María Cristina de Habsburgo-Lorena

Semblanza de una gran dama, sobrada de honorabilidad y escasa de fortuna.

Si tuviéramos que nombrar juntos a la dignidad y al respeto, lo llamaríamos Doña Virtudes y cariñosamente por este sobrenombre la conocía todo su pueblo.

¡Qué gran mujer! Doña Virtudes.

¡Y cómo difumina el tiempo, incluso a los seres más excepcionales¡

Tenemos ante nosotros, y estoy seguro de no exagerar, una de las figuras más admirables de nuestra historia reciente: pero también un personaje al que el destino sacudió durante su vida con desventuras, adversidades y hasta tragedias, de la manera más despiadada.

El sobrenombre con el que el pueblo la cita, estaba perfectamente puesto.

Era, en efecto, un dechado de virtudes, las atesoraba todas: prudencia, honradez, bondad, resolución… bueno, todas, sin llegar a enumerarlas.

Pero que alguien me explique, si puede, cómo a una persona con las dotes que a ella la adornaban, pudo la vida depararle tantas desdichas.

Devota cristiana, intachable mujer, fiel esposa, entrañable madre y prudente Reina. Solo eso, se puede decir de ella, aunque desde luego, no es solo bastante, sino mucho.

No desearía que este “pespunte” histórico pudiera parecer una novela rosa, pero, para comenzarlo, considero que tendríamos que, en primer lugar, entonar aquella cancioncilla, tan pegadiza, que a todos nos suena, y luego entenderéis porqué, y posiblemente me deis la razón de que éste, precisamente, ha de ser el principio:

                                     Dónde vas Alfonso Doce

                                        Dónde vas triste de ti

                                    Voy en busca de Mercedes

                                      Que ayer tarde la perdí

¿Me preguntáis por qué?

Bueno, pues vamos por partes.

¿A quién nos estamos refiriendo?

Se trata  nada menos, que a Doña María Cristina de Habsburgo Lorena, segunda esposa, y eso de segunda, es importante para el relato, de nuestro Rey Alfonso XII.

Por tanto, Reina Consorte de España durante los seis años que duró su matrimonio y, desde la muerte del esposo y monarca, en 1885, hasta 1902, en que cumple 18 años su hijo, Alfonso XIII, Reina Regente de España.

Es decir, desempeñó la Jefatura del Estado durante 17 años; tiempo suficiente para que merezca la pena tener una idea clara y de conjunto, del momento político;  cuanto más, porque se trata de un tiempo con  situaciones muy difíciles; por ello, sería bueno entender: primero, como se llegó a él,  el entorno, la coyuntura política, así como, también en lo posible, las situaciones personales, los personajes de su derredor y, a poder ser, también de ella, en sus dos facetas: institucional y personal.

Ha pasado ya el tumultuoso reinado de Isabel II, por causa de la que se ha venido a llamar “la Gloriosa” o la Septembrina. Revolución política que conmocionó profundamente el País, en Septiembre de 1868,  poniendo en marcha: en primer lugar, el destronamiento de la Reina, seguido de un período político que se conoce como el – Sexenio Democrático –  en el que se ensayan dos formas de gobierno: una monarquía parlamentaria, con Amadeo I,  y una República, la primera.

Los dos fracasan.

Emerge en esos momentos en la palestra política un nombre:

Don Antonio Cánovas del Castillo, gran político, historiador, hombre culto, refinado y, sobre todo, muy inteligente, que tiene en su ideario, muchos temas, pero, uno prioritario sobre todos los demás: la restauración borbónica.

Es difícil hablar hoy de Don Antonio Cánovas, con seguridad que no se entenderá por la gran mayoría su conservadurismo, no es ya de estos tiempos; sin embargo, muchas de sus ideas, o gran parte de ellas, están basadas en consideraciones de políticas inglesas, que actualmente siguen vigentes en aquel País, como el bipartidismo, al que también aquí se llegó por un pacto firmado en El Pardo, a la muerte de Alfonso XII, entre los dos grandes partidos: el conservador, liderado por Cánovas y el Liberal, encabezado por Don Práxedes Mateo Sagasta, por el que se admitía la alternancia pacífica en el poder de ambos Partidos Políticos, lo  que suponía en definitiva, la tan deseada estabilidad.

