Isabel de Valois

Más que una Reina, un maravilloso y elegante suspiro.

Una gentil y tenue figura azotada por las turbulencias terapéuticas del momento, que por cierto, le costaron la vida.

Desde luego Isabel, es un bonito nombre de mujer, sin duda, y puede que sea casualidad, pero este nombre lo han llevado varias mujeres que han sabido ganarse el respeto, el aprecio y hasta el cariño de los ciudadanos españoles a lo largo de los tiempos, de nuestra azarosa historia.

Como reinas y, por tanto Jefes del Estado, dos.

Una, Isabel, la primera, la católica, ni que decir, fue todo un modelo de mujer y de madre, adornándose además con la decencia de ser una buena esposa, y con la dignidad de gobernar bien un reino. Conservó hasta el fin de sus días la nobleza de alma, y todo ello dio motivo a que en vida, fuera considerada, admirada y querida, y que su memoria todavía se guarde con el respeto y la veneración que merece su crónica.

Hasta hay algunos historiadores que llegan a más, incluso a iniciar un expediente para canonizarla, o al menos beatificarla, expediente que está en marcha y que tiene muy dudosas posibilidades, a mi modo de ver, de que la Iglesia lo apruebe. Más que nada, porque le echan a ella la culpa de lo de la expulsión de los judíos, y en estos momentos estas cosas no se ven muy bien, pero la verdad es, que toda la culpa no fue solo de ella.

De cualquier manera la causa de Beatificación se abrió en 1958 en la Archidiócesis de Valladolid, y en su caminar administrativo concluyó su fase diocesana y fue trasladada a Roma, en 1990, donde se encuentra pendiente del visado primero, y del decisivo Dictamen de la Junta de Cardenales, desde la cual ha de trasladarse al Pontífice, para su refrendo.

La segunda, ¡ ay la segunda!, 379 años después, pero, de esta casi sería mejor no tener que hablar, pero bueno, hablemos, creo recordar que en algún otro “pespunte” histórico de estos míos, me parece que en el de la Primera República, decía, o mejor dicho, escribía yo, sobre el hecho de no entender cómo es posible, que solamente en el trascurso de una vida se puede pasar de ser, en un momento de la juventud, un auténtico adalid en contra del absolutismo imperante, y por ello, tener el elogio, la alabanza, la consideración y hasta el cariño de un pueblo, y perderlo antes de llegar a la vejez, hasta límites inconcebibles en los cuales eres vilipendiada, insultada y hasta considerada la auténtica “deshonra” de España, y en un manifiesto de la Revolución que hace el pueblo, contra ti, lo titulan “España con honra”, en el año 1868.

Bien es verdad, que el movimiento pendular que rigen las políticas de este País, hábilmente guiadas por sus políticos, que siempre, absolutamente siempre, se han caracterizado por su cinismo, y desfachatez, encontramos casos como éste, sí, puesto que esto, de lo de, “España con honra” lo escribe un dramaturgo, que además, entró en política, con lo cual pasó a ser evidentemente solo un político, al que encontramos ¡ casualidad ¡, siendo uno de los Ministros del Gabinete de Regencia, una vez abolida la República para restaurar en el trono a D. Alfonso de Borbón, y reinar como Alfonso XII. ¡Viva la indecencia!.

Era D. Adelardo López de Ayala. Pero no hablemos muy alto de indecencias, ya que posiblemente él, sí supiera que en verdad, el Rey que venía a gobernar, de quien era hijo biológico, era del Coronel de Artillería D. Enrique Puigmoltó y Mayans, Conde de Torrefiel y Vizconde de Miranda, aristócrata valenciano, que afortunadamente medía casi dos metros de altura, y ha dado a nuestra monarquía una prestancia y figura desconocidas hasta ahora. ¡Válgame Dios!.

Aunque reinas consortes, existen bastantes más, contando, como solemos hacerlo, desde la unificación de los dos grandes reinos españoles; Castilla y Aragón, en las figuras de los Católicos.

La primera de las consortes, la Emperatriz, esposa de Carlos, nuestro Emperador.

Cronológicamente, después vendría a la que hoy dedicamos este pespunte, Isabel de Valois, pero quedan más, evidentemente, Isabel de Borbón, primera esposa de Felipe IV. Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V, Luisa Isabel de Orleans, esposa de Luis I, y Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII.

Hoy nos aproximaremos a la tercera mujer de de nuestro más grande Rey español, Felipe II, si, aquel del que se decía que no se ponía el sol en sus dominios, y era verdad.

El fue sin duda el gran gerente de nuestro Imperio. El maravilloso administrador de nuestra grandeza, o como dirían ahora los cursis, el mejor “manager” que ha existido de nuestro proyecto, para ser la superpotencia más grande del mundo entonces conocido.

¿Y ella? Una auténtica exquisitez de persona.

Isabel de la Paz, como gustaba llamarla el pueblo.

¿Y qué razón existe para querer acercarnos a esta persona? ¿Su tercera esposa, y por qué no, a la segunda, o a la cuarta?

