece hasta natural.
Entendiendo, por otra parte, que esta ingente cantidad de acuerdos y desacuerdos prácticamente siempre habían de ser elevados al Papa, que a base de laudos y encíclicas los resolvían, pero claro, tan lentamente como lo haría en la actualidad Rajoy, aunque eso sí, con más autoridad.
Por otra parte, hay que entender que la cosa no era fácil, puesto que además, durante sesenta años, la célebre línea sobre el mar, que dividía los dos mundos, no sirvió para nada, efectivamente, ya que entre los años 1581 y 1640, las dos potencias compartían el mismo Rey, Felipe II, que lo era de España y de Portugal y, por tanto las concesiones que se realizaban, sobre tierras, lo eran igualmente a españoles y a portugueses.
Bien es verdad, que de esta circunstancia, los que más se aprovecharon, en cuanto a terreno se refiere, fueron los colonos portugueses, ya que ampliaron enormemente sus posesiones en extensas zonas amazónicas, que luego, después de 1640, a la independencia de Portugal, ya estaban establecidos y se quedaron con tan enormes superficies, como las tiene el actual Brasil, obedeciendo a un laudo papal basado en – uti possidetis ite possideatis – que viene, traducido, a ser algo así como: – si estás ahí, hace un tiempo, pues quédate –.
Y se quedaron.
Pero vamos ahora a tratar de lo importante, el viaje de Magallanes.
Alguien, incluso bien intencionado, podría preguntar:
¿Habría en esta genial aventura algo de casualidad?.
Pues, puede ser, yo diría que no, pero puede ser, desde luego no hay duda de que, como lo del propio Colón y lo de otros muchos, eran verdaderas hazañas, auténticas heroicidades, asimilables hoy en día a lo que serían los viajes espaciales, por ejemplo, con lo que se demuestra que siempre en el mundo, existirán seres humanos con ese talante aventurero.
Aunque, efectivamente, no se trataba de aventuras “a ciegas”, puesto que en el caso de Magallanes, por ejemplo, se conocía la existencia de un mar, digamos, al otro lado de las tierras descubiertas y que comenzaban a explorarse.
Lo había descubierto otro conquistador, Vasco Núñez de Balboa, español también, de Extremadura, como Pizarro y Cortés y como otros muchos cientos, de esa región a la que llamamos hoy, y creo que con razón, – Tierra de Conquistadores –, Extremadura; pero pongamos, así mismo, un poco nuestra atención en que entonces, en aquellas tierras, ocurría algo que define bien aquella célebre frase tan expresiva de un torero, que decía: – Son más duras las cornadas que da el hambre
A este mar, digamos, del “otro lado” de la Tierra descubierta, Núñez de Balboa ya le había puesto nombre: lo llamó Mar del Sur, de ello la idea de Magallanes que, intuyendo la esfericidad de la tierra, pensara que navegando por él, evidentemente, llegaría a las tierras tan apetecidas de Oriente.
¡Claro!, esto dicho así, y ahora, parece simple, pero desde luego nada más lejos de la realidad de entonces. Hay que tener una determinación, una fuerza mental y, porque no decirlo, unas “agallas” inconmensurables.
Lo propuso a la Corona española, en aquel momento la portaba Carlos I, el nieto de los Católicos, y la Corona aceptó.
Cinco naves componían la expedición; de vuelta llegó solamente una; 234 hombres, de los que solo regresaron 18; cerca de tres años en el mar, no sé a vosotros, pero a mí me resulta escalofriante, creo que esta epopeya humana no se haya dado a lo largo de la historia de la humanidad en ningún otro momento.
Los hombres eran casi todos españoles, pero había portugueses y de otras naciones y, afortunadamente un italiano, que se sepa, un tal Antonio Pigaffeta; que actuó de corresponsal escribiendo una especie de diario de a bordo, que llegó al final de viaje, y del que transcribiremos algún párrafo, y también que, gracias a él, y por este motivo, conocemos los detalles de la odisea.