Pero, si difícil nos resultaría ahora entender el conservadurismo de Cánovas, tratándolo de identificar con las derechas actuales, igual, o aún más difícil, sería intentar entender el liberalismo de Sagasta, al compararlo con las izquierdas de ahora.

Desgraciadamente, nada que ver, en absoluto.

Bien es verdad que son otros tiempos, pero no nos engañemos, aquellas personas tenían unas categorías personales y profesionales, de gran altura, una dignidad, una respetabilidad y,  en definitiva, una honorabilidad admirables.

Veamos, por ejemplo, a un Sagasta, Ingeniero de Caminos, periodista, profesor y director de la Escuela; eminentísimo orador, respetado diputado y varias veces Presidente del Consejo de Ministros. Hombre de una sensibilidad y buen juicio suficientes como para que aún hoy en día, leyendo sus discursos, sintamos orgullo de aquella erudición y, también, de su profundidad conceptual, teniendo en cuenta que eran pronunciados, sin leer, ni mirar un solo papel; un hombre que en el momento de enterarse de la muerte, por atentado anarquista, de su oponente Cánovas, es capaz, de decir:

  • Con el fallecimiento de Don Antonio, todos los políticos de España, podemos tratarnos de tú.-

Hace falta una altura moral, un equilibrio mental y, sobre todo, una tolerancia que solo conceden la absoluta integridad personal y un probado liberalismo. Y desde luego, algo posiblemente muy importante en política: una patente y manifiesta elegancia personal, junto a una esmerada educación.

Que alguien, si se atreve, me lo compare con alguno de los fracasados, inútiles y vergonzosos prohombres al frente de nuestra izquierda actual: por ejemplo, a Pedro Sánchez, que hasta nos hace casi, añorar a aquel tristemente recordado Zapatero; o un Pablo Iglesias, con sus planteamientos exclusivamente revanchistas y sus tramas corruptas y enviciadas en ilegalidades, sin imagen, ni elegancia y, por supuesto, sin preparación ni capacidad alguna.

Presumíblemente, me vais a contestar que ni resulta necesario, puesto que no se entendería, y puede que sea verdad.

Lo que nos hace seguir poniendo de manifiesto, como siempre, la auténtica verdad del aforismo que tanto se repite, en el sentido de que: – cada pueblo tiene los políticos que se merece…-

Aquellos modales, aquel talante, aquella prestancia, eran la representación de una integridad moral, de una honradez personal que se ha perdido; quedan atisbos, solo algunas y muy desdibujadas huellas, pero escasas, en las dos tendencias, en lo que se refiere a honradez y, así mismo, en lo referente a las formas; teniendo en cuenta que es precisamente en la izquierda donde más falta nos harían, pues es la opción de la que más necesitados estamos todos.

Desde luego, no es ni mucho menos, que yo sea partidario de aquello tan repetido de que – cualquier tiempo pasado fue mejor,- no, desde luego que no, clara y terminantemente no, pero en esto de la política…

La Reina Isabel II  vive ahora  en su exilio de París, donde residió hasta su muerte a los 73 años, desde que hubo de abandonar España; y, naturalmente, el primer requisito necesario, para la proclamación del Rey,  era la abdicación de los derechos dinásticos, precisamente, de quien los ostenta ahora, la madre, a favor de su hijo, que en estos momentos tiene ya 14 años, y se pretende que reine en España.

De hecho, lo hará desde 1874 hasta su fallecimiento, en 1885.

Pero, desplacémonos con la imaginación unos años antes, precisamente a su nacimiento, y para ello, sería bueno que dejando volar vuestra imaginación, me acompañéis al Madrid de  Noviembre de 1857, aquel pueblón castellano, de gente pobre en su mayoría, inculta, pero de una gran dignidad.

Todos lo saben, es costumbre ancestral y continuada: los alumbramientos de los reyes se anuncian con cañonazos, desde la Plaza de la Armería del Palacio Real: son quince, cuando quien viene al mundo es una hembra, y veintiuno, si el nacido es un varón.

Todo el mundo está avisado y pendiente; la Reina ha salido de cuentas… en cualquier momento… puede ocurrir… y efectivamente, sobre las nueve de la noche del 28 de aquel frío Noviembre de 1857, en todo Madrid, comienzan a escucharse salvas.