Pues veréis, por tres razones:

La primera, tal vez sea un poco pueril, no lo sé, pero se trata a que todo apunta a que es la auténtica forjadora de que Madrid pasara a ser la capital de los reinos, como se decía entonces, y esto, ya que hasta ese momento la capital era, naturalmente donde residía la Corte, y curiosamente la corte era lo que hoy llamaríamos itinerante.

Podía estar en Toledo, que era lo más natural, pero no tenía fijado permanentemente en esa capital su sede. Y, sin embargo, a partir precisamente de Isabel de Valois, fue en Madrid donde se instaló.

Creo yo, que por eso solamente ya merece nuestra consideración y agradecimiento.

La segunda, es que con ella, con su figura, y precisamente en su momento histórico, puedo acercarme, y tratar de explicar, aunque es difícil, una de las mayores tragedias que pueda vivir un hombre, en este caso, un gran hombre; como es tener que incapacitar personalmente y de manera inmediata y, con ello perder, en condiciones de autentica fatalidad a un hijo, único entonces, y heredero universal de sus Reinos.

Y por último la tercera es si queréis un poco, yo diría que personal, ya que leyendo y tratando de entender, por una serie de textos, cómo fue la vida “clínica” de esta persona, sobre todo desde el punto de vista obstétrico-ginecológico, creo encontrarme en la obligación de rendir un profundo homenaje a la receptora de unas terapéuticas verdaderamente estremecedoras.

Sí, claro, ya sé, era hasta donde llegaba la medicina entonces, pero cuando lo lees, te impresiona, tanto como persona y bastante más como médico, ya que además, si esos remedios eran, los que se prestaban a la Reina, es decir, lo mejor que había en ese momento y aplicado por los mejores, que serían los suministrados a la población femenina en general…

Valga como demostración palpable de ello, y para que no penséis en subjetividades personales ni profesionales, que, la pobre, entregó su alma a Dios, meses después de cumplir los 22 años.

Efectivamente, esas son las tres razones que me han hecho escoger a esta Reina consorte de las de España.

Para llevaros cerca de ella, antes de ofreceros, aunque someramente, cuenta de su vida y de sus hechos en este mundo, me gustaría que entendierais las condiciones físicas y anímicas que adornaron a esta persona y que la hicieron merecedora de la admiración y el cariño de los que la rodearon en su existencia.

Fue, efectivamente, una gran mujer, una excelente reina, una buena esposa y madre y todo ello le granjeó la admiración y el amor de un pueblo.

Comienzo, para distinguirla, y también para que conozcáis el hecho de lo cierto que era el respeto, atracción y hasta el cariño con que fue distinguida en su tiempo, transcribiendo literalmente dos testimonios :

Uno de ellos es el texto de la misiva que escribe el embajador francés en la Corte de España, Fourqueveaux, a su madre Catalina de Médicis, en Paris, a la muerte de la Soberana española.

–Dentro de quinientos años, Doña Isabel será tenida como un ejemplo de bondad y merecedora de cuantos loores puedan decirse de una perfecta princesa, porque era la mejor reina que los españoles han tenido y tendrán jamás –.

Y por otro lado, y este es posiblemente menos formal, pero más cariñoso,  define, con la pluma de un gran genio, como era Miguel de Cervantes, el sentimiento, elevado a poesía, en esta décima que le dedica en su muerte:

                      Cuando dejaba la guerra

                  Libre nuestro hispano suelo

                      Con un repentino vuelo

                     La mejor flor de la tierra

                   Fue trasplantada en el cielo.

                         Y al cortarla de su rama

                          El mortífero accidente

                        Fue tan oculta a la gente

                    Como el que no ve la llama

                    Hasta que quemarse siente.

 

Había nacido esta princesa en el seno de la Corte francesa, reinando aún el célebre Francisco I., Beno, célebre, para nosotros los españoles, pues fue siempre el enemigo eterno de nuestro emperador Carlos, que lo venció en la batalla de Pavía y en la que incluso lo hizo prisionero y lo mandó traer a España, instalándolo provisionalmente en la celebérrima Torre de los Lujanes, en la Plaza de la Villa de Madrid.

Desde entonces, se conservaba su espada, como prenda de su derrota y no fue hasta la invasión napoleónica en 1808. Casi 250 años después, cuando nuestro malnacido Fernando VII, si, ese, el felón, el indigno, bueno ese, va y, sin la más mínima decencia, como era él, entrega la espada nuevamente a Francia.

Y es curioso, porque el propio Napoleón recrimina a Murat, su general, en ese momento en España, por la indignidad que podía suponer arrebatar la espada al pueblo español. Sin saber, que había sido el propio Fernando VII, quien se la había entregado para ofrecerla, y así congraciarse, con Napoleón Bonaparte.

En esa Corte de Francisco I, y de su hijo, el Delfín de Francia, Enrique II, casado ya con una de las mujeres más influyentes de su tiempo Catalina de Médicis.  Como fruto de este matrimonio, viene al mundo en el palacio de Fontainebleau, el 13 de Abril de 1546, Isabel de Valois, Isabel de Francia o Isabel de la Paz.