Magallanes y alguno más de sus hombres hicieron testamento en Sevilla, de donde partieron realmente; bajaron el rio que ahora llamamos Guadalquivir, que toda la vida se llamó el Betis, para terminar de aprovisionar las naves en Sanlúcar y cumplir con la orden del Capitán Jefe, de que toda la tripulación confesara y comulgara, para partir en Septiembre de 1519, primero naturalmente, a Canarias, pasando después cerca de la islas de Cabo Verde, navegando cercanos a la costa africana, para dar “el salto” y llegar, casi cuatro meses después, a la costa americana, a la altura de la bahía de Guanabara, en lo que actualmente es Rio de Janeiro.
Siempre con rumbo sur, tratando de encontrar la salida al “otro” mar, encontraron, efectivamente, lo que consideraron el final, pero navegando muchas millas advirtieron desolados que estaban rodeados de tierra firme, era la Bahía del Mar del Plata.
Vuelta a salir, y nuevamente rumbo sur, pero ahora ya las condiciones habían cambiado, era el invierno, el terrible invierno austral; comenzaron a faltar los alimentos, se redujeron las raciones y buscaron refugio en una ensenada que llamaron de San Julián, pero la gente se amotinó, y podríamos decir que con razón, y los capitanes de las naves demandaron a Magallanes lo sensato: volver.
Pero, en estos trances, no está contemplada la insubordinación; por otra parte, la sensatez no es moneda que se emplea en estas circunstancias y, en el mar, la desobediencia tiene un solo precio, por cierto el más caro del mundo, y lo pagaron varios, efectivamente, pero la misión continuó.
Les resultó muy complicado primero encontrar, y después navegar, mucho más al sur, un paso; pero lo encontraron, y cruzaron por él, y hasta le pusieron nombre, lo llamaron Estrecho del Espíritu Santo.
Naturalmente, hoy, y no podía ser de otro modo, se le conoce, ¡qué menos!… Como:
El Estrecho de Magallanes.
Hicieron también algunos descubrimientos curiosos, por ejemplo, lo que llamaron: los gansos negros, es decir los pingüinos, desconocidos hasta entonces; y pusieron nombre a aquella gran extensión de tierra llamándola “tierra de los patagones”, en señal de huellas de pies grandes que pensaron que fueran pobladores de aquellas tierras.
Ya esto significaba una aventura y un descubrimiento grandioso, pero que alguien me explique lo que tiene que significar adentrarse después en un mar desconocido por completo, con cuatro naves, – una ya había desertado y vuelto a España -, sin avituallamiento, con unos rudimentarios elementos de navegación, y con las naturales dudas de la situación.
No sé donde estoy, no sé a dónde voy, pero no importa…sigo.
El atrevimiento y la valentía lo pueden todo.
Aunque nunca podré decir que, de verdad, yo haya sido navegante, pero si he realizado mis “pinitos” en algunas navegaciones deportivas, pocas, pero suficientes para haber sentido mis temores y mis deleites, así como sus miedos y sus encantos, de ello me ha quedado esa dormida afición por todo lo náutico y ahora sigo, interesándome aunque no muy de cerca, pero sigo, entre otras, la regata de la vuelta al mundo de la Volvo Ocean Race.
Cuando escribo esto, los barcos participantes están, después de casi tres semanas de navegación, a unas trescientas millas de Ciudad del Cabo y me maravilla conocer sus experiencias.
Es fascinante leer, por ejemplo, cómo nos cuentan que pasaron las aguas del Ecuador, con sus calmas, y que ahora entran en los cuarenta rugientes, con vientos tremendamente fuertes y mar arbolada; con olas de entre siete y diez metros que, en ocasiones, les azotan de manera atroz y que sus condiciones de vida son penosas.
Aparte de lo que supone de proeza, y de valorarla adecuadamente, también habría de conocerse cómo van equipados: ordenadores, instrumentos de navegación por satélite, referencias meteorológicas constantes, emisores y receptores de radio en diversas frecuencias, potabilizadora de agua, comidas liofilizadas, trajes especiales y, tener en cuenta que, aparte de ser auténticos deportistas de élite, hay que ser un verdadero héroe para participar.