Y las gentes comienzan a contar… tres, cuatro, cinco…

Con auténtica atención, doce trece, catorce, quince… la mayoría contiene el aliento unos segundos más, y por fin… diez y seis, en ese momento todas las caras se alegran, algunos se abrazan, se felicitan y salen a la calle.

¡Cuántas sopas de ajo!, que era, cuando las había, la cena más habitual en aquel Madrid, se quedaron heladas y en la mesa.

Hace frío, pero no importa, todos se echan a la calle, las mujeres desde sus casas, y los hombres desde las tabernas, interrumpiendo sus partidas, todos se felicitan alborozados y siguen contando… diez y nueve, veinte y veintiuno.

Es, efectivamente, un varón.

En los teatros se detienen las funciones, y  sale a escena un propio, anunciando, – son veintiuna descargas, es un varón,-  ¡Viva el Rey!

Y toda la sala, puesta en pie, aplaude.

Las calles son hervideros de gente, todo son saludos, vítores, los cocheros, desde sus pescantes en los coches de caballos, cantan y gritan. Puede parecer exagerado ahora aquel júbilo, pues, no, no lo era, el nacimiento de un heredero varón podía significar, nada menos, que la terminación de las guerras carlistas.

Muchos, la mayoría, gritaban, sin ningún recato:

¡Ha nacido el Puigmoltejo!

Es que ya, en tres ocasiones anteriores, había ocurrido algo similar. Era el cuarto parto y lo provocativo era que los Reyes no vivían juntos.

En una ocasión anterior, unos años antes, también en un frío Diciembre, las salvas habían sido quince para anunciar la llegada al mundo de una infanta, que se la conoció, siempre, como “La Araneja”, era la Infanta Isabel, personaje entrañable en Madrid, la célebre “chata”.

Y me preguntaréis, ¿y a que vienen estos sufijos de eja y ejo,?  pues son en realidad, los apellidos de los amantes de la Reina, es decir, los que en el momento de cada nacimiento permanecían junto a la Soberana, en Palacio.

En el primer caso la Infanta Isabel, “la Araneja” era porque su padre era José Ruiz de Arana y Saavedra, Duque de Baena.

Y el segundo, el “Puigmoltejo” aludiendo en este caso al verdadero padre del Rey Alfonso XII,  Don Enrique Puigmoltó y Mayans, Vizconde de Miranda.

Al principio, aún sabiéndolo todos, lo ocultaban, era como una especie de secreto a voces, hasta el pobre maricón del marido de la Reina, bueno, vale, perdón, de acuerdo, – homosexual -, si así os parece mejor; que es lo de menos, si lo era o no; pero vamos, como dicen ahora: si tiene plumas, pico plano, y anda, nada, vuela, y se parece a un pato, es seguro que es un pato. Y con este, debía de pasar algo parecido, puesto que siempre vivió, hasta su muerte, con un “amigo”, su “pareja” estable, Ramón Ramos Meneses.

El mote que le pusieron, lo dice todo, era Don Francisco de Asís y lo llamaban, Paco Natillas. Pero, como siempre en España el ingenio y la crueldad han ido muy parejas, la cosa no quedaba en eso, y al mote, seguía la coplilla:

                                         Paco Natillas es de pasta flora

                                     Y orina agachado como una señora.

Pero resulta que había algo de verdad en el asunto, y tanto, ya que el pobre hombre padecía un hipospadias.

¿Qué no sabéis lo que es?

Pues se trata de una afección congénita, de algunos varones, en la que la abertura de la uretra, que es el conducto que conduce la orina al exterior, está ubicada en la cara posterior del pene, y no en su extremo distal. De ello, que de no corregirse quirúrgicamente y, naturalmente entonces no se hacía, uno de los mayores problemas para los que lo padecen, consiste en el rociado anormal de la orina, lo que obliga a tener que sentarse para orinar.

Pues este pasaba por ser el padre, que afortunadamente no lo fue.

¿Y por qué dices afortunadamente?

Pues, exclusivamente, por el hecho de que prefiero entender, que todavía no se conocían en el Vaticano, los peligros de la consanguinidad, y se autorizaban matrimonios como este, entre primos dobles, ya que tanto sus padres como sus madres eran primos hermanos.

Y, de la madre ¿qué podemos decir? Todo y nada.