Muchas veces, algunas sin querer, y simplemente por lo que podíamos llamar adornos literarios, se tiende a “novelar” un poco los acontecimientos históricos. Sin querer yo, de ninguna manera llegar a eso, si es cierto, y hemos de constatarlo aquí, el hecho de que la corte francesa, en aquella época, sin llegar al libertinaje, pero sí era mucho más liberal y tolerante en cuanto a sus protocolos que cualquier otra de Europa.

Puede ser que a España tardaran más años en llegar las influencias, de la Reforma Protestante, es posible… sea por eso, o por hechos puramente circunstanciales, lo cierto es, que la corte española era llamémosle mucho más aburrida que la francesa.

Pero, naturalmente es en la corte francesa donde se cría y pasa su niñez y juventud nuestra protagonista de hoy, bajo la atenta mirada, eso sí, de su madre Catalina de Médicis. Que ni ahora, ni en ningún momento de su vida, dejó de interesarse personalmente por todos los acontecimientos, por pequeños que fueren, en la vida de su hija Isabel.

Cuando ahora pensamos que con doce años, pero, educada ya a esa edad en humanidades, idiomas, equitación, danza, música, y toda clase de actividades lúdicas, está comprometido su matrimonio, lo entendemos mal, pero es así.

Con cinco años, ya se había firmado su compromiso con el joven Eduardo VI, inglés, que por aquel entonces tenía trece, y naturalmente se aplaza el enlace esperando que los príncipes cumplan más edad. Pero es la tuberculosis, que en aquellos tiempos hacía auténticos estragos, la que se encarga de que no se lleve a efecto el matrimonio, puesto que el príncipe sucumbe a la enfermedad.

Ha muerto el abuelo, Francisco I, y ahora reina su hijo, Enrique II, el padre de Isabel, y su madre Catalina de Médicis. Este Enrique II, comienza pronto a tener tentaciones de seguir las hostilidades con España, por los territorios italianos, pero enseguida el poderío español se pone de manifiesto en las batallas de San Quintín y Gravelinas, llevando al ánimo de Francia y al de sus dirigentes, tanto más, cuanto que en esos momentos Felipe II era Rey consorte de Inglaterra, por su matrimonio con María Tudor, la conveniencia de una paz duradera..

Comienzan una serie de negociaciones, entre los dos países, estando Felipe II, entonces en Flandes, y actúan de mediadores el Papa Pablo IV, y la reina de Dinamarca, prima de Felipe, en los difíciles acuerdos que en varias ocasiones están a punto de romperse.

Son, en su conjunto el Tratado de Cateau-Cambresis.

Cuando se llega, por fin, a pactos, uno de ellos, es de tipo matrimonial entre las dinastías. Y, he aquí, que compromete a Isabel, con el primogénito de Felipe II, Don Carlos. Pero los acontecimientos mandan y se produce un cambio repentino con la muerte de María Tudor, en aquel momento todavía esposa de Felipe II. Y este queda viudo, por segunda vez.

Tiene en ese momento 31 años, y las anormalidades físicas y psíquicas de su hijo, son ya ostensibles y comienzan a ponerse de manifiesto, y parecen no capacitarle totalmente, para suceder a su padre.

La corte de Francia ve con buenos ojos que el enlace se lleve a efecto, con el Rey de España, en lugar de con su hijo, el príncipe Carlos, al que se conoce, y con razón, de muy incierto futuro.

La diferencia de edad es importante 19 años, pero lo cierto es que con  los 12-13 años de ella lleva viviendo en un ambiente de adultos, muchos años ya, y desde luego en una corte en la que el descaro y hasta la deshonestidad son la norma.

Se lleva a efecto, por poder, el casamiento en Fontainebleau, actuando de “contrayente” el Duque de Alba. La contrayente, y este es un dato curioso, y es bueno que conozcáis, lucía en su tocado entre otras, una maravillosa joya, regalo lógicamente del que sería su esposo. La célebre perla “peregrina” una de las joyas más preciadas del patrimonio de la Corona Española.

Esta preciosa alhaja fue regalada a Felipe II, por el entonces Gobernador de Panamá, donde había sido encontrada. Ha permaneció en poder de la Corona española hasta que Bonaparte se la llevó a Francia, regalada por último a Napoleón III, que se sabe la vendió por problemas económicos, apareciendo modernamente en Estados Unidos.

Nuestro Rey, Alfonso XIII, parece que mandó realizar una copia, pero la realidad, es que la verdadera joya la compró Richard Burton para regalársela a su mujer Elisabeth Taylor. Esta en este momento en paradero desconocido ya que se pagó en una subasta, a la muerte de la  Taylor, nueve millones de dólares, pero se desconoce quién la compró.

La falsa sigue en poder de la Corona de España.