Pues, por favor, decidme con vuestro mejor criterio, qué pensáis después de leer el siguiente párrafo, que trascribo literalmente del diario de Pigaffeta:
-Navegamos durante tres meses y veinte días sin probar ningún alimento fresco. Las galletas que comíamos ya no eran de pan, sino de un polvo mezclado con gusanos e impregnado de orina de rata. El agua que teníamos que beber estaba putrefacta. Nos vimos obligados para no morir de hambre, a comernos trozos de cuero, que eran tan duros que había que mojarlos en el mar cuatro o cinco días para que se ablandasen y sufríamos el ataque de una especie de enfermedad que nos hinchaba las encías hasta cubrirnos los dientes (escorbuto) y los que la sufrían no podían probar alimento alguno. Diez y nueve de nosotros murieron.-
Y, yo añadiría, y a todo esto, las condiciones del mar, que lógicamente no serían muy distintas que las de ahora.
Con una brújula y un sextante, de día, y por la noche las estrellas.
¡Ahí es nada! Produce escalofríos hasta contarlo, y hasta parece que puede no ser verídico, pero es tan real y tan cierto, como que sucedió y de manera tan verdadera y auténtica, como impresionante y sobrecogedora.
Efectivamente, casi cuatro meses sin localizar tierra firme y, por fin, unas islas, en Enero de 1521, teniendo en cuenta que llevaban navegando este mar, al que llamaron él Pacífico, desde que abandonaron tierra en el estrecho sur de América, en Noviembre de 1520; es una navegación inconcebible, las islas son en realidad uno de los atolones de coral que forman las actualmente conocidas como Islas Cook, ellos la denominaron Isla de los Tiburones.
Avistaron, también, la isla que llamaron de San Pablo, conocida hoy como Isla Flint o Vostok, hasta llegar, por fin, en Marzo al Archipiélago de las Marianas, a la que nombraron Isla de los Ladrones.
Y, muy poco después, arribaron a Samar, lo que significó que fueran los primeros europeos en descubrir las Islas de San Lázaro, conocidas después como Filipinas, en honor, naturalmente, al rey Felipe II.
Parece ser que lo prioritario consistía en cristianizar a los nativos, y de ello queda constancia en la llamada Cruz de Magallanes, que todavía se conserva en la Isla de Cebú, en Filipinas.
Casi todos, bien, de acuerdo, se hacían cristianos, creo yo, que un poco, como si les dices a estos nativos que se hagan simpatizantes del Osasuna, más o menos, a todos los bautizaban, venga a bautizar gente, bautizaron a casi todos, pero uno, como siempre, que dice que no.
Se llamaba Lapulapu, naturalmente, terco como una mula, o casi peor.
-Mira gili….., que te voy a tener que bautizar a la fuerza…
– Que no.
– Mira que, o te bautizas, o la tenemos…
– Que no.
– Pues te vas a enterar… ¡ahora verás!
Pero resulta que el burro aquel, tenía lanza, y en un descuido se la clavó a Magallanes en una pierna, haciéndole caer a tierra; los demás, ya incluso bautizados, que también tenían lanzas y, casi peor leche que el propio jefe, viendo que estaba caído, también con las lanzas, dejaron al pobre Magallanes, como un colador, y no solo a él, si no a los cincuenta que le acompañaban.
Mira que tiene maldita la gracia, pasar tantas penalidades y peligros, para perder la vida en algo tan tonto.
Pero así fue.
Y lo peor es que, al energúmeno aquél, el tal Lapulapu, ahora en Filipinas lo tienen como un héroe nacional, y dicen que fue el primero en defender la independencia, y hasta tiene un monumento.
Cosas que pasan en esta vida.
Bueno… pues ahora había que volver, y encima sin capitán, y además por aguas de dominio portugués.
Otra hazaña, esta comandada por un español, Juan Sebastián Elcano, vasco, de Guetaria, – o así – que dirían ahora sus paisanos.
Efectivamente, otro hombre de mar.
Había nacido en esa maravillosa villa marinera,fundamentalmente conocida por dos cosas, una, ser la patria chica del ilustre marino y otra, por el chacolí, ese vino blanco, agriácido que a nadie le gusta en el primer sorbo, pero que luego y sin saber porqué, maravilla y acompaña admirablemente los pescados a la parrilla.
De familia ligada al mar de toda la vida, era el mayor de nueve hermanos, y también la suya estuvo siempre ligada a él; había en su juventud participado en navegaciones comerciales y también militares; en la toma de Argel, con el Cardenal Cisneros y en las campañas de Italia; pero desgraciados avatares, le llevaron a encontrarse en Sevilla cuando Magallanes formaba la tripulación para su viaje, en el que se alistó como simple marinero.