Entiendo que, posiblemente, sea prudente dedicarle en otro momento un trabajo con más atención, pero así, por encima, digamos que primero fue una pobre niña criada en un ambiente liberal, tan liberal,  que la llevó al libertinaje; que por razones de Estado, se la consideró mayor de edad con trece años, recién cumplidos, que nadie se preocupó nunca en su niñez ni en su juventud de educarla, sin negarle nunca nada, hasta cuando fue mayor, que también por razones de Estado, se la negó, precisamente a ella, posiblemente lo más importante, un marido normal.

Se contaron hasta trece embarazos, todos ellos de distintos amantes, eso sí, todos conocidos.

Pero es curioso, en un magnífico programa de Televisión Española, de hace algún tiempo, que se llamaba Mujeres en la Historia, de tres cuartos de hora de duración, y entrevistando a eminentes historiadores, se dijo exclusivamente de ella, en el plano personal simplemente, que: – no fue feliz en su matrimonio.-

Es lo bueno y también lo malo que tiene la historia, puede contarse de múltiples maneras y manipular sustancialmente, incluso sin decir falsedades.

En su semblanza para la posteridad, se la conoce como: la de los “Tristes destinos” y es lógico, puesto que, en efecto, la definición que mejor la retrata la dio magistralmente Don Benito Pérez Galdós cuando dijo de ella:

Doña Isabel vivió en perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fue haber nacido Reina y llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada obligación para tan tierna mano.

Y estos son los dos padres de nuestra próxima figura, el Rey.

Con ello, vamos acercándonos paulatinamente a nuestra protagonista.

Efectivamente Alfonso XII, en lo institucional un buen gobernante, y en lo personal, pues una figura muy de su tiempo y un auténtico Borbón: apuesto, un poco arrogante, desenvuelto, campechano, enamoradizo, apasionado, juerguista, en fin, lo que decía, una personalidad, muy del momento, y el digno representante de una familia.

El que a los suyos parece honra merece. Decía mi abuela.

Durante su educación, que se realizó en varios países europeos, conoció estando en Viena, a la que algunos años después, sería su segunda esposa, María Cristina de Habsburgo, una archiduquesa de Austria-Hungría, una encantadora muchachita de 16 años, que al parecer quedó prendada del guapo mozo español que, además, parecía que podía llegar a reinar en un lejano País, envuelto, como ha estado siempre nuestra España, en nubes de imperio, arrogancia, poder y valentía torera.

Una curiosidad, aunque casi nadie los conoce ahora, asociados a este personaje, que años después sería la segunda y resignada esposa de Alfonso XII, quedan todavía, actualmente, en el mismo centro de Viena unos llamados – Apartamentos Españoles del Museo Albertina -, cedidos por la Corte Imperial a la Casa Real Española, y que han sido restaurados recientemente.14

A finales del año 1874, nuestro País era un auténtico “caos”.

Ocurrían cosas que ahora parecen inventadas, pero que son reales y han sucedido, aunque ahora algunos las quieren ver como no ocurridas:

De Cartagena, por ejemplo, salieron dos fragatas, La Almansa y La Victoria, para cobrar impuestos en una nación extranjera y, al negarse a pagar, la potencia extranjera fue bombardeada y tomada militarmente, era nada menos que: – Almería.-

Pensemos ahora, cómo puede ninguna nación civilizada entender este escrito, recopilado recientemente y, que puede leer todo el que lo desee; al que algunos le restan importancia, pero que de hecho existe:

 – La nación jumillana desea vivir en paz con todas las naciones vecinas, pero si la nación murciana, su vecina, se atreve a desconocer su autonomía y a traspasar sus fronteras, Jumilla se defenderá como los héroes del dos de Mayo y triunfará en la demanda, resuelta completamente a llegar, en sus justísimos desquites, hasta Murcia y a no dejar de Murcia, piedra sobre piedra.–

Efectivamente, no se podía seguir así. Decía Pérez Galdós:

Era un juego pueril, que causaría risa, si no nos moviese a grandísima pena.

Y concluyó, desde un punto de vista civil, con aquella frase lapidaria que ha quedado para la posteridad, pronunciada por Don Estanislao Figueras, Presidente de la República, en un momento de justa desesperación y, que hasta le salió en catalán:

Senyors: ja no aguanto mès. Els hi dirè la veritat: Estic fins els collons de tots nosaltres. Adeu.