Y lo que son las cosas, en los festejos que se celebran con motivo del matrimonio, de la “niña” en la Corte francesa: bailes, juegos y torneos, en uno de ellos, al propio Rey padre de la contrayente Enrique II, por un accidente, al partirse una lanza, se le clava una esquirla de madera en un ojo, y muere a los pocos días, sin que los médicos puedan hacer nada por salvarle la vida.

Fueron bastantes meses los que pasaron hasta su llegada a España. Funerales del padre, viaje lentísimo, y muy accidentado por las malas condiciones atmosféricas, selección de servidores y séquito, pero por fin, llega con gran regocijo de todos los que la esperan.

Se escribe en el romance:

                             De Francia viene la niña

                           De Francia la bien guarnida

La ceremonia matrimonial, nunca mejor dicho, “real” se efectúa en Guadalajara, en el palacio del Duque del Infantado.  Cuando se ven por primera vez, durante la misa de velaciones, se cuenta que la contrayente, y es hasta natural, puesto que era la primera vez que lo veía, miraba repetidamente al Rey, y al finalizar la misa, éste, se acercó a ella y le preguntó: –

¿ Qué miráis? ¿Por ventura si tengo canas?-.

Era hasta de sentido común, que la consumación del matrimonio hubo de posponerse bastante tiempo, ya que la Reina con sus catorce años, sin cumplir todavía no era núbil.

Esto de las menarquias (primera regla) de las reinas en general, era por aquellos tiempos, en todas las cortes, motivo, no solo de anuncio oficial, si no hasta de comentario y noticia pública, que se extendía desde los cuerpos diplomáticos, y corte, hasta la prensa y por supuesto, motivo de comentarios de la población en general.

Ha de entenderse, que con excepciones naturalmente, las reinas eran vistas casi en exclusiva, como procreadoras de príncipes varones, y a poder ser sanos y robustos. Lo que por otra parte no era nada frecuente, y puede que por eso fuera lo que la sociedad únicamente demandaba de ellas; y hasta le habían puesto nombre propio, “infantar” y por ello, tal vez “entendían”, o simplemente sé conformaban, con que ciertas intimidades naturales fueran aireadas públicamente. Puede que sea exagerado, pero la historia nos demuestra que eran verdaderas mártires de la dinastía.

La vida en la Corte española, la joven reina la encuentra tremendamente aburrida, y es natural. Sin embargo atiende solícitamente a los asuntos de su competencia y se gana pronto con su prudencia y simpatía él favor y la estimación de toda la corte.

Se instala la Corte en el Alcázar toledano, castillo-fortaleza, que junto con el protocolo austriaco, solemne y grave, no hacen feliz a la reina-niña.  Así, escribe a su madre diciéndole que es aquel uno de los lugares más aburridos del mundo, pero le matiza que:

– Tengo un marido tan bueno y soy tan feliz, que aunque fuera cien veces más aburrido, yo no me aburriría jamás -.

Es en este año de 1561, cuando por decisión real, la Corte se traslada a Madrid, abandonando Toledo. La ciudad que había acompañado los sueños del Emperador, su padre, como capital del más poderoso Imperio del mundo.

Se han barajado las más dispares causas queriendo entender o justificar, tal señalamiento real. El clima, las aguas mejores en Madrid, la indisposición real con el Cabildo de Toledo, la propia característica en la urbanización de Toledo, la cercanía de la Sierra con mejores terrenos de caza, en fin, los historiadores no saben a que atribuir la determinación, pero hay que convencerse de que la decisión, sin duda se la debemos agradecer a la Reina, Isabel de Valois

En Madrid, se había acondicionado para ello el Alcázar, que por cierto se quemó en un pavoroso incendio la noche de Nochebuena de 1734, es decir, 173 años más tarde.  En el mismo solar se comenzó a construir el que es hoy Palacio Real, por Felipe V, el primer Borbón, y lo habita por primera vez Carlos III, algunos años después

En aquel momento, en el otoño de 1561, la ciudad, que desde entonces se llamó Villa y Corte, tenía unos diez o doce mil habitantes.

Solamente al final del reinado de Felipe II, ya eran al menos trescientos mil.

Y esto quería decir simplemente que el hecho de que pasara a ser capital del reino, aumentaba su importancia y sobre todo el número de sus habitantes, entre políticos, soldados, funcionarios, diplomáticos etc.

Los dirigentes de la Villa y Corte, admiten de buen grado, que se instaure un impuesto un tanto inusual, propuesto por el Rey, pero que aseguraba la perpetuidad del concierto de capitalidad, que recibía el nombre de Regalía de Aposento.

Consistía este tributo al Rey, en que habían de cederse en las casas de la villa, la mitad del espacio construido, a huéspedes que formaban parte o bien del séquito, o funcionarios reales, cuando la casa tuviera más de una planta.

Y he aquí, que las cortes españolas, efectivamente, serán más aburridas y menos liberales, pero desde luego la gente en general, mucho más granuja.  Comienzan ideando, para evitar el molesto tributo, a construir sobre todo en Madrid, lo que se llamaban entonces, y alguna se conserva, “casas a la malicia” en las que se disimulaban de las más diversas formas la cantidad real de metros cuadrados construidos.