Pronto, naturalmente, y dados sus conocimientos de navegación pasó a formar parte importante de los mandos de la expedición.
A la desaparición de la principal autoridad y, aunque en principio, se formó un triunvirato para el mando de la expedición, fue nombrado por unanimidad de la tripulación, jefe supremo de ella.
No, desde luego que no era fácil volver, junto a todas las dificultades de la navegación por mares desconocidos, había otras, no menores, estas de carácter táctico, ya que las aguas eran de dominio portugués.
Navegaron el Océano Índico, bordearon el continente africano, salvando toda clase de dificultades…
Pero llegaron, ¡claro que llegaron! Y lo hicieron como auténticos héroes, dándose cuenta, entonces, de lo que habían realizado, nada menos, que el primer viaje dando la vuelta al mundo, su primera circunnavegación, un recorrido de unos 40.000 Kilómetros que demostraba, sin ninguna duda, y por primera vez, el hecho de la esfericidad de la tierra.
Dice en su escrito Pigaffeta, al concluir el viaje:
Gracias a la Sagrada Providencia, el lunes 8 de Septiembre de 1522, largamos el ancla en el muelle de Sevilla…
Curioso, a su llegada encontraron que era un día menos de lo que tenían calculado, y habían llevado la cuenta puntualmente durante todo el viaje, pero estaban un día atrasados, algo pasaba, y lo pusieron en conocimiento hasta del propio Papa, por no saber a que atribuirlo. Era simplemente que al realizar el viaje hacia el oeste, en dirección opuesta a la rotación diaria de la Tierra, habían, efectivamente, perdido un día.
Es de razón entender la hazaña, como posiblemente la más importante de todos los tiempos y, desde luego, ha de ser valorada como tal, por cualquier persona de bien, tal vez, algo más, por los que conozcan el mar en toda su impresionante grandeza.
Cierto también, que para todos aquellos que sentimos el mundo del mar desde más lejos, por nuestra lejanía física, algunas veces, y también otras mental, hemos de entender y justipreciar, adecuadamente, la empresa en el sentido fundamental de lo que denominamos: un marino.
Pensemos que, con aquellos barcos, y en esas condiciones del mar, que estas sí que no han cambiado, aquellas pobres gentes, simplemente podemos llamarles – héroes,- eran además, y prioritariamente marinos, ellos, los que sentían las naturales incertidumbres, los que perecían de hambre, de escorbuto, luchando contra los paganos, incluso a veces, en la soga de la desobediencia, pero atendamos únicamente a este hecho:
De las cinco naves que partieron, la Trinidad, de 110 toneladas, la hunden los portugueses en puerto, en las Molucas; la San Antonio de 120 toneladas deserta y vuelve a España desde Argentina; la Concepción de 90 toneladas, es quemada en Cebú, por falta de tripulación para volver con ella a España, y la única que naufragó, fue la Santiago, de 75 toneladas, navegando por el estrecho sur de América para encontrar la salida al Pacífico.
Y por último la Victoria, de 42 toneladas, con la que se culminó la proeza.
Parece incuestionable que estas gentes, aparte de valientes, de fuertes, de valerosos y audaces, fundamentalmente, eran, marinos, simple y rotundamente, y el final de un marino, desgraciada o afortunadamente, siempre es el mar.
Juan Sebastián Elcano, murió en el mar, efectivamente, al mando de la nave “Victoria” que participaba en una nueva expedición hacía las Islas Molucas.
Cierto es que ellos, exclusivamente son los que según mandan las leyes del mar, podían llevar con orgullo, un pendiente en la oreja, como distintivo de haber navegado los mares más lejanos.
Y que tenga yo, ahora, que contemplar con paciencia infinita, como algún cretino y además inculto, lleva, sin respeto alguno, un adorno en la oreja, habiendo llegado, lo más, a remar en el estanque del Retiro.
Resalta por ello, como ejemplar, la maravillosa prudencia y modestia que se desprende de las palabras con las que, el propio Juan Sebastián Elcano, ofrece al Rey, Carlos I, en carta que le dirige para darle cuenta del final del viaje:
Y más sabrá Vuestra Majestad que aquello que más debemos estimar y tener es que hemos descubierto y dado la vuelta a toda la redondez del mundo, que yendo para el occidente hayamos regresado por el oriente.
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