Después de esto, tomó un tren en Atocha, y no se supo nada de él, hasta que se le localizó viviendo en París, meses después.

Y desde el otro punto de vista, el militar, gracias al pronunciamiento realizado por el General Martínez Campos, en Diciembre de 1874, con lo que concluyó el Sexenio Democrático y se nombró nuevamente Rey de España, a Don Alfonso de Borbón.

Alfonso XII.

Lo primero, y más urgente que tenía, era terminar la guerra carlista, y así lo hizo, entrando en Pamplona, último reducto del bando carlista y de ello, que lo llamaran el “pacificador” y después, ya en el plano personal, casarse.

Decidme de verdad, ¿Hay en el mundo algo que se venda mejor que una bonita historia de amor?

Nada, efectivamente. Pues aquí la tenemos.

Y si, además, la historia de amor es dificultada por la oposición de la madre de él, la Reina, y así mismo por el Gobierno, que pretenden casarle con una princesa europea, pues, la cosa toma caracteres de melodrama.

Tengamos en cuenta, que la boda del Rey ha de ser autorizada por las Cortes. Y las discusiones llegaron a tal grado de controversias, que un parlamentario llegó a decir:

Señores: La Infanta Mercedes está fuera de toda discusión;

– los ángeles no se discuten. –

Era su voluntad y lo llevó a efecto, se casó con una prima suya:

María de las Mercedes de Orleans y Borbón, el día 23 de Enero de 1878 en la Basílica de Atocha.

El pueblo estaba impresionado y feliz con la unión “por amor”, tan poco habitual entre la realeza, y lo expresaba hasta en coplas que, posiblemente, sea la forma más natural de hacerlo:

                                    Quieren hoy con más delirio

                                         A su Rey los españoles

                                    Pues por amor se ha casado

                                       Como se casan los pobres

Y, por fin, se realizó felizmente el matrimonio, solo por la voluntad del contrayente; aunque, muy poco después, la romántica historia, fue truncada por la muerte de ella, a los 18 años.

Desde luego, mucho más morbo, y si además, muere después de un aborto, llora ya con el melodrama hasta el apuntador.

Pues fue así de simple. ¿La causa? muy sencilla: el tifus.

Lo malo que tienen estas historias de amor, es que luego, hasta casi molesta un poco enterarse de toda la verdad. ¿A qué sí?.

Como es lógico, y todo el mundo lo veía bien, al “desconsolado” y joven viudo, había que casarlo nuevamente. Pues, muy bien.

Venga.

Y piensan en la Archiduquesa de Austria, Princesa de Hungría, Bohemia, Eslavonia, Croacia y Dalmacia, miembro de la familia imperial, tataranieta de nuestro Carlos III,   bisnieta de Leopoldo II del Sacro Imperio Romano Germánico, y sobrina del Emperador de Austria.

Algo así como lo de Leticia, pero diferente.

Y se negocia una entrevista, en el verano de 1879, para que los contrayentes puedan conocerse antes de su unión, y lo hacen en un pequeño pueblo francés, Arcachon, – donde las ostras.-

Ella, ilusionada, llega desde Praga, donde vivía, no se puede decir recluida, pero casi, puesto que era abadesa, desde luego sin ordenar, de las Canonesas de Praga.

Pero claro, no hace falta ni contarlo, el pueblo español, decía: – ¡Se casa con una monja! -.

No, desde luego que no lo era; pero sí, desde luego, una mujer de una sensibilidad superior a toda ponderación, tal vez un poco, feuchina, pero de una bondad infinita.

Se cuenta que en aquella entrevista, por indicación de ella, se colocó un retrato de la recientemente fallecida Reina Mercedes, encima de un mueble, para que el Rey la viera. Y cuanto se percató, le dijo:

  • Señor: Mi mayor deseo sería semejarme a ella, pero no estoy segura de poderla reemplazar.

Hay que reconocer que es todo un gesto de elegancia y delicadeza, que no estoy seguro de que fuera comprendido, ni por supuesto, valorado. Y ello ya que, exclusivamente, como contestación, al incluso, desmesurado alegato del acompañante del Rey, poniendo de manifiesto la suma de virtudes de la dama, el Rey, simplemente contestó:

  • No te esfuerces Alcañices, que guapa no es.