Es lo que podríamos llamar ahora, el primer “boom” inmobiliario, algo parecido a lo de la burbuja actual, el precio de los inmuebles se dispara, lo que propiciará algunos años después, ya fallecido Felipe II.  En el trono, su hijo y sucesor, un absoluto imbécil, con el que comenzaron nuestras desgracias institucionales.

Se sale un poco del tema, pero voy a explicároslo.

Resulta que a este cretino, que no quiso ocuparse nunca de los asuntos de Estado, entre otras cosas porque ni los entendía, por falta de capacidad mental, ni tampoco le interesaban, por pura desidia, tenía cercano a él, un, lo que entonces se llamaba “valido”. Es decir, en teoría un consejero, pero que en estos casos no lo era, y que consistía simplemente en un personaje que hacía las veces de Rey, mientras él se entregaba a sus “expansiones”.  Por cierto siempre las mismas, salvo excepciones, las – faldas – en su tres acepciones.

Las que se ponían en forma de delantal, y que se usaban para la caza, las femeninas, en forma de enaguas, y las masculinas en forma de sotanas.

¡Claro!, y esto, ¿a que dio motivo,? pues posiblemente era la fase embrionaria de nuestra actual corrupción, que sí analizamos, sigue siendo la misma.

El caso es que este retrasado mental, Felipe III, tenía, como era propio y natural, un valido, el Duque de Lerma.  No, tonto no era, y lo que hizo fue comprar a bajo precio, casas y casas en Valladolid, y decirle al Rey que los cazaderos cercanos a Madrid, resultaban algo desprovistos. Naturalmente, era mejor llevar la capital allí, y el estúpido, entre cacerías y misas, le hizo caso, y trasladó la corte a Valladolid.

Mientras tanto, él volvía a comprar, también a bajo precio, puesto que ya no estaba la corte en Madrid, casas y casas.  Cuando le convino, volvió a trasladar al meapilas a Madrid, con lo cual su fortuna fue tal, que asustó hasta al propio deficiente y es verdad, que al Rey le faltaba “seso” pero le sobraba autoridad. Lo que hoy sería motivo de crear una comisión de investigación, entonces, no, simplemente lo mandó matar.

Y he aquí, que la única manera que encontró el «listo» de nuestra historia, para no ser ahorcado, fue comprar,  ¡ qué entonces se podía,!  un capelo cardenalicio, y se hizo cardenal.

Y el pueblo llano cantaba:

Y para no ser ahorcado, se vistió de colorado.

Es simplemente para que entendáis que esto de la capitalidad, no tiene solo ventajas, más que nada, porque siempre han existido “golfos”.

Volvamos ahora a tratar de entender la tragedia de nuestro gran Rey, Felipe II, con el que estábamos antes de distraer vuestra atención con lo de la golfería inmobiliaria.

No es mi deseo, ni mucho menos, haceros llegar la idea de que nuestro buen rey Felipe II, fuera un “santito” no, claro que no. Creo que casi todos, cada uno a su manera, han tenido sus “aventuras”, posiblemente muchas reales y también, otras, no sé si la mayoría, supuestas.

Desde luego, antes de su primer matrimonio con su prima Manuela de Portugal, esta pobre, de una gordura, casi mórbida, y que la desdichada falleció a los cuatro días de dar a luz a D. Carlos, el primogénito. Ya se conocen sus amores con la que posiblemente pueda llamarse el amor de su vida. Doña Isabel de Osorio, a la que según la, llamémosle “leyenda”, le regaló un soberbio palacio, cercano a Burgos, de donde era oriunda la dama.

3Es el Palacio de Saldañuela, y ha sido conocido siempre como – la casa de la puta del Rey – magnífico Palacio, hoy restaurado y propiedad de Caja Burgos (Grupo Banca Cívica).

Existe una muy curiosa, no sé si llamarlo leyenda, pero interesante, que no me gustaría que dejarais de conocer: uno de los más grandes pintores del renacimiento es sin duda ninguna Tiziano, fue el pintor preferido del emperador Carlos, del que realizó varios retratos. También de su hijo, nuestro Felipe II, con el que mantenía relación muy fluida por cartas que se conservan. En alguna de ellas conocemos el encargo que el Rey hace de una obra, que en el momento actual se conserva en el Museo del Prado, y que se llama – 4Dánae recibe la lluvia de oro -, es un desnudo femenino que al Rey le impresionó de manera importante. Pensemos que en aquel momento tenía 18 años. Algún tiempo después y con motivo de un viaje conoce en Augsburgo al pintor y le encarga un cuadro similar, también de motivo mitológico para que lo envíe a Londres, donde en aquel momento va a contraer matrimonio con la reina de Inglaterra. Es su segundo matrimonio, ahora con una cincuentona, esquelética, calva y desdentada.

Y al pintor, que cumple el encargo escrupulosamente, se le ocurre que en el lienzo que manda a Londres representa, queriendo, o sin querer, la figura del propio Rey.

Parece ser que es un auténtico retrato, de Felipe.

Este cuadro que igual que el anterior se conserva en el Prado, se llama – Venus y Adonis -, y aparte de que, como digo parece ser un auténtico retrato del Rey en la figura de Adonis. En este, el tema tiene su, al parecer, doble sentido, ya que Venus, intenta retener la marcha de Adonis, y siempre se ha querido ver la intención del pintor, como que Isabel de Osorio, con su ademán requiere a Adonis a quedarse.  Pero él  con paso firme marcha hacia Inglaterra a cumplir un deber de estado, matrimoniando con la fea, senil y vetusta inglesa.

Ella, como lo requería el “guión”, que dirían ahora las folclóricas, murió treinta años después en su Palacio, a los setenta años,  naturalmente soltera.

No me digáis que esto no es la fase embrionaria, de lo que muchos años después llamaremos pornografía.

Posiblemente sea cierto, lo que decían los antiguos griegos, que la peor desgracia que le puede ocurrir a un hombre, es ver desaparecer a un descendiente.

En este caso se trataba de un hijo, en ese momento único, y que habría de heredar el más vasto imperio de la tierra.

La cosa venía viéndose de antiguo, bueno, prácticamente desde su nacimiento, claro, pero eso lo decimos ahora, entonces no se alcanzaba a comprender las consecuencias de la consanguinidad. Y aquí, existía, y por partida doble.

Su padre y su madre eran primos hermanos.

Su abuelo Carlos, el emperador, había contraído matrimonio con su prima Isabel de Portugal, la emperatriz, uno y otro eran nietos de Juana, Reina de Catilla, para entendernos la “loca”, así que este desdichado era biznieto, tanto por parte de su padre como de su madre de ella, de la Reina, Juana de Castilla. Seguramente la más desgraciada de todas las reinas de España.

Bien, pues no creo que haga falta explicar mucho más, este desdichado, además de las taras físicas, se quedó sin madre cuatro días después de nacer. Y casi también sin padre, ya que los asuntos de estado, por un lado y también, que contrajo matrimonio con su segunda esposa, la inglesa, y permaneció fuera de España, bastantes años, fueron suficientes elementos negativos para que su niñez estuviera desprovista de los afectos convenientes para una educación apropiada.

Existe un dicho que suele usarse mucho en Argentina, que dice:

– El que nace barrigón es inútil que lo fajen –

Que quiere dar a entender, que efectivamente, lo que se trae genéticamente al nacer es suficiente como para marcar la tendencia de los comportamientos subsiguientes durante toda una vida.

Puede que sea verdad, ahora bien, nunca estaremos completamente seguros de ello, sin conocer lo que puede significar una educación afectiva y dichosa, en un entorno afortunado, con unas reconvenciones amorosas realizadas por una madre inteligente, y los consejos prudentes de un padre entrañable.

Este pobre no recibió nada de eso.

En lo genético, pero también en lo educacional, fue muy desgraciado.

Y esta desgracia empañó, naturalmente, gran parte del reinado de su padre Felipe II. Motivo suficiente para que los enemigos de España, que siempre los ha tenido, tal vez por su grandeza. Montaron una serie de calumnias que han perdurado en el tiempo, gracias a la literatura por un lado, con el drama de Don Karlo infant de Espagen de Schilller, o la ópera de Verdi, Don Carlos, y que se han encargado de mantener vivas en el espíritu europeo, hasta ahora.

Y es curioso, que estos países, por cierto, bien denominados, bajos, y no solo por su situación con respecto al mar, sino también por la índole de sus gentes que no han sido nunca capaces a lo largo de su historia, de defenderse valientemente de ninguna invasión. Hayan sido, eso sí, capaces con su Guillermo de Orange, a la cabeza, un auténtico traidor a quien le había encumbrado en política, el propio Rey, de poner en marcha esa conocida- Leyenda Negra – tan eficaz.

No digo yo, naturalmente, que nuestros tercios viejos al mando del Duque de Alba, fueran, hermanas de la caridad. Pero tampoco que lo fueran los nazis, ni en general los alemanes, en las guerras mundiales mucho más cercanas en el tiempo. Y no se puede decir que les tengan ningún tipo de antipatía actualmente, más bien todo lo contrario.

Teniendo por otra parte en cuenta, que España y sus gobernantes, tienen sus raíces en Flandes, ya que sin ir más lejos, su antecesor como Rey consorte en Castilla había sido Felipe I, el hermoso. Y que además estaba muy claro que, si existía un reino favorecedor del comercio de aquella época, era Castilla, que con su lana había hecho que Flandes fuera una de las regiones más ricas de Europa, desplazando incluso a Inglaterra. Sigo sin entender ese ancestral odio que se tiene a todo lo español, en esos países que bien y con razón, pueden llamarse bajos .

Muchos y muy importantes tienen que ser los motivos, para que un padre, penetre armado, de noche y haciéndose acompañar de los miembros de Consejo de Estado, en los aposentos de su hijo, lo prenda, lo encarcele, y ponga vigilancia para su confinamiento.