Posiblemente, este fuera el criterio que prevalecería durante gran parte de sus vidas en común.

Una auténtica infelicidad.

Pronto, como es lógico, se entera de que el Rey tiene una vida desordenada y libertina, y sobre todo, que mantiene relaciones, no se sabe desde cuando, con una cantante de ópera: Elena Sanz, a la que ha retirado de la escena que vive en Madrid, por cierto en la calle Alcalá, y con la que mantiene un romance del  que han nacido dos hijos.

Y que por si acaso esto fuera poco, sabe también, que esta relación, es así mismo consentida por la madre del Rey, la propia Isabel II, que hasta se permite llamar a la tal, Elena Sanz,  – Mi nuera ante Dios.-

En realidad, en lugar de una vida de felicidad, se trata de realizar un triste ejercicio, que consiste en soportar las infidelidades de un marido con la mayor dignidad posible,  tratando de ofrecer, cuanto antes, un heredero para la corona; una auténtica desdicha.

Su sensatez y su prudencia, unidas a su resignación, y posiblemente también, a la característica que define con más objetividad su temperamento,  su sentido de la responsabilidad, adquirido ante un pueblo, lo pueden todo.

Lo exige el guión, como diría ahora cualquier folklórica.

Posiblemente, estos párrafos anteriores traen, sin querer, a vuestra mente semejanzas y situaciones casi actuales ¿verdad?

En un primer momento, el pueblo, que adoraba a María de las Mercedes, la fallecida, a la que llamaban “carita de ángel”, no tenía demasiada simpatía por la “austriaca”, bastante más seria y hasta distante; pero más adelante, y poco a poco, cuando las infidelidades del Rey se fueron haciendo más y más patentes, la gente se compadeció de aquella pobre mujer, llamándola -Reina y Señora- y ¿cómo expresa siempre mejor el pueblo sus desasosiegos? Pues en coplas, y le dedican una a su actual Reina:

                                      De pie tras los ventanales

                                       A veces llega la aurora

                                      Sufriendo celos mortales

                                      Igual que una reina mora

Seis años dura ya el matrimonio y la salud del Rey comienza a quebrantarse; en dos ocasiones, la Reina ha dado a luz dos infantas, pero no el deseado varón.

El pueblo espera preocupado pero gozoso, son jóvenes y no hay motivos de alarma. Pero, sí los hay, se ciernen nuevamente sobre la incipiente monarquía negros nubarrones, parece que el Rey está muy grave; nuevamente, la maldita tuberculosis.

Un esnobismo muy comentado entonces, y que se pone de moda, sus pañuelos son de color rojo. ¡Qué original es el Rey!, pero se trata exclusivamente de intentar ocultar sus pequeñas hemoptisis.

Existe una crónica, francamente jocosa, que se publicó en ABC al respecto: cuando el Monarca comprende que su célebre “catarro mal curado”, del que tanto se hablaba en Madrid, toma caracteres de gravedad, con mayores hemoptisis, accesos de tos incontenible, y cada vez más frecuentes situaciones de ahogo, piensa en la seriedad de su enfermedad, y una tarde, en la que la Reina lo visita, le dice:

– Crista, si yo falto, tú, ya sabes, guarda el c…, y de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas.

Con solo 28 años, y en el Palacio de El Pardo de Madrid, muere el Rey.

Efectivamente, fue un Soberano muy querido por el pueblo y su sepelio constituyó un auténtico clamor de tristeza y luto nacional.

Está todavía de cuerpo presente el Rey, y Don Antonio Cánovas se dirige a la Reina, posiblemente, con estas o muy parecidas palabras:

  • Señora; respetando su inmenso dolor, como Jefe del Gobierno, en nombre de las Cortes y como máximo representante de la Nación, me veo obligado a rogarle a su Majestad que acepte la responsabilidad de la alta magistratura del Estado, como Regente, en nombre y hasta la mayoría de edad de su hija, la Princesa de Asturias. Para ello, le presento en este momento, la dimisión de mi gobierno.

Don Antonio, no conocía el hecho de que la Reina se encontraba embarazada, era su tercer embarazo, y hubo de dar a luz, seis meses después, conociéndose entonces que se trataba de un varón, que ya nació siendo Rey. Era el hijo póstumo de Alfonso XII.

Su majestad Alfonso XIII.