En todas las biografías del Rey Prudente a las que he podido acceder, se le describe como con dos formas de vida, una graciable y cordial, y otra melancólico, reservado y triste. No existe para mí, duda alguna de que los acontecimientos y el desenlace del lamentable episodio ocurrido con su hijo, marcó un antes, y un después en la vida de este hombre. Y más teniendo en cuenta que a los muy pocos meses, ocurre también el fallecimiento de su tercera esposa, de la que hoy nos ocupamos Isabel de Valois.

Pues bien, tan es así, que el propio Marañón describe en un pasaje que transcribo literalmente este hecho:

Es grave error juzgar a este Rey, de existencia tan larga y accidentada, como su hubiera sido siempre el mismo, independientemente de los cambios de humor que dominó con su afanosa voluntad de trabajo, hay un mundo de diferencia entre el Felipe sensual, alegre y optimista de la juventud, y el Felipe ascético, melancólico e irresoluto de la declinación. Entre el Felipe de la Casa de Campo, rica, casi pagana de Saldañuela y el de los muros ascéticos de El Escorial.

Creo, que es lógico, por sabido, ahorraros toda clase de detalles en cuanto a las condiciones físicas y psíquicas del personaje, los esfuerzos del padre por intentar incorporarle a las labores de estado, los recelos, antipatías y hasta odio vehemente hacia su padre, hasta puntos insospechados, las conductas tumultuosas y hasta cercanas a la criminalidad hacia personajes de la corte, las terribles circunstancias de su encierro, y los comportamientos aberrantes hasta su fallecimiento, es decir el proceder de un típico trastornado mental.

Y es esta desgracia, lamentable pero absoluta,  la que se aprovecha para ensombrecer y hasta ennegrecer la figura y la política de un gran Rey.

Veamos ahora, por último, la tercera causa, para haber escogido este personaje en mi “pespunte” histórico actual.

Mi interés primero, es que conozcáis lo que se denominan enfermedades iatrogénicas.

Son simple y llanamente aquellas que provoca, con sus actuaciones, el médico.

Así de simple.

Se conocen desde la más remota antigüedad y son ya citadas en el Código de Hammurabi, cuatro mil años antes de Cristo.

El auténtico padre de la Medicina, Hipócrates, alumbraba su posibilidad real, pero fue Vesalio con su inteligente y práctica frase, de – Primun non nocere – lo primero no hacer daño. Él que puso las bases reales sobre la ética en las prácticas médicas.

La aseveración, que a continuación vais a conocer, posiblemente consideréis que pueda ser exagerada, pero es absolutamente real. Está confirmada por las estadísticas más exigentes, y para ello trasfiero literalmente un párrafo tomado de Wikipedia, al que naturalmente hay que dar la fiabilidad no incuestionable, pero sí discutible.

La iatrogenia todavía tiene una alta incidencia en el siglo XXI aunque se pretendió que con el desarrollo de la medicina científica (también llamada biomedicina) supuestamente se podía esperar que los casos de enfermedades o muertes iatrogénicos se redujeran considerablemente o desaparecieran siendo fácilmente evitables.

Se dijo que con el descubrimiento de los antisépticos, la anestesia y los antibióticos así como las nuevas técnicas quirúrgicas, la mortalidad iatrogénica disminuiría enormemente. No obstante, a modo de ejemplo, la iatrogenia es la tercera causa de muerte en Estados Unidos según estudios recientes.[1]

¡Ahí es nada!

Otra confirmación más que refuerza aquello que yo suelo expresar en muchas ocasiones de que:

  • Al Reino de los cielos, a través de todos los tiempos, han sido muchos más los enviados, que los llamados

Pues resulta que nuestra “niña” reina, no tenía buena salud, contrajo en dos ocasiones lo que se conocía como viruelas, que posiblemente lo fueran, o no, una vez estando en Toledo y otra en Mazarambroz.

Pero eso sí, siempre con importantes accesos febriles que eran tratados con las correspondientes sangrías. Ahora, me gustaría tratar de entender a mis colegas de entonces, que sin dudarlo, y con su mejor voluntad lógicamente, mandan realizar, puesto que no lo hacían ni ellos, a un sangrador, esta técnica de evacuación repentina de sangre.

En la clínica actual, podría decirse que prácticamente en ninguna patología se emplea, pero a diferencia de otras técnicas

¿Qué explicación fisiológica tendría para ellos?.

La verdad es que yo en ningún texto antiguo encuentro explicación, tal vez la única pudiera ser la de evacuación de humores malignos, como ellos les llamaban.

El caso es que con mala salud, con muchos episodios de fiebres, las llamaban cuartanas, que eran muy frecuentes tal vez, ya que por aquel entonces era epidémico el paludismo, tiene su primer parto, cuatro años después.

2En estos cuatro años tiene dos abortos, que la debilitan tremendamente, pero al fin,  en el Palacio de Valsain, da a luz felizmente una hija.

A la que se la nombró: Isabel, como su madre, Clara, por el santo del día, 12 de Agosto, y Eugenia, en agradecimiento a la intercesión del Santo, ya que en aquellos momentos eran trasladados sus restos mortales, incorruptos, desde París, en San Denis, a Madrid primero, y a Toledo, a su Catedral, después, donde reposan actualmente.

El alumbramiento, parece ser que resultó sin complicaciones, con gran alegría, para todos, como queda dicho, en el Palacio de Valsain.  Cuidado, no confundirlo con el de la Granja de San Ildefonso, que aunque muy cercano, es mucho más moderno. Este de Valsain, llamado también Palacio del Bosque, hoy completamente en ruinas, fue realizado muchos años atrás por Enrique II, el primer Trasmatara, en al bosque de Segovia, como pabellón de caza, y ampliado y embellecido importantemente por Felipe II, con un estilo auténticamente flamenco, tan del gusto sobre todo de los reyes de la Casa de Austria, preferentemente su arquetipo Felipe II.

Su segunda hija, Catalina Micaela, vino a sí mismo al mundo, al año siguiente y con toda felicidad. Es de entender el desencanto dado el sexo pero es el padre quien mejor lo describe en carta al Duque de Alba al que dice:

Las tomo muy bien en paciencia, (a las niñas) y me parece que me están muy bien, y hasta tengo harta más causa de hallarme mejor con ellas que con el príncipe

Las dos, pero sobre todo la primera, van a ser, con gran disgusto de todos, no reinas, efectivamente, puesto que estaba vigente la pragmática sanción. Sin embargo si, el auténtico apoyo psicológico de su padre en su dilatada vejez.

Durante el puerperio de la segunda, Catalina Micaela, aparecen en la madre cuadros febriles importantes que los médicos achacan a la subida de la leche.  Los tratan, como no, con las consabidas sangrías, y con algo que describen, que como anecdótico, puede citarse, masajes en los pezones con jugo de perejil.

La enfermedad, evoluciona mal, pasan los meses, y los síntomas van poco apoco agravándose, se habla de una cardiopatía, de mal de riñones, de tuberculosis, de todo. Aunqueno existe diagnóstico y la enferma muy poco a poco va perdiendo fuerzas y empeora más y más.

Hemos de tener en cuenta así mismo, que en la corte se viven días amargos pues se dan al mismo tiempo los hechos lamentables de la prisión del heredero, don Carlos.

Tres meses después, los acontecimientos se precipitan alarmantemente. El estado de la enferma es cada vez peor, se recurre, a consultas médicas, la visita el Dr. Maldonado, eminencia de aquella época, a rogativas a todos los santos del santoral, a las más inimaginables reliquias, los caminos de todo el país están repletos de procesiones, las iglesias rebosan en plegarias. Pero parece que todo es inútil, recibe los últimos sacramentos y es desahuciada por los médicos.

Y sabéis, lo que pasó, es para no creerlo; sin haberse dado cuenta nadie, a última hora alumbró un feto, hembra, de más o menos unos cinco meses. ¡ Toma ya ¡

Falleció también al poco tiempo, habiendo recibido el agua de socorro, y ocupó con su madre el mismo ataúd.

Y, ahora me preguntareis, y hasta parece lógico y natural, pero ¿qué demonios pudo pasar?

Pues bien, consultando libros referentes a la ginecología de las reinas de España, de diversos autores, como Junceda Abelló y González Cremona, así como obras y diversas biografías de Felipe II podemos llegar ahora a esta conclusión:

La causa del fallecimiento es un aborto séptico, es decir una infección, que con el feto muerto, pone en marcha una sépsis general, las causas, una eclampsia, que con la hipertensión correspondiente lleva a una situación de fallo multiorgánico, entendiendo que la enfermedad primaria lo lógico es que sea una pielonefritis gravídica que posiblemente contrajo en los primeros abortos.

La actuación médica, lamentable, pero entendamos que es lo que en aquel entonces podía esperarse; de cualquier forma, en este caso, un historiador de la talla del Padre Mariana dice:

Atribuíase la culpa de su muerte a la imprudencia de los médicos, pues hallándose preñada la Reyna le dieron los remedios que acostumbran a aplicarse a los hidrópicos, que fueron los que causaron la muerte de la madre y del hijo que tenía en sus entrañas.

Estando de acuerdo que en aquellos tiempos, efectivamente, todas las actividades humanas tenían un riesgo mayor, y en eso ha consistido en gran medida el progreso, en minimizar los riesgos.  Existen casos extremos como este, en el que posiblemente sin hacer nada se hubiera alargado la vida de este triste personaje.

Posiblemente ahora entendáis mejor,  mi humilde homenaje a todas, y a esta, en particular, mujeres que victimas de las circunstancias socio-político-terapéuticas del momento histórico que las tocó vivir, arriesgaban su vida buscando el ideal de traer al mundo un heredero, cosa que por otra parte hay que entender no solo en las casas reales exclusivamente, pero sí en ellas, muy en particular.

 

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