Hasta su mayoría de edad, pasaron diez y siete años, y fueron estos durante los cuales Doña María Cristina estuvo al frente de la alta magistratura del Estado.

12Queda inmortalizada para la historia su jura a la Constitución, en un óleo muy conocido que representa el acto, en el cual aparece de riguroso luto, acompañada de sus dos hijas de corta edad, embarazada, y con la mano sobre el Libro Constitucional, que sostiene Don Antonio Cánovas, pintura que actualmente se encuentra en el Senado, obra de dos pintores valencianos; lo comenzó Jover, y lo concluyó Sorolla, en 1890.

Si bien es cierto que la alternancia en el poder de los dos partidos, conservadores y liberales, proporcionó a la Nación una estabilidad política nunca conocida hasta el momento, hay que referir, sin embargo, que se dieron durante estos años acontecimientos tan importantes y trascendentes que enturbiaron de manera sustancial la marcha, el desenvolvimiento y hasta la dignidad de la Nación.

Fueron muchos años, y pasaron muchas cosas.

Desde luego, la mayoría malas, y algunas horribles.

Es verdad, posiblemente sean los años más desafortunados y aciagos de toda la historia de la Nación. Pero sería inaceptable, por injusto, achacar a la Jefatura del Estado culpa alguna de ello; fueron las circunstancias las que los promovieron.

De ella, solo podemos decir que, en lo institucional, fue la persona más cuidadosa en la observancia de la legalidad constitucional; en lo personal, un ejemplo de conducta, de seriedad y de rigor; en lo político, un modelo de responsabilidad, solvencia y discreción; en lo afectivo, una cuidadosa madre que intentó educar a su hijo en los más altos ideales  preparándolo para la alta misión que le correspondía a su mayoría de edad.

Sus preferencias fueron siempre para Sagasta, en el que llegó a tener verdadera confianza, pero, en realidad, sucedieron tantas desdichas políticas las que le tocaron padecer y tantos los disgustos que hubo de afrontar, que bien puede decirse que fueron años de una inmensa infelicidad.

Persona de una austeridad casi ascética, amiga del orden y la seriedad más estricta, en su entorno próximo no existió nunca en su corte escándalo alguno, ni desorden; amiga de realizar obras de caridad, con prodigalidad pero sin excesos.

3 4Se conserva en la actualidad, en Madrid y, han pasado muchos años, un ejemplo de su voluntad de ayuda; existe una confitería en la calle Mayor, en el número 10, muy cercana a Palacio, llamada “El Riojano”, la inauguró un repostero de la Casa Real en 1855, llamado Dámaso Maza, natural de Logroño, que pidió a la Reina Regente ayuda para abrir el establecimiento y que le fue concedida, siendo, además, una de sus mejores clientas hasta su fallecimiento.

Cuando su hijo cumplió la mayoría de edad, le traspasó sus poderes dinásticos, quedando ella liberada de toda responsabilidad, pasando el resto de su vida, hasta los setenta y un años, en que falleció, en el Palacio Real, en Madrid, realizando obras de caridad.

Puede que no sea exagerado admitir que, seguramente, haya sido una de las mejores Reinas que hemos tenido en España.

Pero eso sí, también habremos de admitir que no tuvo una venturosa vida.

¿Qué razón puede existir para que a los mejores siempre les pase esto?

A esta gran mujer le pasó de todo y malo:

Casó con veinte años, con un viudo, que no la quería; vio fallecer de parto a sus dos hijas; asistió al extraordinario declive de la monarquía, que llegó hasta la Dictadura de Primo de Rivera; todo esto, a nivel particular. En lo institucional: la guerra en Marruecos, la guerra con los Estados Unidos, la pérdida de las colonias, Cuba y Filipinas; el nacimiento de los nacionalismos vasco y catalán y el gran auge del terrorismo anarquista que sembró el pánico en toda la Nación.

Es mejor no seguir, dejémoslo ahí, simplemente no tenía suerte.

Pero merece, sin duda, que cualquier español, de naturaleza bien nacido, pueda dirigirse a ella en estos términos:

 Ilustrísima Señora:

Descansad en Paz y con la confianza de que

-España –

 Reconoce vuestras virtudes

 Comprende vuestros sacrificios

Admira vuestra nobleza

Y

Agradece vuestra lealtad.

 

 

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